ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

La invitación al lector a convertirse en detective a través de la lectura de cuentos de misterio

Denisse Karen AranedaResumen16 de Abril de 2021

16.348 Palabras (66 Páginas)1.403 Visitas

Página 1 de 66

Querido lector:

Estos cuentos son para que te transformes en detective. Si lees con atención y te fijas en los detalles, podrás encontrar la pista que te llevará a descubrir al Culpable. Si no logras dilucidar el enigma, ayúdate con un espejo: en páginas 45 -50, las soluciones están dadas, pero... al revés. Te desafiamos a solucionar los trece misterios de este libro, con igual sagacidad que el inspector Soto, personaje presente en algunos de estos cuentos. Y no olvides: la observación es la cualidad indispensable para un buen detective.

Las autoras


Indice

El Caso De Las Libretas De Notas………………………………………...........................................................4

El Caso De Las Perlas Grises        ……………………………………………...........................................................7

El Caso Del Regalo De Cumpleaños……………………………………............................................................11

El Caso Del Atraco Al Banco Muchos Miles……………………………………………………………..…………...14

El Caso Del Zafiro De Doña Sara………………………………………………………………17

El Caso De Las Secretarias Quejumbrosas………………………………...20

El Caso De la Moto Embarrada……………………………………………23

El Caso Del Joyero Angustiado                                                 26

El Caso Del Secuestro Del Arquero                                                 29

El Caso Del Ladrón Con Máscara                                                 33

El Caso Del Gato Perdido                                                         35

El Caso De La Estatua Mujer Sentada Pensando.                                 39

El Caso De La Pagoda De Marfil 41 Soluciones                                 45


El caso de las libretas de Notas

El tercero medio A del colegio Buenaventura era un curso bastante revoltoso. Ese viernes entregaban las notas del trimestre, y la señorita Leonor dejó el alto de libretas blancas en una esquina de su escritorio. La localidad de los veinticuatro alumnos fijó sus ojos muy abiertos en ellas: el panorama que presagiaban esas libretas no era muy alentador. -Tengo rojo en matemáticas -susurró la gorda Marcela.

