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El Encanto

27 de Septiembre de 2012

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EL ENCANTO, TENDAJÓN MIXTO

ELENA GARRO

PERSONAJES:

El Narrador

Juventino Juárez

Anselmo Duque

Ramiro Rosas

La mujer del hermoso pelo negro

Un camino real. Unas rocas. El Narrador, solo en medio de la escena.

NARRADOR.-Hubo un tiempo, hace años, en que el hombre buscaba el sustento, penando en despoblado. Los caminos eran entonces más largos; eran de piedra, y los nombraban camino real. Al hombre no le placía arriesgarse solo por aquellas soledades; y buscaba la compañía del hombre -como debe de ser- para ir de un pueblo a otro. Aquí, en este mismo Cerro de la Herradura, que tantas y tantas cosas ha visto, tan bien curvado, tan alto, y en donde no se da sino el huizache, sucedió... Dicen las lenguas que era un tres de mayo, ya anocheciendo...

La escena se oscurece. Luego vuelve a iluminarse con una luz de crepúsculo. El Narrador ha desaparecido, en su lugar están los tres arrieros: Juventino Juárez, Anselmo Duque y Ramiro Rosas. Los tres vienen cubiertos de polvo, con los labios secos y los sombreros de petate, amarillos de sol, el color de las bridas desvanecido por la luz.

JUVENTINO.-Del hombre ni su sombra... llevamos dos días andados y parece que todos hubieran muerto...

RAMIRO.-Así es. Solo, como Dios manda que sea un paraje solo.

ANSELMO.-(Sentándose desconsolado sobre una piedra) Dios no manda que uno viva en esta soledad. Más bien es al contrario: El nos dio la compañía de la mujer y la del hombre; el goce de los árboles y el agua, así como también el ruido de los animales.

JUVENTINO.-No nos culpes, Anselmo Duque, de estas soledades, que si por nosotros fuera ahora mismo brotarían los ojos de agua, las fuentes, los árboles y los enjambres de pájaros que rodean a un pueblo.

ANSELMO.-Ya sé que también ustedes andan con los pies gastados. Igual que yo, igual que los animales ahí echados, (hace un ademán señalando el lugar en donde se supone que se encuentran las bestias) porque ya no tienen fuerzas ni para levantar el rabo.

JUVENTINO.-La fatiga te hace hablar así. Espera a que este resplandor baje, y verás cómo hallamos consuelo en la frescura de las sombras. De noche la fuerza retoña en los talones.

ANSELMO.-No me consuelo, ¡que a veces las palabras son estorbosas por faltar a la verdad!

RAMIRO.-¡Cállate, muchacho! ¡Tus quejidos no van a acercar el pueblo! Siempre estuvo a ocho leguas de aquí. Nadie se lo ha llevado más lejos para hacernos la maldad.

ANSELMO.-¡Desde cuándo lo debíamos haber topado! Ya me canso. ¡Anda y anda y anda! Y cada vez se nos aleja más.

RAMIRO.-También yo, ¡qué no daría por hallar algún cobijo! Algún maíz para los animales, y para mí un buen trago de agua fresca.

JUVENTINO.-¡Quién los oyera! ¡Qué no diría! •Mírenlos, llorando por ocho leguas de andada!.. Aunque para mí, también sería muy placentero encontrarme bajo techo... ya ni la cuenta llevo de las noches pasadas al sereno...

ANSELMO.-Mis ojos no han visto todavía más que padeceres.

RAMIRO.-¡Así estaría dispuesto, muchacho!

JUVENTINO.-Es mejor no fijar la vista. Traerla vaga, para no ver tantos males que caen sobre nosotros.

ANSELMO.-Yo diría que no, que hay que traer la vista bien alerta. Sólo así podemos ver lo que se nos esconde... Todo está al alcance de los ojos, sólo que no lo sabemos mirar.

VOZ DE MUJER.-¡Hasta mis ojos están al alcance de los tuyos!

Los tres hombres se sobresaltan. Miran hacia el punto de donde vino la voz.

ANSELMO.- ¡Era voz de mujer!

RAMIRO.-No veo sus ojos...

JUVENTINO.-¡Qué vas a ver si no hay nada!... Y además... no oímos nada... se nos figuró...

VOZ DE LA MUJER.-¡Los viejos creen que ya vieron y oyeron todo!

ANSELMO.-Mis ojos todavía no han visto nada. . . nada más que padeceres.

RAMIRO.-Dice bien este muchacho, el mal está en que no sabemos ver. ¿Por dónde hallaré tus ojos, amable voz?

JUVENTINO.-¡No se dejen embriagar por el engaño!

VOZ DE LA MUJER.-Hay que vivir embriagados, mirando las embriagadoras fuentes, los pájaros y los ojos de la mujer.

JUVENTINO.-¡No tientes a un pobre arriero! Los ojos del vicio son malos. Aunque, diciéndolo mejor, son malos y son buenos, porque también los permite Dios.

ANSELMO.-Todos los ojos son buenos. Con ellos he visto el agua y también he visto el vino, que es aún más gran placer, y del cual ando privado... Y quisiera ver tus ojos como veo tu voz.

JUVENTINO.-Sólo con los ojos del vino hallaríamos lo que buscas, Anselmo Duque.

RAMIRO.-Quién sabe. ¡Estos ojos son también muy serviciales!

ANSELMO.-Por ellos entra el gusto y el disgusto, el placer y la amistad. Y eso que todos buscamos, una amable compañía.

