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La Templanza


Enviado por   •  8 de Septiembre de 2013  •  7.061 Palabras (29 Páginas)  •  450 Visitas

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La Templanza según Santo Tomas de Aquino 1.

Autora: Luz del Carmen Abascal Olascoaga

INTRODUCCIÓN

Santo Tomás examinó minuciosamente el problema de la naturaleza de la virtud, las clases de virtudes y las relaciones entre las virtudes, sigue a la vez a San Agustín y a Aristóteles y además, se refiere a la opinión de San Gregorio sobre la mutua implicación de las virtudes y manifiesta que las cuatro virtudes cardinales se hallan mutuamente implicadas en tanto que se cualifican una a la otra, “desbordándose”.

Se ha dicho de Santo Tomás de Aquino que el motivo por el cual tenía una complexión física de obeso, era porque gustaba mucho de la comida. Sin embargo, sus escritos sobre la templanza desmienten completamente estas suposiciones, llevándonos a creer que en realidad así era su complexión o bien, que padecía alguna enfermedad.

Sin embargo, Santo Tomás hace mucho hincapié en diversos momentos, en que la templanza no rige solamente a la alimentación, sino que “tiene por objeto principal las pasiones que atienden a los bienes sensibles, tanto los placeres como los deseos; pero al mismo tiempo, como objeto secundario, las tristezas provocadas por la ausencia de esos placeres”.

La templanza, una de las 4 virtudes cardinales porque “los placeres sensibles que ella debe a moderar son los más naturales y los más difíciles de refrenar, siendo sus objetos los más necesarios para el mantenimiento de la vida”, va a ser retomada por Santo Tomás; ya varios filósofos habían hablado sobre ella, comenzando por Aristóteles, y es precisamente en él en quien se basa Tomás de Aquino para analizar tan importante virtud. Sin embargo, dice que esta no es la mayor de las virtudes pues no concierne directamente sino al bien de la persona humana, mientras que hay bienes como la fortaleza y la justicia que atienden más al bien de la sociedad “pues el bien de la multitud es más divino que el del individuo” (Aristóteles).

A su vez, esta virtud va a estar conformada por diversas ‘pequeñas virtudes’ que estarán en función de su ‘tronco’ que será la templanza. Cada una de estas virtudes, tendrá un vicio opuesto que tenderá a apartar al hombre del bien. En general, los vicios opuestos a la templanza serán la insensibilidad y la intemperancia.

Santo Tomás habla de las partes integrantes de la templanza, las cuáles serán la verecundia y la honestidad; las partes subjetivas, que serán la abstinencia, la sobriedad, la castidad y el pudor cuyos vicios opuestos serán la gula, la ebriedad y la lujuria respectivamente; y las partes potenciales, que serán la continencia, la modestia, la clemencia o mansedumbre y la virtud de la estudiosidad cuyos vicios opuestos serán la incontinencia, la irritación y crueldad, el orgullo y la curiosidad respectivamente. Cada una de estas partes deberá hacer que el sujeto alcance la virtud de la templanza, pero tendrán que luchar contra los vicios opuestos para fortalecer a la persona.

Hemos recibido de Dios el don de la libertad, pero para ser libres se requiere el esfuerzo; el edificio de la libertad necesita los cimientos de la templanza.

En los días que vivimos, nuestra sociedad ha olvidado muchas cosas, aunque quizá lo que ha olvidado con mayor facilidad es a dominar sus pasiones precisamente porque estas son lo más natural y primitivo en el ser humano. Hoy, abusamos de la comida, del alcohol, del sexo, de las drogas, de la violencia, es decir, de todo aquello relacionado con los cinco sentidos que puede ser necesario como es el caso del alimento para “la conservación del individuo” y de las funciones sexuales para “la conservación de la especie”, o que incluso puede ser absolutamente no necesario, como es el caso de las drogas.

Es por este motivo, por el que la virtud de la templanza es tan importante como necesaria en este siglo en el que la vergüenza ya no existe porque “las acciones culpables ya no son consideradas como vergonzosas” y en el que la honestidad, que es la “disposición de lo perfecto para lo mejor” (Aristóteles), brilla por su ausencia. Cuantos de nosotros nos hemos olvidado de sentir verecundia por nuestras faltas, cuantas veces la sociedad acepta vicios, alentándonos a caer en ellos a través principalmente de los medios de comunicación, de las películas y de los anuncios antitéticos de que hacen uso.

Una de las enfermedades de más importancia que se han desarrollado durante los últimos cincuenta años, es la obesidad. Quizá no nos hemos cuestionado el motivo de este trastorno, pero si profundizáramos un poco, nos daríamos cuenta de que encierra una absoluta pérdida de virtud en forma gradual, que la gula está venciendo a su virtud opuesta la cuál “en sentido propio, consiste en la privación de alimento; pero en sentido figurado designa igualmente la abstención de todas las cosas nocivas, del pecado sobre todo”. Así, la obesidad va emparejada con la pérdida de valores, nos acercamos más a nuestros instintos ‘animales’ al ser incapaces de “mantenerlos en la medida regida por la razón”. Y no estoy hablando de todos aquellos que presentan un sobrepeso como consecuencia de una enfermedad o de un trastorno glandular, sino de aquellos que abusan del alimento para ‘satisfacerse’ a sí mismos.

