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El cuento de Simbad el marino


Enviado por   •  20 de Mayo de 2015  •  Informes  •  1.697 Palabras (7 Páginas)  •  210 Visitas

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Simbad el marino

Hace muchos años: en Bagdad, Simbad era un joven muy pobre, que para sobrevivir trasladaba pesados fardos; por lo que le decían “el cargador”, lamentándose de su suerte.

Sus quejas fueron oídas por un millonario, quien lo invitó a compartir una cena. Allí estaba un anciano, que dijo lo siguiente: - Soy Simbad, el marino. Mi padre me legó una fortuna, pero la derroché; quedando en la miseria. Vendí mis trastos y navegué con unos mercaderes. Llegamos a una isla, saliendo expulsados por los aires, pues en realidad era una ballena. Naufragué sobre una tabla hasta la costa, tomando un barco para volver a Bagdad.

Y Simbad, el marino, calló. Le dio al joven 100 monedas, rogándole que volviera al otro día. Así lo hizo y siguió su relato: -Volví a zarpar. Al llegar a otra isla me quedé dormido y, al despertar, el barco se había marchado. Llegué hasta un profundo valle sembrado de diamantes y serpientes gigantescas. Llené un saco con todas las joyas que pude, me até un trozo de carne a la espalda y esperé a que un águila me llevara hasta su nido, sacándome así de este horrendo lugar. Terminado el relato, Simbad, el marino volvió a darle al joven 100 monedss, rogándole que volviera al día siguiente.

- Con mi fortuna pude quedarme aquí -relató Simbad-, pero volví a navegar. Encallamos en una isla de pigmeos; quienes nos entregaron al gigante con un solo ojo, que comía carne humana. Más tarde, aprovechando la noche, le clavamos una estaca en su único ojo y huimos de la isla, volviendo a Bagdad. Simbad dio al joven nuevas monedas, y al otro día evocó: - Esta vez, naufragamos en una isla de caníbales. Cautivé a la hija del rey, casándome con ella; pero poco después murió, ordenándome el rey que debía ser enterrado con mi mujer. Por suerte, pude huir y regresé a Bagdad cargado de joyas. Simbad, el marino, siguió narrando y el joven escuchándolo: - Por último - dijo- me vendieron como esclavo a un traficante de marfil. Yo cazaba elefantes y un día, huyendo de uno, trepé a un árbol; pero el animal lo sacudió tanto, que fui a caer en su lomo, llevándome hasta su cementerio. ¡Era una mina de marfil! Fui donde mi amo y se lo conté todo. En gratitud, me dejó libre, regalándome valiosos tesoros. Volví y dejé de viajar. ¿Lo ves?, sufrí mucho, pero ahora gozo de todos los placeres. Al acabar, el anciano le pidió al joven que viviera con él, aceptando encantado; siendo muy feliz a partir de entonces

FÁBULA DEL ASNO, EL BUEY Y EL LABRADOR

"Has de saber, hija mía, que hubo un comerciante dueño de grandes riquezas y de mucho ganado. Estaba casado y con hijos. Alah, el Altísimo, le dio igualmente el conocimiento de los lenguajes de los animales y el canto de los pájaros. . Habitaba este comerciante en un país fértil, a orillas de un río. En su morada había un asno y un buey.

Cierto día llegó el buey al lugar ocupado por el asno y vio aquel sitio barrido y regado. En el pesebre había cebada y paja bien cribadas, y el jumento estaba echado, descansando. Cuando el amo lo montaba, era sólo para algún trayecto corto y por asunto urgente, y el asno volvía pronto a descansar. Ese día el comerciante oyó que el buey decía al pollino: "Come a gusto y que te sea sano, de provecho y de buena digestión. ¡Yo estoy rendido y tú descansando, después de comer cebada bien cribada! Si el amo, te monta alguna que otra vez, pronto vuelve a traerte. En cambio yo me reviento arando y con el trabajo del molino." El asno le aconsejo: "Cuando salgas al campo y te echen el yugo, túmbate y no te menees aunque te den de palos. Y si te levantan, vuélvete a echar otra vez. Y si entonces te vuelven al establo y te ponen habas, no las comas, fíngete enfermo. Haz por no comer ni beber en unos días, y de ese modo descansarás de la fatiga del trabajo." Pero el comerciante seguía presente, oyendo todo lo que hablaban. Se acercó el mayoral al buey para darle forraje y le vio comer muy poca cosa. Por la mañana, al llevarlo al trabajo, lo encontró enfermo. Entonces el amo dijo al mayoral: "Coge al asno y que are todo el día en lugar del buey." Y el hombre unció al asno en vez del buey y le hizo arar todo el día.

Al anochecer, cuando el asno regresó al establo, el buey le dio las gracias por sus bondades, que le habían proporcionado el descanso de todo el día; pero el asno no le contestó. Estaba muy arrepentido.

Al otro día el asno estuvo arando también durante toda la jornada y regresó con el pescuezo desollado, rendido de fatiga. El buey, al verle en tal estado, le dio las gracias de nuevo y lo colmó de alabanzas. El asno le dijo: "Bien tranquilo estaba yo antes. Ya ves cómo me ha perjudicado el hacer beneficio a los

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