LA CIUDAD CABLEADA Y LA CIUDAD LETRADA

LA CIUDAD CABLEADA Y LA CIUDAD LETRADA

HACIA LA CREACIÓN DE UNA INTELIGENCIA COLECTIVA

Lenguaje deviene signos, deviene símbolos, deviene panoramas de significación trascendentales y panoramas de comprensión inmanentes. La tecnología y los mecanismos de distribución del lenguaje materializados, si me permite la expresión, en los medios de comunicación, son el lugar desde la que nos relacionamos en la actualidad. Hemos construido una plataforma trascendental del habla y de la escritura y la tecnología se convirtió en la estructura de un cuerpo virtual, de una extraña forma de nomadismo. La tecnología y la palabra aparecen como el mecanismo de seducción que imprime en nosotros una imagen muy particular y sin comparación en la historia y la evolución humana de lo que llamamos, actualmente, realidad.

Sin embargo, tenemos que observar que tecnología y  lenguaje —escritura y habla— son, en esencia, mecanismos de poder. En este texto, ensayaremos construir dos formas de ciudades, entendidas como la representación del mundo que en la actualidad se complementan, en función del texto Planeta Nómada de Lévy. Evidenciaremos nuestra inserción en una forma muy particular de transformación del ser humano que muy seguramente, como la hipótesis de Lévy, determinara la invención de otra especie de hombre, distinto, mutado, a partir del  hommo sapiens.

En primer lugar, construiremos la ciudad cableada. Metáfora del mundo teologizado. La tecnología, sin lugar a dudas se desarrollo ya no como una herramienta en si misma, como un martillo que se saca del cajón sólo cuando se necesita, sino en una herramienta indispensable. Otra extremidad: el primer paso en esta evolución a la que asistiremos. La tecnología se muestra radicalmente implícita en la posibilidad de comprendernos actualmente. Ya es una cuestión de reminiscencia pensarnos sin las posibilidades técnicas que nos brinda un computador, por ejemplo, o para no caer en el cliché, es imposible comprendernos sin la necesidad de asumir que gran parte de nuestra supervivencia, se la debemos al desarrollo de la tecnología médica.

Es indudable. Sería imposible comprender está época sin mencionar el desarrollo de la tecnología. Esta es la época en la que los libros de Verne, el francés futurista, se hicieron realidad: Viajes al espacio, televisores tridimensionales, el desciframiento del código genético, al respecto, ovejas clonadas, ubicuidad representada en función de mi aquí que es un cualquier lugar gracias a la internet. Si pudiéramos deshacernos de nuestra cotidianidad por un instante, vernos desde lo alto de una montaña, quedaríamos estupefactos con todo esto. La tecnología se convirtió en un cuerpo tan cotidiano que nos usurpó la posibilidad de asombrarnos de lo que vemos. Si ejercemos un acto poético, podríamos afirmar que este mundo es una maravilla. Es un cerebro pensante con una cantidad infinita de conexiones que hacen chispa a cada segundo. Nómadas, somos sujetos que nos movemos a velocidades inconmensurables, inapreciables, como la célebre frase de cuyo autor no tengo referencia: “Muévete tan rápido que parezca ni te mueves”. Ya lo hacemos, y no nos damos cuenta. Tenemos un cuerpo cibernético capaz de moverse a la velocidad de la luz. Es simplemente impresionante, un nomadismo de velocidades infinitas. Esa es la ciudad cableada: la ciudad vertiginosa, que no frena su movimiento. Una ciudad donde los sujetos son uno y a la vez tantos como representaciones virtuales posean.

Por su parte, una ciudad letrada, metáfora de los sujetos del lenguaje esgrimida por Angel Rama^[1], es precisamente la conjugación de dos espacios, la ciudad escrituraria y la letrada. La primera es aquella que ha articulado las posibilidades del poder en el discurso, en el habla y en lo escrito, mientras que una ciudad letrada supone una cierta clase, una cierta logia, una cierta casta, de intelectuales al servicio de juegos de poder que sacralizan la escritura, que la convierten en un territorio oscuro donde sólo los poseedores de una magia igual de oscura pueden caminar y correr, y, de vez, en cuando sobrevolar.

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