De igual forma podemos hablar de la bebida, hoy, todo se festeja con alcohol y es muy difícil conocer la medida; pero por lo mismo, es aún más peligrosa que el alimento pues “la bebida embriagante, a causa de los vapores con que invade el cerebro, tiene por efecto propio impedir el uso de la razón”, lo cual equivale a descender al nivel de bestias y a ser incapaces de tener templanza e incluso virtud moral en otros ámbitos, pues al tener impedido el uso de nuestra razón, no podemos “imponer a las operaciones y pasiones humanas la regla de la razón”. He aquí el verdadero peligro de la bebida, llegar a embrutecernos de tal forma, que todas las acciones posteriores sean realizadas sin conciencia alguna de ellas, lo cual no evita la culpabilidad de las mismas; “el pecado cometido en estado de ebriedad no es excusable sino en la medida en que ese estado provoque un acto involuntario (…) si la ebriedad misma resulta de un acto culpable, los actos que sean su consecuencia no son enteramente excusables, pues siguen siendo voluntarios en su causa, y a lo sumo se puede decir que lo voluntario disminuye”.

Una vez que se abusa del alimento y de la bebida, es mucho más fácil abusar del sexo pues ya se han traspasado las primeras barreras; esto no indica que forzosamente debamos usar en exceso del alimento y de la bebida para caer en el exceso de sexo, sino que facilita el camino a este extremo. De esta forma, la lujuria atropella a la castidad, ya sea dentro o fuera del matrimonio. Pero, ¿puede existir castidad dentro del matrimonio? ¿cómo si ya se dejó de ser virgen? Pues sí, la virginidad es solamente una parte especial de la castidad, dice San Agustín que “la virginidad es una continencia que guarda, dedica y consagra la integridad de la carne en honor del Creador”, ahora bien, “en el dominio de la castidad, la virginidad es la virtud más eminente, superior a la castidad de la viudez y a la castidad conyugal” (S. Tomás). Aquí, Santo Tomás hace clarísima mención a la ‘castidad conyugal’, lo cual muestra la posibilidad de ser casto dentro del matrimonio.

Quizá nos parezca un poco excesivo el término de exaltación que utiliza Santo Tomás al referirse a la virginidad como una virtud superior a la castidad conyugal, sin embargo, es en realidad superior desde mi punto de vista, pues al aceptarse libre y voluntariamente la virginidad, se está venciendo del todo el instinto más primitivo y necesario como es el de la preservación de la especie, se está renunciando completamente a un placer legítimo y a una actividad ‘necesaria’; es esto lo que perfecciona a la virginidad lo cual no quiere decir que todos debamos ser vírgenes, hay vocaciones para todo y sólo debemos limitarnos a seguir la vocación que nos está destinada, viviendo castamente en cualquiera que esta sea.

Ahora bien, así como la templanza se auxilia de la castidad, esta se auxilia de la continencia cuya sede “no es el apetito concupiscible ni la razón, sino la voluntad”, su función es “contener el asalto de las pasiones (…) especialmente el deseo de los placeres sexuales, y de manera más general los placeres del tacto”. La continencia interviene en el momento de la elección entre un acto bueno y un acto malo, prepara a la razón para resistir, es la que decide si se actuará de acuerdo a la razón o si se “cederá a pesar de la razón”. Lo grave de todo esto es que en la actualidad, impera la incontinencia, simplemente nos dejamos arrastrar por las pasiones sin tomarnos la molestia de meditar en el “momento de la elección”, seguimos avanzando con la corriente sin profundizar en la moralidad o bondad de nuestros actos: la templanza está ausente.

Como una situación paralela a las expuestas anteriormente, se encuentra la violencia. Esta es una pasión que tiene que ver con el instinto de supervivencia y al abusar de ella en las películas, caricaturas, actitudes, destruimos la clemencia y eliminamos la posibilidad de que exista la mansedumbre. En las películas se nos muestran a los héroes ideales, hombres y a veces mujeres, que matan a diestra y siniestra por venganza, por ‘justicia’ y por otras ‘buenas razones’; no nos damos cuenta que estamos imitando ese modelo, que no toleramos las faltas de los demás porque nos ponemos furiosos, que con frecuencia alzamos la voz con soberbia y altanería, que no mantenemos nuestra paz interior y que perdemos la tranquilidad con mucha facilidad. Todo esto es algo tan paulatino, tan gradual; basta con empezar por una de estas cosas para continuar hacia la siguiente.

La clemencia y la mansedumbre son precisamente las reguladoras de estos bajísimos instintos, “las dos cooperan al mismo efecto, la indulgencia en la represión de faltas. Se distinguen sin embargo en que la clemencia atiende directamente a atenuar el rigor del castigo, mientras que la mansedumbre propiamente hablando apaga la pasión de la cólera”. “La clemencia, es la templanza en el poder de castigar, una verdadera dulzura del carácter” (Séneca). ¿Por qué son tan importantes estas dos virtudes? Santo Tomás da la solución al decir que “bajo cierto aspecto, gozan de una verdadera supremacía sobre las otras virtudes que resisten a las malas pasiones: al reprimir la cólera que impide la libertad de espíritu, la mansedumbre hace que uno sea más dueño de sí mismo; y al atenuar las penas, la clemencia entronca con la caridad, reina de las virtudes, que remedia los males del prójimo y le hace el bien”.