-y yo en química -cuchicheó Andrés, pálido por encima de sus pecas. -¡Adiós, fiesta! -suspiró Catalina, soplando con desánimo su chasquilla. -¡Silencio! -interrumpió la señorita Leonor-. Quiero decirles que en general el rendimiento del curso durante este trimestre ha sido pésimo, y las notas, muy malas... Repartiré las libretas durante la última hora de clases, y tendrán que traerlas firmadas el lunes, sin falta. La profesora, luego de sentarse en su silla, llamó a Mauricio al pizarrón. El muchacho, que tenía fama de mateo, comenzó a resolver una complicada ecuación, y 1a clase siguió lenta y pesada. Media hora después una campanilla animó levemente las sonrisas en los rostros: todos guardaron sus libros y salieron a recreo. -¿Cómo convencer a la profe para que no nos entregue las notas hasta el lunes? -preguntó Marcela, sin ánimo ni para comer su emparedado de queso. - ¡Sueñas! -le contestó la lánguida Constanza. Es que el asunto es grave: ¡nos quedaremos sin fiesta, Connie! ¿No te das cuenta? -¡Claro que me doy cuenta! ¿Por qué crees que estoy tan deprimida? -El gesto de Constanza era de absoluto desaliento. Se afirmó en la vieja palmera, en una pose de actriz dramática. En ese momento se acercó Mauricio. -Al paso que van mis porras compañeras -dijo-, tendré que bailar solo en la fiesta si entregan hoy las libretas... -¡El genio Mauricio! ¡Nunca pierde la oportunidad de hablar de sus maravillosos sietes! -comentó Marcela, dándole la espalda. -No sean tontas, nenas, si lo único que quiero es que todos vayamos a la fiesta. -Nosotros también queremos. ¿Qué propone el genio? -interrogó Constanza, sin perder su desgano. -Un ardid para evitar que nos entreguen las libretas -respondió Mauricio, muy serio-o No olviden que tengo que conquistar a Catalina... Marcela, al oír esto, levantó una mano y gritó: -¡Eh! ¡Tercero A! ¡Reunión: el genio tiene su plan! -No seas tonta, Marcela, si usaras más tu cabeza... –Mauricio llevó un dedo a su propia sien y luego se alejó con expresión hosca. Andrés y Catalina se acercaron a las dos amigas, que se habían quedado mudas, contemplando a Mauricio. -Con Catalina hemos estado pensando que hay que evitar, como sea, la entrega de esas notas. - Otro genio que descubrió la América: ¡todos sabemos que con esas notas hay que olvidarse de la fiesta! -se enojó Marcela-. Pero hasta ahora nadie ha propuesto una solución... Connie golpeó con rabia el tronco de la palmera, y luego, con un gesto asustado, mostró la yema de su pulgar herido por una pequeña astilla. -Una que se fue a la enfermería -comentó Andrés. 4 -Y otra que se va a la biblioteca: tengo que devolver un libro. Catalina partió corriendo. Andrés y Marcela quedaron pensativos. Bueno, no me queda otra que resignarme a un sábado sin fiesta: estoy sentenciado -dijo Andrés con tono sepulcral. Marcela quedó sola. -¿Resignación? -repitió para sí-o ¡Ah, no, eso nunca! -y caminó a grandes zancadas en dirección opuesta a la de su amigo. Al poco rato la campanilla anunció el final del recreo y el comienzo de la última hora de clases. Los alumnos entraron a su sala en forma estrepitosa y cada uno tomó asiento en su lugar. En ese momento, estalló la voz de la profesora: -¿QUIEN SACO DE AQUÍ LAS LIBRETAS DE NOTAS? Un silencio total fue la respuesta. La señorita Leonor insistió, en tono aún más agudo: -Repito, por si no han entendido: ¿quién sacó de aquí las libretas? Los alumnos se miraron asombrados, pero ni una palabra salió de sus bocas. La profesora, entonces, se levantó de su silla. -Niños: esto no es broma. Es gravísimo. Por última vez: ¿quién fue el gracioso o graciosa? Es mejor que se levante ahora... Ni un suspiro se escuchó. Marce1a observaba a sus compañeros en una inmovilidad total. Connie miraba a Marce1a. Mauricio disimulaba una sonrisa con Catalina. Andrés rayaba con insistencia la tapa de su cuaderno. Un aire de expectación, mezclado con mal disimulada alegría, flotaba en el ambiente. La voz de la profesora ahora amenazaba: -Ustedes saben que este es motivo de expulsión, pero les daré una última oportunidad: me iré de la clase sólo por cinco minutos y, si a mi regreso no están las libretas sobre el escritorio, comunicaré el hecho a la Dirección. Calló unos segundos, y luego prosiguió: -Les doy una oportunidad para ser honestos. Si se presenta el culpable, el castigo no será tan drástico. Si no sucede así, alguien arrastrará a todo el curso con él. Y salió de la sala. En el primer momento nadie habló ni se movió. Estaban todos paralogizados. Hasta que de pronto una figura –conocida por los lectores-se incorporó de su banco y caminó hacia el closet de los útiles. Tomó con ambas manos el alto de libretas, escondidas tras las cajas de tiza, y, ante el estupor de sus compañeros., avanzó hacia el escritorio de la señorita Leonor. Cumplido el plazo, cuando la profesora regresó, las veinticuatro libretas blancas ya estaban en su lugar. La señorita Leonor las tomó sin decir ni una palabra. El curso entero estaba pendiente de sus más mínimos gestos. La oyeron suspirar, y vieron cómo trataba, al parecer, de borrar una manchita sobre la primera Libreta. Su cara no reflejaba ninguna emoción; pero a sus alumnos, que ya la conocían, no les cupo duda de que ella estaba decidiendo algo. En ese momento habló: -Bien..., ahora falta que se presente el culpable. Como el silencio se prolongaba, la maestra caminó entre los escritorios para observar con detención a sus alumnos. Los niños, nerviosos, se mantenían inmóviles. Catalina apenas si respiraba; Mauricio se mordía el labio; Connie daba vueltas al anillo en su dedo, Andrés retorcía el lóbulo de su oreja, y Marcela había cerrado los ojos en actitud de mártir. Cuando el recorrido hubo finalizado, la voz fue tajante: 5 -Quiero que sepan que ya me he enterado de quién es el responsable. y dijo un nombre. La profesora no se equivocaba. Con gesto compungido. la persona aludida confesó su culpa. Hábil lector: la señorita Leonor fue muy sagaz. ¿Qué vio ella en su paseo entre los alumnos que la llevó a descubrir al culpable?


