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EL APÓSTOL DE LAS ABEJAS Y YO MISMO


Enviado por   •  19 de Octubre de 2015  •  Ensayos  •  515 Palabras (3 Páginas)  •  192 Visitas

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JUAN IGNACIO ARIAS ANAYA

EL APÓSTOL, LAS ABEJAS Y YO MISMO.

Aquella tarde no había mucho qué hacer. Quedé dormido en un sofá que estaba colocado justo en medio de un cuarto utilizado como bodega. Al parecer, ahí me dejarían en paz, dado los demás, estaban todavía en la friega de quitar, desoldando unos fierros que estorbaban.

Me despertó por un instante un sordo ruido que luego ya no escuché, por tanto volví acomodarme, para aprovechar reponer un poco, dado no dormí la noche anterior, pensando en mil problemas por resolver, luego haber ocurrido la tragedia de ver inundado el pueblo donde encontrábamos laborando.

Confieso me arrullé con el radio encendido, por unos momentos me desconecté completamente, sabiendo que en cuanto estuviera listo aquello de quitar los fierros retorcidos, me vendrían a llamar.

De pronto escucho claramente un zumbido. ¡Eran abejas! Y por lo que pude comprender, cuando puse atención, estaban furiosas y no iban a parar mientes en dejarme descansar como lo estaba haciendo.

Intrigado, pude ver cientos, miles de ellas, volando furibundas, por donde los obreros seguían tratando quitar aquellos fierros. Jamás se habían movido y esta vez, era necesario.

Sorprendido pensé. ¿Dos montenes empatados, y no poder hacerlo?

Y ahora menos con el enjambre tratando de buscar a los culpables que molestaban su tranquilo refugio donde habían instalado, aquello no podía ser.

Unos de los obreros ya habían sido picados, lamentaban doliendo de la picadura.

Los otros, trataban echar humo para ahuyentar a las abejas que sólo buscaban les dejaran vivir en paz. El patrón seguramente vendría a ver si habíamos terminado. Y yo que no hallaba cómo despejar esa área, de tan terribles bichos como pueden ser unas abejas enfurecidas. ¡Todo un dilema!

Pude ver, había un sinfín de pequeñas aladas, formando una bola que crecía, conforme los operarios iban jalando los fierros.

Alguien, cuyo nombre nunca supe, llegó. Preguntó por el ingeniero y cuando supo era yo, muy comedido pidió permiso de entrar al quite por ellas, explicando lo benéficas que son, dado polinizan las plantas, que gracias ellas, dan fruto para los humanos.

Por supuesto, lo que menos quería, era seguir teniendo qué pelear contra ellas.

Pude ver, el hombre muy tranquilo, llegó donde la bola había crecido enormemente.

Ya pesaría al menos sus cuatro o cinco kilos. Llevó solamente una gran bolsa de polipropileno. Sin miedo a las picaduras tomó el soporte donde habían instalado provisionalmente

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