Sin embargo, estas dos virtudes en realidad no tendrían razón de ser si no existiera una tercera, que elimina todo orgullo y soberbia y que permite la claridad de juicio suficiente para ejercitar la clemencia y la mansedumbre; ésta es la modestia o humildad. La modestia tiene diversas especies, “según Cicerón, se aplica a cuatro objetos diferentes: 1) al deseo de excelencia, y entonces es la humildad; 2) al deseo de saber, y así modera la curiosidad; 3) a las actitudes y movimientos corporales, aun en las diversiones, donde viene a ser la eutrapelia; 4) al aspecto exterior en el vestido, etc”.

Uno de los grandes defectos de nuestra sociedad moderna es precisamente el orgullo, nadie acepta que puede estar equivocado, todo el mundo se siente un dechado de sabiduría, precisamente la soberbia según S. Tomás es “la voluntad de elevarse por encima de lo que se es” en lugar de reconocer las propias debilidades y errores. Este es uno de los vicios más grandes que existen, pues “de él pueden derivar todos los pecados, ora directamente (…) ora indirectamente”. ¿Quién de nosotros está exento de este orgullo? ¿quién de nosotros no tiene el prurito de sentirse sabio y todopoderoso? “Pensad que algunos os son superiores secretamente mientras que quizá vosotros parecéis mejores exteriormente” (San Agustín), ese es el secreto para alcanzar la humildad y para pisar la vanidad que tan dañina puede sernos.

El gran pecado de orgullo, según Santo Tomás, fue el primer pecado del primer hombre; así, es lógico que sea precisamente de éste del que más padece nuestra sociedad, fue el origen del mal en el mundo. Dice Santo Tomás: “el primer pecado del hombre consistió en aspirar a un fin ilícito (…), el primer pecado consistió en el deseo desordenado de algún bien espiritual, esto es, de una excelencia que excedía la medida normal que conviene a la naturaleza humana”. “El orgullo del primer hombre fue, en efecto, el querer ser semejante a Dios”, este es también uno de los males de nuestros días; los científicos están tratando de sustituir a Dios en la creación mediante la clonación, las mujeres están tratando de disponer de las vidas de sus bebés como si fueran cosa propia sin darse cuenta de que ellas no los crearon sino que fueron simples instrumentos de Dios para llevar a cabo Su plan, y así podría seguir enumerando pecados de orgullo, grandes pecados que no sólo nos hacen semejantes a nuestros primeros padres, sino que quizá, nos hacen más culpables que ellos, pues nosotros tenemos la revelación, poseemos el soporte espiritual que nos da la Eucaristía y aún así, negamos a Dios con nuestra soberbia extrema.

El primer pecado trajo como consecuencia penas grandísimas, comenzando por la muerte y continuando con la sujeción a las enfermedades, sufrimientos y dolores propios del estado impuro de alma en que se encontraban los primeros hombres. ¿Y esperamos que nuestros pecados de orgullo, tanto o más terribles que los que cometieron nuestros primeros padres, queden impunes? ¿Cuál será el precio que nosotros tendremos que pagar por nuestra falta de humildad, por querer jugar a ser dioses?

El último gran peligro en el que puede caer el género humano y que, de hecho, es uno de sus más grandes problemas, es la curiosidad. La virtud que se le contrapone es la estudiosidad, el papel de esta virtud, es moderar el apetito de conocer. “A propósito del conocimiento, hay en el hombre dos tendencias opuestas: por su alma, aspira a conocer todas las cosas, y es útil que este apetito sea refrenado por temor a que exceda la medida conveniente; pero por su cuerpo, el hombre es más bien llevado a evitar el esfuerzo que exige la búsqueda del saber, y necesita ser estimulado”; es decir, debemos encontrar el justo medio, no debemos buscar demasiado conocimiento, no es bueno tratar de conocer y comprender todo, pero es conveniente que cultivemos nuestro espíritu, pues así como la comida es el alimento de nuestro cuerpo, el conocimiento es el alimento de nuestro espíritu. Por el simple hecho de ser seres racionales, tendemos al conocimiento y debemos refrenar el ansia excesiva de saber para evitar caer en la soberbia.

Además, otro aspecto de la estudiosidad, es la civilidad, “la actitud de la persona es muy importante en primer lugar como signo de su propia dignidad, en seguida por el respeto que debe a quienes lo rodean: esta es la ciencia del buen comportamiento tanto en los ademanes y en la presentación como en la manera de tratar los diversos asuntos con los demás”. La presentación exterior, según S. Tomás, será solamente un reflejo del estado interior; en otras palabras, nuestro aspecto, nuestro comportamiento y nuestras actitudes mostrarán qué tan bien o mal se encuentra nuestra alma, “de la abundancia del corazón habla la boca” (dicho popular).

En conclusión, podemos decir, que la virtud de la templanza es esencial para poder mantener un ambiente de paz y de justicia en nuestra sociedad, con ella, los poderosos aprenderán a usar de su poder en tanto cuanto sirvan a los demás; los glotones aprenderán a hacer uso del alimento en tanto cuanto lo necesiten y sea bueno para su salud; los bebedores aprenderán a utilizar la bebida en tanto cuanto no les dañe y no embrutezca su razón; los sexo adictos aprenderán a hacer uso del sexo dentro de ciertos límites y para ciertos fines loables; los vanidosos aprenderán a reconocer sus defectos y sus fallas y le harán la vida más sencilla a sus prójimos; en resumen, tendremos un mundo mejor. Yo creo que esta no es una utopía, no si realmente volviéramos los ojos a Dios porque “con Dios, todo; sin Él, nada” (Santa Teresa de Jesús).