VOZ DE LA MUJER.-¿Y por qué no quieren ver a esta amable compañía? Si quisieran... mis ojos estarían adentro de los suyos...

JUVENTINO.-¡Muy verdad! ¡Con voluntad, muchas brutalidades veríamos!

RAMIRO.-Y también mucha hermosura...

ANSELMO.-¡Y también mucho pecado! Porque sólo pecando se conserva el hombre... ¡Muéstrate, amable compañía!

Los tres miran al punto de donde viene la voz. En ese lugar, el telón se abre y aparece una tiendita. Su rótulo dice: "El Encanto, Tendajón Mixto". La tienda desparrama una luz dorada; sus costales son luminosos; el mostrador, resplandeciente; las filas de botellas lanzan rayos de oro. Acodada al mostrador, una hermosa mujer sonríe. Lleva un traje amarillo y el suntuoso pelo negro suelto hasta las rodillas. Cerca de ella, sobre el mostrador, hay cuatro copas, también relucientes, y una botella.

MUJER.-Dices bien, Anselmo Duque, sólo pecando se conserva el hombre...

JUVENTINO.- (Mirándola asombrado) ¡El ojo del hombre es su propio encantamiento!

RAMIRO.- ¡Nunca vi un pelo semejante al tuyo! Dime, mujer, si de veras eres mujer o sólo una aparición para mi vista.

ANSELMO.-¡Cállate! ¿Cómo no va a ser así, si así la vemos?

MUJER.- (Meciendo su cabellera) ¡Déjalos, no los contradigas! Yo soy como me ves.

JUVENTINO.-Te meces como una garza, y muy segura estás de lo que dices. Tan buena y tan engañosa como tus palabras oí una voz, hace ya muchos años...

RAMIRO.-Te pareces a la garza, es cierto, por eso no eres de fiar. De repente, vas a dar el volido... para mí sigues no siendo de veras.

MUJER.-De veras, soy. Aunque para ti no fuera.

JUVENTINO.-Es mujer del agua.

ANSELMO.-¡Qué lenguas tan renegadas! ¡Qué ojos llenos de tierra!

RAMIRO.- ¡Tú qué sabes, muchacho!

JUVENTINO.-Eres lisonjera como una aparición de medianoche.

MUJER.-A media noche me baño, aunque tú no conozcas los ríos adonde voy, ni las lagunas de donde vengo.

RAMIRO.-Eres engañosa. ¡Ninguna mujer de bien anda por estos parajes!

ANSELMO.-Yo quiero ir a bañarme en tus ríos. ¡Y volver contigo de tus lagunas!

JUVENTINO.- ¿Qué dices, muchacho? Esta es mujer para ver, no para tocar, porque es mujer del agua.

ANSELMO.- (Adelantándose hacia la mujer) ¡Dices verdad! Yo sé que te bañas en ríos que jamás he visto, que te alimentos de algo que no es cualquier cosa, y que tus pies te trajeron aquí para hacernos llevadera esta fatiga... Y también sé que mis ojos te han buscado desde que fueron mis ojos...

MUJER.-El hombre encuentra lo que busca. Y si a tus ojos vine, fue pare darte algún encantamiento. (Levanta la mano, ofreciéndosela a Anselmo)

JUVENTINO.- ¡Muchacho, no te dejes llevar por su mirada!

RAMIRO.--¡No toques su mano!

JUVENTINO.- ¡Quién quita y se nos vuelva una humareda que nos extravíe el comino!

RAMIRO.--¡O que el humo nos prive de su tierna compañía!

MUJER.--¡Cuánta desconfianza! ¿Por qué habían de tenerme miedo? Si de humo fuera, menos daño les haría...

JUVENTINO.--El humo es engañoso, no deja ver; y agarra todas las formas.

MUJER.--Es cierto, el humo abunda, y a veces toma también la forma de los arrieros.

RAMIRO.-Qué, ¿nos vas a decir ahora que somos nosotros los que somos de humo?

MUJER.--(Seria) ¡Si! ¡El humo de una huizachera ardida!

JUVENTINO.-A mí no me engañas, mujer. Ni me vas a hacer creer que soy lo -que nunca fui.

RAMIRO. —En cambio, tu pelo es una humareda que hace llorar los ojos.

MUJER.—Yo les traje las sombras de mi pelo negro, para cobijarlos del calor del día. ¿No buscaban consuelo?

ANSELMO.--¡Yo si quiero cobijarme en ti de esta sequía!

MUJER.—Eres El único que ama los cabellos y las palabras nuevas.

RAMIRO, —No lo tomes a mal, es que andarnos sobrecogidos en tu presencia

JUVENTINO.—Sí, hablábamos de los pájaros y el agua...

ANSELMO.—Y de la amable compañía de la mujer.

MUJER.---(Sacudiéndose la cabellera, de la cual brotan pájaros que revolotean alrededor de su cara) •Pájaros? (Se vuelve, toma un cántaro, sale de detrás del mostrador y vierte el agua en el suelo de la tiendita, y de ella se levanta un surtidor) ¿Agua? ¡Aquí haremos una fuente!

ANSELMO.-Ya encontramos el pueblo y sus placeres. ¿Qué más pueden pedirle? ¿Ya le creen?

RAMIRO,-¡Nos está encantando!

JUVENTINO.—En el nombre de tres honrados hombres, te pido que me digas quién eres.

MUJER.-¿Acaso no buscaban la amable compañía de la mujer? Eso soy. Yo no acompaño

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