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La Cabaña.

mauro060912 de Octubre de 2013

4.520 Palabras (19 Páginas)368 Visitas

Página 1 de 19

Título original: The Shack

Traducción: Enrique C. Mercado González

Diseño de portada: Marisa Ghiglieri, Dave Aldrich y Bobby Downes Diseño de interiores

de la edición original: Dave Aldrich

Canción utilizada en el capítulo 1: Larry Norman, "One Way". © 1995 Solid Rock Pro

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ductions, Inc. Todos los derechos reservados. Reproducida con permiso. Canción utili

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zada en el capítulo 10: "New World", de David Wilcox. © 1994 Irving Music, Inc., y

Midnight Ocean Bonfire Music. Derechos administrados por Irving Music, Inc. Reprodu

-

cidas con permiso. Todos los derechos reservados.

©2007, William P. Young

Contenido

Prólogo 9

01.Confluencia de caminos 17

02.La oscuridad se avecina 28

03.El punto de inclinación 38

04.La Gran Tristeza 49

05.Adivina quién viene a cenar 74

06.Una pieza de Pi 96

07.Dios en el muelle 113

08.Un desayuno de campeones 125

09.Hace mucho tiempo, en un jardín muy, muy lejano 138

10.Vadeo en el agua 150

11.Ahí viene el juez 163

12.En el vientre de las bestias 183

13.Encuentro de corazones 197

14. Verbo y otras libertades 208

15.Fiesta de amigos 224

16.Una mañana de pesares 233

17.Decisiones del corazón 247

18. Ondas expansivas 255

Epílogo 265

Agradecimientos 267

La historia detrás de La cabaña 271

Esta historia fue escrita para mis hijos:

Chad, la Suave Profundidad

Nicholas, el Explorador Tierno

Andrew, el Bondadoso Afecto

Amy, la Alegre Conocedora

Alexandra (Lexi), el Poder Radiante

Matthew, la Maravilla Naciente

y está dedicada en primer lugar a

Kim, mi Amada, gracias por salvar mi vida;

y en segundo a

"...los perdidos con fe en el reino del Amor. Pongámonos de pie para que brille".

Prólogo

¿Quién no sería escéptico cuando un hombre asegura haber pasado un fin de semana

entero con Dios, nada menos que en una cabaña? Y luego en esa cabaña...

Conozco a Mack desde hace poco más de veinte años, el día en que ambos nos pre

-

sentamos en casa de un vecino para ayudarle a embalar un campo de heno a fin de

acomodar a su par de vacas. Desde entonces andamos juntos, como dicen hoy los

muchachos, compartiendo un café, o para mí, un té chai, extra caliente y con soya.

Nuestras conversaciones brindan un hondo placer, salpicadas siempre de abundantes

risas y, de vez en cuando, de una lágrima o dos. Francamente, entre más envejece

-

mos, más juntos andamos... si entiendes lo que quiero decir.

Su nombre completo es Mackenzie Allen Phillips, aunque la mayoría de la gente le dice

Alien. Es una tradición de familia: todos los hombres tienen el mismo nombre propio,

pero se les conoce por lo común por su apellido intermedio, para evitar, se supone, la

ostentación del i, ii y iii o Júnior y Sénior. Esto también es útil para identificar a los ven

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dedores por teléfono, en especial a los que llaman como si fueran tu mejor amigo. Así

que él, su abuelo, su padre y ahora su hijo mayor se llaman Mackenzie, pero por lo ge

-

neral se hace referencia a ellos con su apellido intermedio. Sólo Nan, su esposa, y sus

amigos íntimos le decimos Mack (aunque he oído a perfectos desconocidos gritarle:

"¡Oye, Mack!, ¿dónde aprendiste a manejar?").

Mack nació en algún lugar del Medio Oeste, chico de granja de una familia irlande

-

sa-estadounidense comprometida, con las manos encallecidas y las reglas rigurosas.

Aunque exteriormente religioso, su muy devoto y estricto padre era un bebedor de

clóset, en especial cuando las lluvias no llegaban, o cuando llegaban demasiado pron

-

to, aunque también, casi siempre, en el periodo entre una y otra cosa. Mack nunca ha

-

bla mucho de él, pero cuando lo hace, su cara pierde emoción, como ola en retirada, y

muestra unos ojos oscuros y sin vida. Por lo poco que me ha contado, sé que su papá

no era un alcohólico de los que caen felizmente dormidos, sino un vil y perverso borra

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cho que golpeaba a su mujer para después pedir perdón a Dios.