BIBLIOGRAFÍA MORA, J. Ferrater. Diccionario de Filosofía. Ariel Filosofía. Barcelona, 2001. Tomo lV. Pp 3464, 3465, 3704 – 3708. ALCÁZAR, José Antonio; COROMINAS, Fernando. Virtudes humanas. Ediciones Palabra, S. A. Segunda edición, Mayo 2001. Impreso en España. Pp 53 – 81. Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica. Editorial Tradición. Traducción Salvador Abascal. Segunda parte, segunda edición. México, noviembre de 1976.

Discurso sobre la Suma Teológica de Santo Tomas de Aquino 2.

La virtud de la templanza

Autor: Padre Jesús Martí Ballester

Sitio Web del Padre

La templanza, tratada por Santo Tomás en la 2,2, es la última en orden y en categoría de las virtudes cardinales, porque modera los actos del propio individuo sin relación a los demás. Hay una templanza natural, que regula esos instintos, iluminada por la luz de la razón. Además hay una templanza sobrenatural e infusa que tiene mayores exigencias, pues tiene que seguir la luz de la fe. El apetito sensitivo concupiscible nos lleva a buscar los bienes sensibles y a huir de los males sensibles, y nos puede arrastrar hacia bienes sensibles contrarios al bien de la razón. Y ese es el objeto de la templanza, moderar ese apetito, ayudarnos a seguir queriendo el bien propuesto por la razón a pesar de la atracción que podamos tener hacia un bien sensible contrario y permitirnos hacer el bien aunque una cosa nos guste o no nos guste. Las fuentes que usa Santo Tomás son principalmente San Gregorio Magno, en su obra Moralia In Iob. En todos los Sed Contra de los artículos lo utiliza como argumento de autoridad. En la respuesta a la cuarta objeción del artículo dos cita la Regula Pastoralis. Asimismo en el Corpus del artículo 6, también cita la misma obra. En el Corpus del artículo 4, cita a San Isidoro, en su obra Sententiarum Libri, libro II, cap. 42.

RAZON Y NECESIDAD DE LA TEMPLANZA

Vehementemente inclinados los hombres a gozar los placeres del gusto y del apetito genésico en fuerza de realizar las operaciones necesarias para la conservación del individuo y de la especie, necesitan una virtud reguladora del instinto altísimo querido y ordenado por el Creador. Por lo mismo que nacen espontáneamente esos impulsos de la misma naturaleza, con gran facilidad tienden a salirse de cauce hacia lo prohibido, que es donde la libertad humana colisiona con la ley, dado su gran empuje. De ahí nace la necesidad de una virtud que dirija y facilite, llevando al hombre por el camino de la mortificación de estímulos tan arraigados, moderando la inclinación a los placeres sensibles, sobre todo del tacto y del gusto.

PECADOS QUE SE DERIVAN DE LA GULA

Santo Tomás usa como argumento de autoridad a San Gregorio que enumera 5 hijas de la gula (Moralia 31, Cáp. 45 ). Afirma que como la gula tiene por objeto el deleite inmoderado en la comida y la bebida; se deben considerar como hijas suyas o derivadas de ella los vicios que son frutos de ese deleite inmoderado. Es decir, que se deben considerar como derivadas de la misma, los vicios causados por la gula como causa final, que son: Torpeza o estupidez del entendimiento, en cuanto la razón adormecida por la inmoderación en la comida y la bebida, pierde el gobierno y abandona la dirección de nuestros actos. Desordenada alegría. Locuacidad excesiva. Chabacanería y ordinariez en las palabras y en los gestos. Lujuria e inmundicia, que es el efecto mas frecuente y pernicioso del vicio de la gula.

PARTES INTEGRANTES

Son partes integrantes de la templanza la vergüenza, o temor al oprobio, y la honestidad que supone el amor al decoro. Las virtudes subjetivas que regulan el sentido del gusto en orden a la conservación de la vida individual, son la abstinencia, que usa moderadamente los alimentos, y la sobriedad que ordena la bebida. Santo Tomás señala los diversos modos con que se puede pecar en el vicio de la gula: Comiendo fuera de las horas; con demasiado ardor; exigiendo manjares exquisitos y refinados; y comiendo con exceso. Las virtudes subjetivas que regulan el uso de los placeres de la generación, son la castidad y la virginidad. La mansedumbre regula la ira y la clemencia el rigor del castigo

Significado De La Templanza En El Tarot 3.

La Templanza es dentro del mazo del tarot el arcano número XIV. Después que pasó la tempestad se necesita recurrir a la Templanza para reconstruir y mejorar lo que aún queda en pie. Estamos, sin lugar a dudas, ante una nueva etapa de la vida donde hay un orden diferente, y debe cambiarse la actitud para volver a comenzar. "Templanza" viene de "templar", y debidamente templar un metal significa agregar otros componentes para darle mayor dureza. Pero la Templanza significa tener balance y moderación en la delicada alquimia de agregar cosas nuevas a nuestra vida.

