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Juan Antonio Pérez Bonalde. A mi hermana Elodia


Enviado por   •  11 de Octubre de 2014  •  Informes  •  1.619 Palabras (7 Páginas)  •  652 Visitas

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Juan Antonio Pérez Bonalde

A mi hermana Elodia

I

¡Tierra!, grita en la proa el navegante

y confusa y distante,

una línea indecisa

entre brumas y ondas se divisa;

poco a poco del seno

destacándose va del horizonte,

sobre el éter sereno,

la cumbre azul de un monte;

y así como el bajel se va acercando,

va extendiéndose el cerro

y unas formas extrañas va tomando;

formas que he visto cuando

soñaba con la dicha en mi destierro.

Ya la vista columbra

las riberas bordadas de palmares

y una brisa cargada con la esencia

de violetas silvestres y azahares,

en mi memoria alumbra

el recuerdo feliz de mi inocencia,

cuando pobre de años y pesares,

y rico de ilusiones y alegría,

bajo las palmas retozar solía

oyendo el arrullar de las palomas,

bebiendo luz y respirando aromas.

Hay algo en esos rayos brilladores

que juegan por la atmósfera azulada,

que me habla de ternuras y de amores

de una dicha pasada,

y el viento al suspirar entre las cuerdas,

parece que me dice: « ¿no te acuerdas?».

Ese cielo, ese mar, esos cocales,

ese monte que dora

el sol de las regiones tropicales…

¡Luz, luz al fin! Los reconozco ahora:

son ellos, son los mismos de mi infancia,

y esas playas que al sol del mediodía

brillan a la distancia,

¡oh, inefable alegría,

son las riberas de la patria mía!

Ya muerde el fondo de la mar hirviente

del ancla el férreo diente;

ya se acercan los botes desplegando

al aire puro y blando

la enseña tricolor del pueblo mío.

¡A tierra, a tierra, o la emoción me ahoga,

o se adueña de mi alma el desvarío!

Llevado en alas de mi ardiente anhelo,

me lanzo presuroso al barquichuelo

que a las riberas del hogar me invita.

Todo es grata armonía; los suspiros

de la onda de zafir que el remo agita;

de las marinas aves

los caprichosos giros;

y las notas suaves,

y el timbre lisonjero,

y la magia que toma

hasta en labios del tosco marinero,

el dulce son de mi nativo idioma.

¡Volad, volad, veloces,

ondas, aves y voces!

Id a la tierra en donde el alma tengo,

y decidle que vengo

a reposar, cansado caminante,

del hogar a la sombra un solo instante.

Decidle que en mi anhelo, en mi delirio

por llegar a la orilla, el pecho siente

dulcísimo martirio;

decidle, en fin, que mientras estuve ausente,

ni un día, ni un instante hela olvidado,

y llevadle este beso que os confío,

tributo adelantado

que desde el fondo de mi ser le envío.

¡Boga, boga, remero, así llegamos!

¡Oh, emoción hasta ahora no sentida!

¡Ya piso el santo suelo en que probamos

el almíbar primero de la vida!

Tras ese monte azul cuya alta cumbre

lanza reto de orgullo

al zafir de los cielos,

está el pueblo gentil donde, al arrullo

del maternal amor, rasgué los velos

que me ocultaban la primera lumbre.

¡En marcha, en marcha, postillón, agita

el látigo inclemente!

Y a más andar, el carro diligente

por la orilla del mar se precipita.

No hay peña ni ensenada que en mi mente

no venga a despertar una memoria,

ni hay ola que en la arena humedecida

con escriba con espuma alguna historia

de los alegres tiempos de mi vida.

Todo me habla de sueño y cantares,

de paz, de amor y de tranquilos bienes,

y el aura fugitiva de los mares

que viene, leda, a acariciar mis sienes.

me susurra al oído

con misterioso acento: «Bienvenido».

Allá van

...

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