Cuentos De Juan Bosch
CiberRedjj5 de Diciembre de 2014
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CUENTOS DE NAVIDAD
de JUAN BOSCH
Pocas historias poseen la virtud de ser contadas o leídas, produciendo un mismo encantamiento en los niños y en los adultos. El “Cuento de Navidad” del profesor Juan Bosch es uno de estos casos de excepción: la ternura, el frescor y la fantasía deleitan a los pequeños, el espíritu y el mensaje provocan la reflexión en los más grandes, el tono vivaz y la escritura tan poética como simple “llegan” a todas las sensibilidades.
El autor en su estudio teórico, “Apuntes sobre el arte de escribir cuentos “expresa que el cuentista “padre y el dictador de sus criaturas, no puede dejarlas libres ni tolerarles rebeliones” mientras los personajes de una novela, a partir de sus hechos y de sus caracteres, a veces modifican la acción originalmente prevista por el novelista. Si bien es cierto que los textos bíblicos y la tradición cristiana tejieron la trama del relato y encauzaron los hilos narrativos, Juan Bosch dio curso a su imaginación creadora. Como los grandes escritores clásicos que siempre enriquecían y exaltaban los modelos antiguos, la mitología pagana o las Santas Escrituras.
Es mas, tenemos la impresión que el Señor Dios del Cuento de Navidad se “rebela” contra su autor... durmiendo, que sus sueños de “varios siglos” no solamente dejan a los hombres actuar bien o mal (sobre todo) sin el debido control omnipotente y orientador, sino que ese cuento de Navidad, a partir de aquella emancipación del héroe principal, de las de Santa Claus y de los Reyes Magos, se convierte en estructura novelesca, en una novela, corta y gigantesca, que boceta los destinos de la humanidad desde sus orígenes. Por ejemplo, uno de los largos sueños divinos, según el narrador, permite que se martirice y se crucifique a Jesús Cristo y el despertar de Dios Padre determina la resurrección, pero en la técnica de la narración, el incidente significa un descanso y un impulso para la continuación del relato y su construcción dinámica, o sea, determina la curva de la acción.
Tampoco Juan Bosch puede olvidar que él es un historiador hasta en la obra de ficción. En el “Cuento de Navidad”, él hace historia a grandes rasgos y su pensamiento tiende a colocar la epopeya transcrita por los Testamentos en el sentido de la historia de todos los hombres hasta los cataclismos bélicos y los inventos mortíferos de la época moderna. La visión histórico-filosófica del escritor trasc
iende los límites habituales del género literario, se vuelve reflexión universal y materia de reflexiones para la generalidad de los lectores.
La originalidad de Juan Bosch consiste en esta utilización combinada de la elaboración imaginaria y de las fuentes textuales para comunicar sus ideas de paz, de fraternidad y de justicia. Y tampoco es una casualidad que el cuento se cierre sobre una imagen simbólica y real, que concierne al drama y las esperanzas latinoamericanas: el padre, la abuela, el niño, la choza de México transmutan en nuestro continente la Natividad de Jesús, la pobreza de sus padres y los obsequios de los Reyes.
El cuento cumplió circularmente su ciclo narrativo, devolviendo a la infancia desamparada de hoy, el mensaje de esperanza que significó y significa siempre la Natividad. La fábula se convierte recordamos las palabras de Voltaire en “el emblema de la verdad”, de una verdad que, en el hermoso “Cuento de Navidad” del profesor Juan Bosch, se confunde con el destino y los anhelos de la humanidad.
Marianne de Tolentino
Santo Domingo, Diciembre 1977.
CAPITULO I
Más arriba del cielo que ven los hombres, había otro cielo, su piso era de nubes y después, por encima y por los lados, todo era luz, una luz resplandeciente que se perdía en lo infinito. Allí vivía el Señor Dios.
El Señor Dios debía estar disgustado porque se paseaba de un extremo al otro extremo del cielo. Cada zancada suya era como de cincuenta millas y a sus pisadas temblaba el gran piso de nubes y se oían ruidos como truenos. El Señor Dios llevaba las manos a la espalda, unas veces doblaba la cabeza y otras la erguía y su gran cabeza parecía un sol deslumbrante. Por lo visto, algo preocupaba al Señor Dios.
Era que las cosas no iban como Él había pensado. Bajo sus pies tenía la Tierra, uno de los más pequeños de todos los mundos que Él había creado y en la Tierra los hombres se comportaban de manera absurda, guerreaban, se mataban entre sí, se robaban, incendiaban ciudades, los que tenían poder y riquezas y odiaban a los vecinos ricos y poderosos, formaban ejércitos y salían a atacarlos. Unos se declaraban reyes, y mediante el engaño y la fuerza tomaban las tierras y los ganados ajenos, apresaban a sus enemigos y los vendían como bestias. Las guerras, las invasiones, los incendios y los crímenes comenzaban sin que nadie supiera cómo, ni debido a qué causa y todos los que iniciaban esas atrocidades decían que el Señor Dios les mandaba a hacerlas y sucedía que las víctimas de tantas desgracias le pedían ayuda a Él que nada tenía que ver con esas locuras. El Señor Dios se quedaba asombrado.