La simbología de la ilustración es muy clara. Un ser alado, un ángel, pues lleva sobre su pecho el triángulo que representa la divinidad, flota diáfanamente sobre el agua azul. El agua otorga una energía muy tranquila, prometiendo paz y prosperidad. Sobre el fondo puede verse una luz, un sol naciente que iluminará un nuevo amanecer. El ángel, que despliega unas enormes alas rojas se encuentra mezclando el líquido entre dos copas. Las alas rojas simbolizan el deseo, y el blanco de la vestidura simboliza la pureza. Como en muchas otras cartas del tarot podemos apreciar la dualidad. Habrá que preguntarse si la persona tendrá la fuerza de espíritu para combinar ambos impulsos.

La Templanza puede referirse a la unión de dos seres distintos que tienen la necesidad, temporal o permanente, de funcionar como uno solo. Esto no sólo nos remite a la vida en pareja, sino también que podría estar hablando de una situación familiar, laboral o una amistad. También nos apura a intentar combinar de la mejor forma posible las pasiones opuestas ya que solamente es que encuentre el equilibrio podrá progresar. El enfrentarse a los deseos más profundos y a los miedos más irracionales es una asignatura pendiente de todos los seres humanos. Pero bien sabemos que no podemos simplemente desecharlos. Debemos entonces tener la Templanza de incorporarnos a nuestra vida.

La Templanza nos llama a la sensatez. Nos dice que es imprescindible reconocer ambos lados de la moneda, saber entender que todas las situaciones tienen aspectos positivos y negativos. Es necesario no dejarse llevar y ser demasiado positivo, como también es bueno no ser todo el tiempo pesimista. En la tirada del tarot la Templanza nos habla de la necesidad de encontrar un equilibrio por medio el compromiso y la cooperación, a pesar de que el impulso inicial sea el de actuar en soledad.

«Studium» 2011: La “Templanza” en Josef Pieper 4.

Estudio Comunitario con Mesa de Libros, Documentos y Autores

Estimados:

Los invitamos a participar del cuarto Studium –Estudio Comunitario– del Centro Pieper, a realizarse el próximo martes 3 de Mayo a partir de las 18.30 hs. en el Centro Educativo FASTA, sito en Gascón 3145, de nuestra ciudad de Mar del Plata.

El tema que convoca en esta oportunidad es “La virtud de la Templanza según Josef Pieper”, continuando así el Estudio Comunitario con Mesa de Libros, Documentos y Autores que coordina el Centro Pieper bajo el lema: “Pasión por la verdad”.

El Studium inicia con la exposición sintética del tema en cuestión, para luego abrir el diálogo para críticas, aportes y preguntas. Se sugiere leer con anticipación la bibliografía recomendada.

La entrada es libre de aranceles.

Pieper sostiene en la Introducción a su obra “Las Virtudes Fundamentales” que:

“Se ha dicho que la disposición natural al gozo puede llegar a actuar desordenadamente. La tesis liberal de que «el hombre es bueno» oculta esta verdad. El liberalismo progresista no podía reconocer, de acuerdo con sus premisas básicas, que existiese en el hombre una rebelión de las potencias menos elevadas del alma contra el dominio del espíritu y, por tanto, niega que el hombre hubiese perdido por el pecado original el orden interior genuino de su naturaleza. En consecuencia, con este modo de pensar la virtud de la templanza ha de aparecer como algo sin sentido, absurdo e insustancial, pues presupone y reconoce la posibilidad de esta rebelión de los sentidos contra el espíritu. La conciencia universal de la cristiandad ( y no decimos la doctrina de la Iglesia, ni tampoco la Teología) respondió a esta negación del sentido de la templanza haciendo resaltar marcadamente esta virtud. La virtud de la templanza, en sus típicas formas de castidad y continencia, llegó a ser para la conciencia universal cristiana el rasgo saliente y predominante en la idea del hombre cristiano. De todas formas, esta respuesta fue hija de su adversario, el liberalismo. La templanza es la virtud más «personal» entre las cuatro virtudes cardinales, lo que demuestra la dependencia de su enemigo liberal-individualista. En realidad, se podría haber alzado de igual forma la bandera de la fortaleza contra el liberalismo progresista; o bien, haber recalcado y predicado con especial insistencia ambas virtudes, fortaleza y templanza, aparte completamente de la justicia distributiva y legal. El liberalismo ha socavado los fundamentos de ambas virtudes, que presuponen la existencia del mal, a causa de su fe absoluta en «este» mundo; pero precisamente subrayamos que la conciencia universal de la cristiandad antepuso la templanza como virtud característica del cristiano, virtud que se refiere de primera intención, como ya se ha dicho, al individuo como tal. Así se tomó la virtud más «personal» por la más cristiana. De esta forma la supervaloración de la templanza tiene una relación manifiesta con el liberalismo por la «individualización» de la moral. Este carácter privado de la templanza fue causa de que la Teología clásica no considerara esta virtud como la primera, sino la última de las cuatro virtudes cardinales.

