Templanza
rosamaria0815 de Septiembre de 2014
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La templanza está relacionada con la sobriedad o moderación de carácter. Una persona con templanza reacciona de manera equilibrada ya que goza de un considerable control sobre sus emociones y es capaz de dominar sus impulsos.
En el ámbito de la pintura, la templanza es la armonía y la buena disposición de los colores. Si se fijan el concepto, una vez más, aparece asociado al equilibrio.
Entonces… la templanza nos permite ser personas equilibradas, refleja el dominio de la voluntad humana y permite poner límites a los deseos generalmente vinculados al pecado.
En el lenguaje corriente cuando se escucha la palabra templanza surge un cierto matiz negativo, está demasiado marcada por la idea de limitación y represión. Con frecuencia se entiende como contención o freno y además se reduce al ámbito de la ira, de la comida y la bebida, y de la castidad. Se le da, por tanto, una significación muy alejada de lo que en verdad es. El Catecismo de la Iglesia describe la función de la templanza con los verbos ―moderar, ―procurar, ―mantener, ―asegurar, ―orientar, ―guardar... Es una riqueza de vocablos que con matices diversos señala claramente que la templanza es una virtud orientada al bien y señorío de uno mismo. Es propio de toda virtud perfeccionar la libertad de modo que la persona, actuando por sí misma, obre moralmente bien. La virtud ―crea en la persona una ―la capacidad de juzgar y elegir con prontitud y seguridad lo que es bueno. En el caso de la templanza ese señorío se realiza ―ordenando sus inclinaciones hacia el bien en el uso de los bienes creados.
En la base de la doctrina católica sobre la templanza se encuentra un gran respeto de los seres materiales, salidos de las manos de Dios, y un sentido profundo de la dignidad del cuerpo humano. Como escribe S. Josemaría, pertenecemos totalmente a Dios, con alma y cuerpo, con la carne y con los huesos, con los sentidos y con las potencias.
La templanza tiene como fin poner orden en nuestro interior. Templanza es realizar el orden en propio yo. La templanza no solo conserva, sino que además defiende y guarda nuestro ser, protegiéndolo contra nosotras mismas, dado que a partir del pecado original anida en nosotros no solo una capacidad, sino también una fuerte tendencia a ir contra nuestra propia naturaleza, amándonos a nosotras mismas más que a Dios, nuestro Creador.
En la vida de Jesucristo, brilla especialísimamente la moderación en el uso de los bienes sensibles. Le vemos sentado a la mesa, pero también sin tiempo para comer, o privándose del descanso cuando lo requiere la salud de las almas; bendice el amor humano pero invita a dejar la propia casa para ir en su seguimiento; aprecia los detalles de buena educación, y condena los formalismos vacíos, viste como uno más, dignamente, pero no tiene dónde reclinar la cabeza; admira y ama las bellezas de la creación, al tiempo que recuerda la fugacidad de esta vida.
Don Quijote le daba unos consejos de templanza a Sancho, uno de ellos, mi favorito es: “Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago. Sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado ni guarda secreto ni cumple palabra”. Tal vez a algunas de nosotras nos ha logrado presenciar a alguien que ya tiene unos cuantos traguitos y empieza a hablar de más. Hasta para eso hay que tener templanza, cuidar lo que decimos y guardar silencio cuando debemos hacerlo. Alguien me decía la vez pasada: “Rosa yo tengo más comentarios ahorrados que dinero”. A veces como nos cuesta quedarnos calladas, es por eso que la templanza también nos ayuda a crecer en humildad.
La templanza también se manifiesta en distintas formas, una de ellas es la sobriedad.
La sobriedad es la virtud que mantiene en su justa medida moral el gusto de la comida y de la bebida. Nos ayuda a saber adquirir sólo lo verdaderamente
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