Todo se decidió cuando, a los trece años de edad, Mackenzie desnudó con renuencia

su alma a un líder religioso durante un retiro juvenil. Sobrecogido por la convicción del

momento, confesó llorando que no había hecho nada por ayudar a su mamá al ver, en

más de una ocasión, que su papá borracho la golpeaba hasta dejarla inconsciente. Lo

que Mack no consideró fue que su confesor trabajaba y convivía en la iglesia con su

padre, así que cuando llegó a casa su papá lo estaba esperando en el portal, en notoria

ausencia de su mamá y sus hermanas. Más tarde se enteró de que habían sido envia

-

das con su tía May, a fin de conceder a su padre cierta libertad para enseñar a su re

-

belde hijo una lección sobre el respeto. Durante casi dos días, atado al enorme roble de

atrás de la casa y entre versículos bíblicos, era golpeado con cinturón cada vez que su

papá despertaba de su estupor y dejaba la botella.

Dos semanas después, cuando por fin pudo volver a poner un pie frente a otro, Mack

se paró y se fue de su casa. Pero antes de marcharse, puso veneno de zorro en cada

botella de licor que encontró en la granja. Luego desenterró, junto al escusado fuera de

la casa, la pequeña caja de hojalata que guardaba todos sus tesoros terrenales: una

fotografía de la familia en la que todos aparecían con los ojos entrecerrados por mirar

al sol (su papá apartado a un lado), una rústica tarjeta de béisbol de Luke Easter de

1950, un frasquito con alrededor de una onza de Ma Griffe (el único perfume que su

mamá se haya puesto jamás), un carrete de hilo y un par de agujas, un pequeño avión

troquelado de plata F-86 de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, y los ahorros de toda

su vida: 15.13 dólares. Se escurrió de nuevo dentro de la casa y deslizó una nota bajo

la almohada de su mamá, mientras su padre tendido roncaba otra borrachera. La nota

decía simplemente: "Espero que algún día puedas perdonarme". Juró nunca mirar

atrás, y así lo hizo por mucho tiempo.

Trece es una edad demasiado joven para ser un adulto, pero Mack casi no tenía otra

opción y se adaptó rápidamente. No habla mucho de los años que siguieron. Pasó la

mayor parte de ellos en ultramar, abriéndose trabajoso camino alrededor del mundo,

enviando dinero a sus abuelos, quienes se lo mandaban a su mamá. En uno de esos

distantes países creo que incluso empuñó un arma en un terrible conflicto; odia la gue

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rra con oscura pasión desde que lo conozco. Como sea, a los veintitantos fue a dar fi

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nalmente a un seminario en Australia. Cuando se hartó de teología y filosofía, regresó a

Estados Unidos, hizo las paces con su mamá y sus hermanas y se mudó a Oregon,

donde conoció a Nannette A. Samuelson, con quien se casó.

En un mundo de habladores, Mack es un pensador y un hacedor. No dice mucho, a

menos que le preguntes directamente, lo que la mayoría de la gente ha aprendido a no

hacer. Cuando habla, uno se pregunta si no es una especie de extraterrestre que ve el

panorama de las ideas y experiencias humanas en forma diferente a todos los demás.

El asunto es que por lo común da incómodo sentido a un mundo donde la mayoría de

la gente más bien se contenta con oír lo que ya está acostumbrada a oír, lo cual no

suele ser gran cosa acerca de nada. Quienes lo conocen, por lo general lo quieren

bien, en tanto guarde sus ideas mayormente para sí. Y cuando habla, no es que dejen

de quererlo, hace más bien que no se sientan muy satisfechos consigo mismos.

Mack me contó una vez que en sus años de juventud solía decir más libremente lo que

pensaba, pero admitió que la mayor parte de esas palabras eran un mecanismo de so

-

brevivencia para cubrir sus heridas; a menudo terminaba vomitando su pena en quie

-

nes lo rodeaban. Dice que acostumbraba humillar y señalar los defectos de la gente

mientras preservaba su sensación de falso poder y control. No suena muy atractivo.

Mientras escribo estas palabras, reflexiono en el Mack que desde siempre he conocido:

muy ordinario, sin duda nadie especial en particular, salvo para quienes lo conocemos

de verdad. Está por cumplir los cincuenta y seis, y es un sujeto poco notable, ligera

-

mente obeso, calvo, bajo y blanco, lo que describe a muchos hombres de estos rum

-

bos. Probablemente no se le distinguiría entre una multitud, o uno se sentiría incómodo

sentándose junto a él cabeceando en el MAX (Metro) durante su viaje de una vez a la

semana a la ciudad para una reunión de ventas. Hace la mayor parte de su trabajo en

el pequeño despacho de su casa, en Wildcat Road. Vende algo de alta tecnología y ar

-

tefactos que no pretendo entender: artilugios tecnológicos que por alguna razón hacen

que

...

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