La supervaloración de la templanza tuvo repercusiones y reflejos considerables. Por de pronto, el concepto de la llamada «moralidad» tiene aquí sus raíces. Este concepto, con todas sus ambigüedades, tal como se usa hoy día en el lenguaje corriente, es el resultado de la restricción de la moral a la virtud de la templanza; por otra parte, está unido a una concepción moralista del bien en general que separa, como se ha dicho, la acción (u omisión) en el hombre viviente y escinde el «deber» y el «ser». Además, se redujo, de una manera completamente unilateral, la fuerza moral y el ejemplo de los ángeles y la Virgen al plano de esta virtud y sobre todo a la castidad. La consecuencia fue que todas estas figuras no quedaron en la conciencia cristiana con toda su cumplida plenitud real. Con respecto al concepto «de pureza angelical» hay que observar que un ángel no puede ser «puro» en el sentido de la castidad y que la «virtud» del ángel consiste primordialmente en la virtud teologal del amor. Al mismo tiempo el concepto de immaculata no se refiere únicamente a la castidad de la Madre de Dios, sino que tiene una amplitud mucho mayor; significa primeramente y ante todo la plenitud de gracia en su ser que María recibió en un principio. Para concluir: esta supervaloración de la castidad es en buena parte culpable de que términos de nuestro lenguaje tales como «sensualidad», «pasión», «concupiscencia», «instinto», etc., haya adquirido un significado totalmente negativo, no obstante ser en principio conceptos moralmente indiferentes. Pero si en el lenguaje se entiende bajo «sensualidad» sólo la sensualidad contraria al espíritu, por «pasión» sólo la pasión mala y por «concupiscencia» la concupiscencia rebelde, no nos quedarán términos que designen la sensualidad no contraria al espíritu o no-rebelde, que Santo Tomás incluye entre las virtudes. Esta escasez de términos en el lenguaje nos lleva fácilmente a una confusión peligrosa de conceptos y hasta de la misma vida, y precisamente de una tal confusión se originó este uso defectuoso del lenguaje.

Es quizá conveniente recordar aquí un ejemplo de la Summa theologica que muestra la opinión del Doctor Común en esta materia. Es un ejemplo y no una tesis; pero un ejemplo que ilustra una tesis. La Summa incluye un tratado sobre las pasiones del alma. Santo Tomás estudia en él todos los movimientos de la capacidad sensual, como el amor, odio, deseo, placer, tristeza, temor, ira, etc. Una de las veinticinco cuestiones aproximadamente de este tratado habla de los «remedios contra el dolor y la tristeza». Santo Tomás expone en cinco capítulos otros tantos remedios; pero antes de conocerlos hagámonos esta pregunta: ¿Qué contestación nos daría o podría dar la conciencia moral universal de los cristianos acerca de «los remedios contra la tristeza del alma»?. Que cada uno se conteste a sí mismo. El primero, completamente general, del que Santo Tomás se ocupa es: «cualquier goce». La tristeza es un cansancio del alma; el goce, en cambio, un descanso. El segundo remedio son «¡las lágrimas!». El tercero es el «compartir la alegría». El cuarto es la «contemplación de la verdad». Esta última calma el dolor tanto más cuanto más perfectamente ama el hombre la sabiduría. Ante el quinto remedio que nombra Santo Tomás hemos de considerar que estamos ante un tratado de Teología, y no precisamente uno cualquiera. Este remedio contra la tristeza es «dormir y bañarse»; pues el sueño y el baño devuelven al cuerpo la debida disposición del bienestar, que, a su vez, repercute en el alma. Santo Tomás, naturalmente, está bien informado de las posibilidad y necesidades de superar el dolor humano con medios sobrenaturales, incluso es de la opinión que existen grados del dolor humano que sólo pueden vencerse sobrenaturalmente; pero no piensa en descartar los medios sensibles y naturales, como, por ejemplo, dormir y bañarse. No se avergüenza lo más mínimo de hablar de ello en medio de un tratado de Teología”.

CAPÍTULO VII 5.

LA TEMPLANZA

1. LA TEMPLANZA EN LA SAGRADA ESCRITURA Y EN LA TRADICIÓN MO­

RAL CATÓLICA

El significado de la templanza en la enseñanza moral católica lo expresa sintéti­camente el Catecismo de la Iglesia Católica. La templanza es la virtud moral funda­mental (virtud cardinal) «que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. La persona moderada orienta hacia el bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no se deja arrastra “para se­guir la pasión de su corazón” (Si 5,2; cf. Si 37,27­31)»

a) La Sagrada Escritura

El Catecismo señala justamente que la templanza es alabada a menudo tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, llamándola moderación o sobriedad. Efecti­vamente, son abundantes las enseñanzas prácticas sobre los diversos aspectos concretos de la templanza: sobriedad, castidad, humildad, etc.

. En la Sagrada Escritura no hay, en cambio, reflexiones orgánicas sobre la virtud de la templanza en general. Tanto el vocabulario específico (sophrosyne) como el conjunto de conceptos que se relacionan con la virtud de la templanza, proceden del ambiente helenístico.

