La Mancion Del Pajaro Serpiente
4 de Mayo de 2015
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LA MANSION DEL PAJARO SERPIENTE
EL ANDA SOLO.....I
ICuando nació, su madre se sintió muy feliz. La joven madrecita no había tenido hijos, y eso que habían ya pasado dos inviernos desde que se apartó de su familia, en el bosque de la Poza redonda, para seguir al ser que el destino puso ante su faz.
Desde entonces, había procurado ser una esposa modelo, y su señor y dueño estaba muy agradecido. Muy felices habían sido los dos durante su primero verano. Ambularon solitarios por los parajes más hermosos. Atravesaron una gran selva, de árboles tan altos y tupidos que el sol apenas si lograba filtrarse como a través de un enorme cristal verde... Todo estaba silencioso, y el rumor del airecillo meciendo las ramas, con el cantar de los pájaros, era lo único que se escuchaba calladamente.
Tan hermoso encontraron el lugar que ella quiso quedarse para siempre y, para darle gusto, él se puso inmediatamente a buscar una casa cómoda.
Pronto la encontraron. Husmeando aquí y allá, llegaron los dos al pie del Inup, la vieja ceiba, cuyo altísimo tronco estaba totalmente cubierto por el matapalo. Él dirigió los ojos hacia lo alto y sus hermosos bigotes blanquecinos se agitaron cuando la sabiduría de su nariz exploró el ambiente. Todo debió parecerlo sin novedad porque miró a la compañera pidiendo su aprobación.
Aquélla contemplaba la hermosa red verde del matapalo salpicada profusamente de quiebracajetes morados, blancos y rojizos... ¡Qué lindo sería tener esa hermosa escala para su casa!
Juntos recorrieron la mansión , que se les figuraba un palacio. Algo obscura estaba, pero pronto descorrieron la verde persiana del patapalo y entró la claridad a borbotones... ¡Qué hermosa! Ella estaba feliz. Se acariciaron largamente. ¿Quién habría construido aquel palacio? ¿Quién sería el que hizo tanta maravilla en la solidísima pared de la gran ceiba? ¡Algo obscuras estaban las paredes, como ahumadas agrietadas!... Probablemente fue Víbora del cielo, que se lanza sobre la selva en la época de las grandes lluvias y los grandes ruidos. Pero, fuera quien fuese, él y ella habían encontrado lo que buscaban: un lugar seguro donde poder ser felices y donde esperar tranquilamente la llegada de los herederos.
Un día estaba él a una hora desusada frente a la puerta de su casa, se hallaba tendido cómodamente en el piso del agujero que el sol calentaba con sus flechitas perpendiculares, alisándose con la lengua la hermosa piel café y plata de su dorso, cuando sintió un ruido en la mismísima pared de su morada.
Al instante, sus facultades previsoras funcionaron. Con lentitud se levantó. La lengua asomó limpiando el hocico y por un momento brillaron los largos colmillos. Con la cabeza pegada al suelo asomó al exterior la punta de la nariz... ¡Nada! No sentía nada y el ruido continuaba con insistencia. Toc, toc, toc, toc, gritaba la madera del Inup, la ceiba. Entonces aventuró los ojos, tratando de ocultar la cabeza entre el mapalo. Pero, el culpable del ruido había también tomado sus precauciones y estaba oculto bajo una hoja grande. Entonces él tuvo que estirar más el cuello y aventurar otra audaz mirada.
Entonces el copete rojizo con rapidez imposible de imaginar y con menos ruido que el que hace el aire cuando murmura, se desliza por entre la enredadera... ¡Ya está! Frente a él ve al cheje muy distraído, al parecer... No ha oído nada. Llegó... Lanza como el rayo la dentellada mortífera y... ¡clac!... ¡Se cierra la mandíbula!
Giró su vista tan sólo para ver al cheje que trepaba, que saltaba con ágiles, graciosos brincos por la alta rama del Inup, la ceiba con el copete muy tieso, con la vista muy tiesa, muy firmemente clavada en él muy burlonamente... ¡Muy verdad era que su copete relumbraba al sol con el mismo tono de aquel quiebracajete que tenía entre los dientes!
II
Desde el día del accidente -o incidente—con el cheje, cambió el carácter de él. No podía estar más tiempo sin carne. Por otra parte, ella estaba desconsolada. Había pasado ya muchísimo tiempo, el tiempo suficiente en ese su paraíso. Había sido muy feliz pero... todavía no había la menor esperanza de que viniera algún pequeñuelo y ya la época de las grandes aguas venía a toda prisa.
Ya comenzaban a haber manchas amarillentas en el más blanco de los cushines y ya en alguna de sus vainas había ella encontrado algún miembro de la familia de Amalló, el gusano.
Llegaron al suelo. Ella se volvió y disparó una postrer mirada hacia lo alto... Muy lejos vió la obscura ventanita de su hogar.
Y dió principio la larga caminata. Allí comenzaron sus penas. El haba dispuesto reunirse a su familia, a la cual había abandonado para lanzarse en busca de compañera. Volvería con ella y pasaría con sus compañeros de infancia el largo invierno. Tal vez todavía existieran ante la faz de la familia sus viejos padres, en caso de que no hubieran sido ya llamados por Destino para dormir el Invierno eterno.
