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Habilidades lingüísticas


Enviado por   •  26 de Mayo de 2014  •  Prácticas o problemas  •  4.748 Palabras (19 Páginas)  •  319 Visitas

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ENSEÑAR LENGUA

Daniel Cassany, Martha Luna, Gloria Sanz

GRAO

6. Habilidades lingüísticas

6.3 Expresión oral

¿Hay que enseñar a hablar?

La función tradicional de la escuela, en el ámbito de la lengua, ha sido enseñar a leer y a escribir. En la percepción popular, la capacidad de descifrar o cifrar mensajes escritos, la alfabetización, ha sido — ¡y tal vez aún lo sea!— el aprendizaje más valioso que ofrece la escuela. La habilidad de la expresión oral ha sido siempre la gran olvidada de una clase de Lengua centrada en la gramática y en la lectoescritura.

Siempre se ha creído que los niños y las niñas aprenden a hablar por su cuenta, en casa o en la calle, con los familiares y los amigos, y que no hace falta enseñarles en la escuela. Hablar bien o hablar mejor no ha sido una necesidad valorada hasta hace poco. Las únicas personas que mostraban cierto interés por ello eran las que sufrían alguna deficiencia física o psíquica que les causaba un defecto importante, pero puesto que la metodología y los materiales didácticos eran más bien escasos, quedaban, en definitiva, casi a la buena de Dios.

En una concepción mucho más moderna de la escuela, como formación integral del niño, el área de Lengua también debe ampliar sus objetivos y abarcar todos los aspectos relacionados con la comunicación . En la sociedad moderna y tecnificada en la que vivimos, a menudo nos encontramos en situaciones “especiales” o “complicadas”, que tienen consecuencias trascendentales en nuestra vida (trabajo, dinero, amistades, decisiones, etc.). Por ejemplo:

— hacer una exposición ante un grupo numeroso de personas;

— entrevistamos para conseguir trabajo;

— realizar una prueba oral (oposiciones, juicios, exámenes, etc.);

— dialogar por teléfono con desconocidos;

— participar en un programa de radio o de televisión;

— dejar mensajes en un contestador automático;

— declararnos a la persona amada;

— etc.

La vida actual exige un nivel de comunicación oral tan alto como de redacción escrita. Una persona que no pueda expresarse de manera coherente y clara, y con una mínima corrección, no sólo limita su trabajo profesional y sus aptitudes personales, sino que corre el riesgo de hacer el ridículo en más de una ocasión.

El comentario irónico que hasta estos momentos se había reservado para los escritos con faltas de ortografía, ya se empieza a aplicar a la persona que por sistema no responde a lo que se le pregunta, a la que se encalla cuando habla, a la que se pierde en digresiones durante una exposición, o a la que comete muchas incorrecciones gramaticales.

Evidentemente no se trata de enseñar a hablar desde cero. Los alumnos ya se defienden mínimamente en las situaciones cotidianas en las que suelen participar: conversaciones familiares y coloquiales diálogos, explicaciones breves, etc., a pesar de que el impacto de la televisión en los hogares está cambiando y reduciendo la comunicación familiar. Lo que conviene trabajar en clase son las demás situaciones:

— Las comunicaciones de ámbito social: parlamentos, exposiciones, debates públicos, reuniones, discusiones, etc.;

— Las nuevas tecnologías: teléfono, radio, televisión, etc.;

— Las situaciones académicas: entrevistas, exámenes orales, exposiciones, etc.

En definitiva, hay que ampliar el abanico expresivo del alumno, de la misma manera que se amplia su conocimiento del medio o su preparación física o plástica (que ya ha iniciado antes de llegar a la escuela). Sería un gran disparate pretender que los niños aprendieran a hacer las actividades de la lista anterior sin ningún tipo de ayuda en la escuela, sin instrucción formal.

El mundo de la enseñanza está tomando conciencia lentamente de este cambio. Han aparecido algunos libros sobre esta cuestión, que proponen materiales para trabajar en clase: Badia y Vila (1993), Coramina (1984), García et al. (1986), Saló (1990), Solé (1988) — ¡y es de esperar que se publiquen muchos más en un futuro inmediato!-. Se ha tratado el tema en seminarios, cursillos y escuelas de verano, Y, finalmente, la última reforma educativa que vivimos, la Reforma con mayúscula, incorpora en los programas un tratamiento extenso y variado de la lengua oral, casi equivalente al de la lengua escrita. Seguramente es la primera vez que ocurre esto en nuestro país y esta innovación debe entenderse como una de las más importantes de la Reforma.

Pero, a pesar de todo, muchos profesores siguen siendo escépticos sobre el tema. No sabemos cómo podemos trabajar esta habilidad en clase. Nadie nos ha enseñado a enseñar sobre esto — ¡ni tampoco nos han enseñado a nosotros!—, hay pocos materiales disponibles, etc. Además, cuando te decides a poner en práctica alguna técnica, puedes tener la sensación de perder el tiempo, de no avanzar, y se hace difícil controlar el ejercicio (los alumnos hablan al mismo tiempo y gritan más de lo previsto) y de evaluarlo. Se trata de los típicos problemas, fruto de la inexperiencia, la inseguridad y la falta de formación en un apartado que, como decíamos, ha sido demasiado desatendido. Pero todo esto se puede superar con una buena disposición, la práctica y ganas de aprender.

De ninguna manera podemos olvidar la delicada cuestión de la enseñanza de las lenguas propias y del castellano en las comunidades bilingües. Nos referimos al aprendizaje de la lengua oral propia de cada territorio (catalán, gallego, euskera), y del castellano oral, que deben realizar todos los escolares residentes en cada zona. Las leyes y los currículos escolares proponen que, al acabar su escolarización, el alumnado domine con una misma capacidad suficiente las dos lenguas cooficiales de la comunidad. Nos parece un propósito sensato y deseable, atendiendo a la situación plurilingüísta del estado.

Pero la realidad demuestra que este objetivo todavía está lejos de cumplirse y que las lenguas desfavorecidas son las propias de cada zona (catalán, euskera, gallego) en favor del castellano, que continúa siendo la lengua ambiental más “prestigiosa” y la que realmente aprenden los alumnos. Es lamentable comprobar en qué condiciones llegan a la universidad o a secundaria

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