. El tér­mino sophrosyne, que traducimos templanza, tenía originariamente un significado com­plejo, que comprendía, entre otras, las ideas de razonabilidad y mente sana, cautela en el sentido de moderación y dominio de sí, pudor y compostura. En la literatura griega clá­sica, la sophrosyne ya era considerada como una virtud fundamental, que implica una li­mitación o renuncia, contrapuesta a la hybris

. Un tratado positivo y completo ético fi­losófico de la templanza como virtud ética es conseguido por Platón, Aristóteles y la es­cuela estoica

. Para Aristóteles, la templanza representa el justo medio entre la insensi­bilidad y la disolución, que protege el equilibrio y la armonía interior, y permite realizarelecciones rectas y razonables. Con un significado idéntico o análogo, el término soph­rosyne se emplea en los libros del Antiguo Testamento más influidos por el helenismo

Pero yendo más allá de consideraciones meramente lexicográficas, en el Antiguo

Testamento, y especialmente en la literatura sapiencial, hay una repetida exhortación ala moderación, que tiene que presidir todas las dimensiones de la vida. Sir 31, 12­22 re­comienda la moderación al comer, ofreciendo a continuación una larga reflexión sobre el vino. La moderación debe presidir, más en general, todas las pasiones: « No te eng­rías en tu propio parecer, que tu vigor no sea desgarrado como por un toro, que devorarátus hojas, echará a perder tus frutos, y te quedarás como un leño seco. Un ánimo perver­so arruina a quien lo tiene, lo hará objeto de escarnio para sus enemigos, y lo llevará a la suerte de los impíos»

. Sir3, 17­28 contiene una hermosa instrucción sobre la humildad y el orgullo, virtud y vicio que son considerados en este pasaje en lo que influyen en el modo de relacionarse al saber. No conviene buscar lo que es demasiado difícil, ni inves­tigar lo que a uno lo supera;el sentido del misterio no desaparecer

. «Cuanto más grandeseas, tanto más debes humillarte»

, porque el hombre humilde es amado por los hom­bres y es agradable a Dios; el humilde encuentra gracia delante de Dios, que «es alabado por los humildes»

. Las consecuencias del orgullo son funestas: «A muchos ha desvia­do su excesiva confianza, y una ilusión perniciosa ha extraviado sus pensamientos. Si no tienes pupilas no te valdrá la luz, si te falta conocimiento, no declares. Corazón endu­recido acabará haciendo el mal; quien ama el peligro perecerá en él. Corazón que sigue dos caminos no tendrá éxito, y el malvado de corazón en ellos tropezará. El corazón obstinado se verá oprimido de fatigas, y el pecador acumulará pecado tras pecado. Para llaga de soberbio no hay curación, porque la planta del mal ha echado en él sus raíces.

El corazón del prudente meditará los proverbios, y oído atento es lo que desea el sabio»

La Templanza 6.

El filósofo ateniense Platón (427-347) afirmaba en La República que el fin del hombre en el mundo era asemejarse a Dios practicando la Virtud, que definió en cuatro formas: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. Estas cuatro virtudes, llamadas cardinales, pasaron al acerbo de la filosofía griega, y posteriormente romana. El Libro de la Sabiduría, escrito por un autor judío en la helénica Alejandría 100 años antes del nacimiento de Cristo, incorpora varios saberes filosóficos griegos, que juzga adecuados a la fe yahvista (como formas imperfectas pero verdaderas de búsqueda de Dios), y entre ellos las cuatro virtudes cardinales, a las que hace hijas de la Sabiduría.

Si la inteligencia es creadora, ¿quién sino la Sabiduría es el artífice de cuanto existe? ¿Amas la Justicia? Las virtudes son sus empeños, pues ella enseña la templanza y la prudencia, la justicia y la fortaleza: lo más provechoso para el hombre en la vida. Sb 8, 6-7

Tanto por la sabiduría judaica como por la filosofía platónica, la Iglesia ha incorporado en su Magisterio estas virtudes como cristianas, denominándolas virtudes morales, pues aunque no fueron afirmadas expresamente por Cristo, apóstoles tan importantes como san Pablo las mencionan en sus escritos.

Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta. Flp 4, 8

Por oposición al vicio, la virtud es la disposición habitual y firme del alma humana a realizar el bien, y las virtudes son perfecciones habituales del entendimiento y la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la fe y la razón. Se dice que el hombre virtuoso es aquel que practica libremente el bien (CIC 1804).

De las cuatro virtudes cardinales, la templanza es aquella que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados (CIC 1809). El apetito es la inclinación natural que tiene la parte material del ser humano hacia la naturaleza que estimula sus sentidos. La respuesta fisiológica y psicológica que despierta ese estímulo produce unos efectos placenteros, incitando la repetición de los mismos en busca de aquella respuesta. Clásicamente se conoce este mecanismo como sensualidad.

Tan discípulo de Sócrates como Platón fue Aristipo, el cual, a diferencia de este, consideraba que el bien se hallaba precisamente en estimular la sensualidad, pues era la única cosa cognoscible, y los placeres el único bien medible. Toda su teoría filosófica (que se dio en llamar hedonismo) giraba en torno a cómo moderar los placeres para que no embotaran los sentidos. Aristipo puso escuela (a diferencia de Sócrates cobraba sus lecciones, y bien caras) con notable éxito, pues heredó el escepticismo de los sofistas y puso las bases al materialismo. Su discípulo Epicuro refinó algo más su doctrina, incluyendo los apetitos intelectuales y queriendo poner puertas al campo de la sensualidad por medio de la evitación del dolor. De forma consciente o inconsciente, nuestra sociedad contemporánea es básicamente hedonista-epicureísta.

