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Cuento: La rana y la serpiente


Enviado por   •  15 de Noviembre de 2012  •  522 Palabras (3 Páginas)  •  1.150 Visitas

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Cuento: La rana y la serpiente

Una rana saltaba por el campo, feliz de haber dejado de ser renacuajo, cuando se encontró con un ser muy raro que se arrastraba por el piso. Al principio se asustó mucho, pues jamás en su corta vida terrestre había visto un gusano tan largo y tan gordo.

Además, el ruido que hacía al meter y sacar la lengua de su boca era como para ponerle la piel de gallina a cualquier rana. Se trataba en verdad de un bicho raro, pero tenía, eso sí, los colores más hermosos que la rana había visto jamás. Este vistoso colorido alegró inmensamente a la rana y le hizo abandonar de un momento a otro sus temores. Fue así como se acercó y le habló.

–¡Hola! –dijo el bebé rana, con el tono de voz más natural y

selvático que encontró–. ¿Quién eres tú? ¿Qué haces arrastrándote por el piso?

–Soy un bebé serpiente –contestó el ser, con una voz llena de silbidos, como si el aire se le escapara sin control por entre los dientes–. Las serpientes caminamos así.

–¿Quieres que te enseñe?

–¡Sí, sí! –exclamó el bebé rana, impulsándose hacia arriba con sus

dos larguísimas patas traseras, en señal de alegría.

La serpiente le dio entonces unas cuantas clases del secreto arte de arrastrarse por el piso, en el que ninguna rana se había aventurado hasta entonces. Luego de un par de horas de intentos fallidos, en los que la rana tragó tierra por montones y terminó con la cabeza clavada en el suelo y sus largas patas agitándose en el aire, pudo por fin avanzar algunos metros, aunque de forma bastante cómica.

–Ahora yo quiero enseñarte a saltar. ¿Te gustaría? –le preguntó la rana a su nuevo amigo.

– ¡Encantado! –repuso la serpiente, haciendo remolinos en el suelo, de la emoción.

Y la rana le enseñó entonces a la serpiente el difícil arte de caminar saltando, en el que ninguna serpiente se había aventurado hasta entonces. Para la serpiente fue tan difícil aprender a saltar como para la rana aprender a arrastrarse por el piso.

Fueron precisas más de dos horas para que la serpiente pudiera despegar del suelo por completo su larguísimo cuerpo. Al fin lo logró, pero se veía tan gracioso cuando se elevaba, y chapoteaba tan fuertemente entre el barro después de cada salto, que los dos amigos no podían menos que reírse a carcajadas.

Así pasaron toda la mañana, divirtiéndose como enanos y burlándose amistosamente el uno del otro. Y hubieran seguido todo el día si sus respectivos estómagos no hubieran empezado a crujir, recordándoles que era hora de comer.

–¡Nos vemos mañana a la misma hora! –dijeron al despedirse.

–¡Hola mamá, mira lo que aprendí a hacer! –gritó la rana al entrar a su casa. Y de inmediato se puso a arrastrarse por el piso, orgulloso de lo que había aprendido.

–¿Quién te enseñó a hacer eso? –gritó la mamá rana furiosa, tan furiosa que la rana quedó paralizado del susto.

–Un bebé serpiente de colores que conocí esta mañana –contestó atemorizado la rana

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