Cuando lo consideraban prudente caminaban por las ramas. Por lo general iban siempre juntos y silenciosos. Pero, otras veces, andaban por el suelo, ligeramente separados, buscando alimento.
En una de esa ocasiones él logró sorprender a Bay, la taltusa.
Bay, la taltusa, había amanecido tonta esa mañana, cosa inmensamente extraña en ella.
Salió de una de las innumerables puertas de su vivienda subterránea. Subió Bay con sus agilísimos movimientos, rechinándole los diminutos deintecillos. Se sentó cómodamente sobre la colita y recogió a Tux. Cuando Bay quiso tirarse de espaldas al túnel de su vivienda ya era tarde. Bay se comió a Tux y él se comió a Bay.
El maravilloso instinto del macho lo llevaba en línea recta hacia su familia. Pero el camino era largo y pesado pues tenían que procurarse el alimento en terrenos desconocidos y evitar, al mismo tiempo, servir ellos de alimento.
A mediodía no habían cruzado aun aquel inmenso desierto y ambos avanzaban con gran calor y doblemente torturados por el hambre y le sed. Nada aguzaran el olfato y husmearán ávidamente en cada rincón donde el pajonal se añudaba.
Con pequeños saltos y gritos del tamaño de los brincos se unió a su compañero que había seguido su rumbo con un menear de su cola que dedica mucho escepticismo o mucho conocimiento. Avanzaban muy lenta, muy lentamente. La sed y el hambre así lo exigían. Pero avanzaba, perforando el pajonal con sus cabezas gachas de resignación. Repentinamente el salto de costado con rapidez increíble y ella se quedo quieta, muy quieta, viendo como, de milagro, habiase salvado su dueño de morir...
El y ella se miraron. Con que placer clavarían sus colmillos en es cuerpo gris-amarillento con adornos negruzcos... Pero no se atrevan. Sabían que el tamaño de la dentadura de su enemiga desmentida su poder. Que Sochoj moriría en la batalla, ellos lo sabian ... Pero tampoco ignoraban la clase de muerte que a ellos les esperaba en caso de atacar...
Por lo tanto, comenzaron ambos a gruñir sordamente y a caminar de un lado a otro, simulando a cada instante que iban a lanzarse, pero cuidando siempre de guardar buena distancia entre sus cuerpos y la terrible zoga del cuello de la víbora. Esto lo hacían solamente para exasperarla, par molestarla, par no alejarse como cobardes.
Ya bien caída la tarde lograron salir del potrero, casi a rastras, y dieron con Akanyá, el río, que brincaba entre las piedras bajo un bosque de mangos. Allí se sintieron felices. Bebieron hasta reventar y, aunque a ninguno de los dos les fascinaba un baño, el comenzó a caminar con las patas dentro del agua, husmeando bajo las piedras. Pronto vio sus esfuerzos coronados porque logro matar a Tap, el cangrejo, no sin que este lo atenaceara dolorosamente en una pata. Cojeando ligeramente y moviendo los bigotes en su eterno gesto de alegría, llego donde ella descansaba y le mostró el cuerpo inerte de Tap que colgaba de su hocico.
El también contemplaba al pequeñuelo con su orgullo, y sus ojos observaban con atención el obscuro color del pelaje, aun tan ralo, de su heredero, así como el tamaño de su cuerpo regordete que, a pesar de haber pasado Gij, el sol, tan solo tres veces sobre su cabeza desde que llegara al mundo, ya era mucho mayor que el de cualquiera de los diez y ocho hijos de sus compañeros que nacieron el mismo dia.
Cuando el hacia la tertulia entre el grupo de adultos, algún pizote anciano le hacia notar las características de su hijo. Entonces el también movía varias veces la cabeza de un lado a otro, como tambaleándose, en señal de seria preocupaciones.
Juntos el y ella, en el tibio nido de paxte, observaban en silencio a Itzul, que jugueteaba y que, cada vez que algún jovenzuelo de su edad se acercaba en busca de retozo, era alejado inmediatamente con un sordo gruñido.
Iztul era diferente a todos.
III
Algún tiempo después, una mañana, descendió Itzul de Cakchee y se mezclo entre la gente que andaba en busca de alimento. El olfato de Itzul era poderosisimo, tanto que, cuando salieran busca de comida padre e hija, siempre era este el que la encontraba. El se admiraba sobremanera y trataba de aguzar sus receptores. Inútil. Su hijo los tenia inmensamente desarrollados.
Así pues que, la mañana en que Itzul buscaba el alimento con la familia, varios adultos pasaron al lado del nido de tu, la paloma espumuy, sin sentir los cinco huevos que en el estaban a la vista. Paso Itzul y en el cato comenzó a comer en el nido de tu.
Las hojas comenzaron a volar de un lado al otro en el lugar del combate. Varios machos llegaban con lento andar y se plantaban cerca, contemplando. Las hembras dejaron de husmear
...