Por frente se alza la enseñanza del Antiguo Testamento, que en el libro del Eclesiástico advierte “no te dejes arrastrar por tu deseo y tu fuerza para seguir la pasión de tu corazón” (Si 5, 2) y “no vayas detrás de tus pasiones, tus deseos refrena. Si te consientes en todos tus deseos, te harás la irrisión de tus enemigos” (Si 18, 30-31). También en el Nuevo Testamento, san Pablo nos dice que “la gracia salvadora de Dios a todos los hombres, nos enseña a que, renunciando a la impiedad y a las pasiones mundanas, vivamos con sensatez, justicia y piedad” (Tt 2, 11-12).

En efecto, el dominio de la voluntad sobre los instintos y las pasiones mantiene los deseos en los límites de la vida honesta que Cristo enseña, y nos permite orientar positivamente hacia el bien los apetitos sensibles, hacia una meta más elevada y más acorde con nuestra naturaleza espiritual. La templanza nos sirve para cumplir el mandato cristiano “sed perfectos como vuestro Padre del Cielo es perfecto”.

En teología moral clásica (véase Royo Marín, 479 y ss), la templanza opera principalmente con los dos pecados relacionados con la subsistencia animal del hombre, la alimentación-bebida (gula) y la generación (lujuria). Frente a ellos se emplea la abstinencia (comida) y la sobriedad (bebida) para evitar la gula, y la castidad para evitar la lujuria. Los vicios opuestos a la templanza son la inmoderación (es decir, desbordar los límites de la fe y razón en la cesión a los apetitos), que ofusca al hombre reduciéndole a condición animal, pero también la insensibilidad (eliminar completamente cualquier apetito de subsistencia), que pone en riesgo la subsistencia, y que solo es admisible cuando persigue un fin sobrenatural (por ejemplo, en aquellas personas consagradas enteramente a Dios), y normalmente con unos límites.

Actualmente existen numerosos mecanismos de sensualidad directa. Satisfacción de apetitos, bien por medio de agentes externos, normalmente sustancias químicas que conocemos como “drogas” que pueden tratar de desinhibir (alcohol), calmar el dolor (opioides), estimular (nicotina, cocaína, anfetaminas), provocar alucinaciones sensoriales (los diversos ácidos), animar (marihuana) o sedar (barbitúricos o benzodiacepinas). Satisfacción de apetitos a base de estimular repetidamente la secreción de agentes químicos internos, por medio de actividades de riesgo (adrenalina) o el coito (endorfina). También existe una forma psicológica de satisfacción de apetitos a base de la búsqueda de recompensas psíquicas provocadas por una tendencia a la que retroalimentan, generando un círculo vicioso. Hay numerosos ejemplos, desde la ludopatía hasta la vigorexia, y todas ellas se estudian como trastornos del comportamiento en psiquiatría. Se han establecido algunas bases genéticas que pueden generar una mayor predisposición a ciertas adicciones, pero ninguna de ellas se considera actualmente causante per se de las mismas.

Existen asimismo sensualidades intelectuales (pues la materia es tanto cuerpo como mente), como la contemplación de la belleza, el estímulo intelectual, el afán de discusión o la perfección técnica de un arte humano, cuya satisfacción encauzada moderadamente hacia un orden elevado y útil, redunda en un bien, pero cuyo empleo repetido como un fin en si mismo no conduce sino a una ataraxia estéril en los deberes del hombre hacia Dios y hacia sus hermanos.

Ciertamente el mecanismo de “estímulo-recompensa” acaba por aparecer casi en cualquier tipo de adicción, convirtiendo un acto esporádico en un hábito de vida. En moral lo llamaríamos una satisfacción sensual recurrente, proveniente del pecado, que termina por conducir al vicio.

Podemos recapitular afirmando que tanto la enseñanza magisterial como la propia experiencia humana nos muestran que poner el corazón en los apetitos, o dejarse arrastrar por ellos inmoderadamente, llega a convertir al hombre en esclavo de sus propias pasiones. La templanza es virtud humana que nos permite dominar la sensualidad, liberándonos de la esclavitud del pecado y permitiéndonos servir a nuestro único señor verdadero: Dios.

Nada hay para el sumo bien como amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente, lo cual preserva de la corrupción y de la impureza del amor, que es lo propio de la templanza. San Agustín, De moribus Ecclesiae Catholicae, 1, 25

Debe el cristiano (y cualquier hombre que se tenga a sí mismo por racional) perseverar en el ejercicio del bien, amar el decoro de la práctica virtuosa y comprender la importancia de la vergüenza propia. Todas estas armas nos ayudan en nuestra observación vigilante de nuestros propios apetitos, para comprender cuando nos están dominando, en lugar de servirnos. La moderación es la medida y el servicio a un bien superior el objeto de la templanza. Evitar hábitos que racionalmente sabemos dañinos para nuestra salud corporal y espiritual, practicar ocasionales renuncias para asentar con solidez nuestra libertad (por ejemplo, el ayuno, que no es únicamente oración de los sentidos sino elevación espiritual) y por supuesto, la oración pidiendo templanza, pues no hay virtud natural que no pueda ser auxiliada sobrenaturalmente.

Del mismo modo que esta teología de lo cotidiano y humano es válida para cada hombre, lo es también para las sociedades, pues la promoción pública de la templanza evita muchos males y gana muchos bienes para cualquier comunidad humana.

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