LAS COSAS COMO SON por el gran Jorge Ley

LAS COSAS COMO SON | Jorge Ley

Siempre me ha parecido curiosa la manera de percibir a "sus" futbolistas que tienen ciertos aficionados. El ejercicio consiste, en esencia, en transformarlos en unos malditos, en unos personajes shakesperianos o ya puestos, en aspirantes de medio pelo a la vida aventurera de Walter White. Una suerte de letraheridos, con el ego a la altura del cuello, y que fuman, en la intimidad, con la elegancia con la que Don Draper adorna el paso. De ahí los paralelismos que ponen a Xabi Alonso como el sucedáneo actual del protagonista de Mad Men. Aún y con esa tendencia perpetuada por las redes sociales y ahora que el barcelonismo tiene en Neymar a la carroza que no se ha convertido en calabaza, ni aunque sea por las patadas que pueden llegar a imitar el efecto del reloj que marca las doce, me cuesta imaginar al brasileño leyendo la Jot Down o recomendando al personal películas de Scorsese.

Sí lo visualizo, en cambio, llevando a cabo el ritual cuasi religioso que Rafa Cabeleira realiza cada mañana, ojear la prensa y leer Pornhub, como Ana Mato al vestir a sus hijas y afirmar luego que es su mejor momento del día. Lo de Neymar en el Camp Nou, en todo caso, no puede ser sino la confirmación del niño que juega con la pelota en el patio de su casa  y que se siente con la suficiente autoridad jerárquica, ya no digamos futbolística, como para no diluirse entre los lamentos continuos por la extrañada figura de Messi, al que se espera regresando al campo a la manera de un náufrago que por fin ha hallado el camino a casa. Alberto Owono hablaba de "la sonrisa del jugón". Ya antes la mostraba Ronaldinho, principalmente en esas jugaditas a las que en algún momento aspiramos todos sin que un tobillo saliera disparado y que provocó aplausos también en el Bernabéu aún y cuando se veía a Iker Casillas en el suelo y derrotado. Todo lo era capaz el ex Balón de oro antes de que entregara las armas y claudicara frente a las noches barcelonesas como los antihéroes que van y ahogan las penas al bar. Se intuye en Neymar algo parecido al Ronaldinho que rozó el cielo nada más mover el balón. Tiene en sus botas, para beneplácito del Camp Nou, que por algo parece público de teatro, el próximo truco al que alabar, como si perdiéndola se fueran a apagar las luces del estadio o a desalojar el recinto.

twitter: @jorgelh

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