El Señor Dios había hecho los mundos para otra cosa y especialmente había hecho la Tierra y la había poblado de hombres para que éstos vivieran en paz como si fueran hermanos, disfrutando entre todos de las riquezas y las hermosuras que Él había puesto en las montañas y en los valles, en los ríos y en los bosques. El Señor Dios había dispuesto que todos trabajaran a fin de que ocuparan su tiempo en algo útil y a fin de que cada quien tuviera lo necesario para vivir y con la claridad del Sol hizo el día para que se vieran entre si y vieran sus animales y sus sembrados y sus casas y vieran a sus hijos y a sus padres y comprendieran que los otros tenían también sembrados y animales y casas, hijos y padres a quienes querer y cuidar. Pero los hombres no se atuvieron a los deseos del Señor Dios, nadie se conformaba con lo suyo y cada quien quería lo de su vecino, las tierras, las bestias, las casas, los vestidos y hasta los hijos y los padres para hacerlos esclavos. Ocurría que el Señor Dios había hecho la noche con las tinieblas y su idea era quelos hombres usaran el tiempo de la oscuridad para dormir. Pero ellos usaron esas horas de oscuridad para acecharse unos a otros, para matarse y robarse, para llevarse los animales e incendiar las viviendas de sus enemigos y destruir sus siembras.
Aunque en los cielos había siempre luz, la lejana luz de las estrellas y la que despedía de si el propio Señor Dios, se hizo necesario crear algo que disipara de vez en cuando las tinieblas de la Tierra y el Señor Dios creó la Luna. La Luna iluminó entonces toda la inmensidad. Su dulce luz verde amarilla llenaba de claridad los espacios y el Señor Dios podía ver lo que hacían los hombres cuando se ponía el Sol. Con sus manos gigantescas, Él hacía un agujero en las nubes, se acostaba de pechos en el gran piso gris, veía hacia abajo y distinguía nítidamente a los grupos que iban en son de guerra y de pillaje. El Señor Dios se cansó de tanta maldad, acabó disgustándose y un buen día dijo:
- Ya no es posible sufrir a los hombres.
Y desató el diluvio, esto es, ordenó a las aguas de los cielos que cayeran en la Tierra y ahogaran a todo bicho viviente, con la excepción de un anciano llamado Noé que no tomaba parte en los robos, ni en los crímenes, ni en los incendios y que predicaba la paz en vez de la guerra. Además de Noé, el Señor Dios pensó que debían salvarse su mujer, sus hijos, las mujeres de sus hijos y todos los animales que el viejo Noé y su familia metieran dentro de una arca de madera que debía flotar sobre las aguas.
Pero eso había sucedido muchos millares de años atrás. Los hijos de Noé tuvieron hijos y los nietos a su vez, tuvieron hijos y después los biznietos y los tataranietos. Terminado el diluvio, cuando estuvo seguro de que Noé y los suyos se hallaban a salvo, el Señor Dios se echó a dormir. Siempre había sido Él dormilón y un sueño del Señor Dios duraba fácilmente varios siglos. Se echaba entre las nubes, se acomodaba un poco, ponía su gran cabeza sobre un brazo y comenzaba a roncar. En la tierra se oían sus ronquidos y los hombres creían que eran truenos.
El sueño que disfrutó el Señor Dios a raíz del diluvio fue largo, más largo quizá de lo que Él mismo había pensado tomarlo. Cuando despertó y miró hacia la Tierra quedó sorprendido. Aquel pequeño globo que rodaba por los espacios estaba otra vez lleno de gente, de enorme cantidad de gente, unos que vivían en grandes ciudades, otros en pequeñas aldeas, muchos en chozas perdidas por los bosques y los desiertos. Y lo mismo que antes, se mataban entre si, se robaban, se hacían la guerra.
Por eso se veía al Señor Dios preocupado y disgustado, por eso iba de un sitio a otro, dando zancadas de cincuenta millas. El Señor Dios estaba en ese momento pensando qué cosa debía hacer para que los hombres aprendieran a quererse entre si, a vivir en paz. El diluvio había probado que era inútil castigarlos. Por lo demás, el Señor Dios no quería acabar otra vez con ellos, al fin y al cabo eran sus hijos, El los había creado y no iba Él a exterminarlos porque se portaran mal. Si ellos no habían comprendido sus propósitos, tal vez la culpa no era de ellos, sino del propio Señor Dios que nunca se los había explicado.
- Tengo que buscar un maestro que les enseñe a conducirse – dijo el Señor Dios para sí.
Y como el Señor Dios no pierde su tiempo, ni comete la tontería de mantenerse colérico sin buscarles solución a los problemas, dejó de dar zancadas, se quedó tranquilo
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