EL CASO DE LAS PERLAS GRISES

La señora Fernández cumplía cincuenta años, y esa noche recibiría a sus amigos más íntimos a cenar. De pie frente al espejo de medialuna se contempló otra vez. ¿Representaba los cincuenta? Según Álvaro, su marido, nadie diría que sobrepasaba la cuarentena, pero ella, a veces, dudaba de tales afirmaciones. Aunque la vida no le había sido difícil, ni mucho menos, sus ojos ya sin el brillo de la juventud, sus carnes un poco sueltas bajo la barbilla y esas malditas manchas en las manos revelaban a la futura abuela. Suspiró y terminó de acomodar sus cabellos en un moño. El vestido dejaba ver un cuello desnudo, empolvado y blanco, listo para recibir el regalo de Álvaro. Por supuesto que lo había elegido ella misma, y había sido la primera vez en su vida que una joya le producía tal placer: ¿sería que los años le habían traído también un apego a las cosas materiales? ¿O era un inconfesado deseo de impactar a su amiga Lulú, que se jactaba siempre de tener las joyas más lindas de Santiago? Con una sonrisa derramó gotas de perfume tras sus orejas. -Adela: ¿no será un poco excesivo esperar a las doce de la noche para entregarte el regalo delante de todos? -oyó la voz de su marido desde el baño. -Es parte del regalo, querido; el collar, acompañado de la mirada de Lulú, será mi fiesta... -¡Curiosa amistad la tuya con Lulú! -murmuró Álvaro, frunciendo la nariz. Terminaba de afeitarse. A las diez de la noche la casa de los Fernández resplandecía de luces y flores. Los invitados comenzaron a llegar. Lulú, 1a primera, vestida de seda negra con collar y aros de mostacillas que realzaban la palidez de su piel. Lo único de color en ella eran sus largas uñas rojas. Sergio, su marido, hombre barrigón y entrado en años, paseaba con aire distraído mirando los cuadros colgados en las paredes. -¿Sigues admirando a Pacheco Altamirano, Sergio? --preguntó Víctor Astudillo, haciendo tintinear los hielos en su vaso de whisky. -Tú sabes, Víctor, que yo me en tiendo más con números que con arte-le contestó Sergio, palmoteando el hombro del más bohemio de sus amigos -Deberíamos asociarnos, Sergio-bromeó Astudillo-. Yo pongo mi ojo de conocedor y tú el capital: tengo un proyecto excelente... ¡Y este sí que no me fallará! La dueña de casa lanzó una mirada disimulada a su marido: era el mismo Víctor de siempre, a la caza de un negocio que le permitiera vivir y obtener dinero sin esfuerzo. -Estoy en tiempo de vacas flacas, amigo. -Sergio tenía cierto aire de preocupación-. Por primera vez me he quedado sin dinero para invertir, y te lo digo en serio. Astudillo levantó los hombros con desaliento, pero hizo un gesto con su mano, como para quitar importancia al asunto. Adela, entonces, ofreció: -¿Más whisky, Víctor? -Sí, gracias. Y si quieres, agrégame un par de cubos de hielo. En ese momento llegaban los tres invitados restantes: el matrimonio Gómez, jovial y alegre, cantando a coro cumpleaños feliz, y Laura, la amiga soltera de Adela, que pasaba por una de sus crisis existenciales. -Les anuncio que me vaya Europa: Santiago me ahoga -declaró Laura con sequedad. 7 ¿Te ganaste la lotería, Laura? ¡Invítame! -bromeó Víctor, levantando su ceja derecha. -¿Lotería? ¡Ja! Esa siempre se la ganan los ricos, Víctor -contestó ella con gesto escéptico-. Por suerte, existen los créditos. -Pero los créditos hay que pagarlos -insistió Víctor. -Ese es problema mío. Y no estoy de ánimo hoy para discutir asuntos materiales. Venga un champán, querida Adela! Adela miraba el reloj con impaciencia, y los invitó al comedor. Se sentaron en torno a una mesa ovalada, cubierta por un mantel de encajes: dos candelabros de plata hacían juego con los cubiertos. Los Gómez, él alto y de bigotes tiesos; ella bajita y de anteojos, no dejaban de hablar ni de contar sus problemas domésticos. -Mi Martita sueña con un anillo como los de Lulú, pero yo le digo que primero está cambiar el auto y alfombrar la casa -dijo Gómez, moviendo sus bigotes al hablar. Martita, para apoyar a su marido, estiró su mano desnuda, y dijo con mucha suavidad: -Mientras tanto, me estoy dejando crecer las uñas. Víctor hizo tintinear los cubos de hielo dentro del vaso: -Muy interesante la conversación, pero permítanme interrumpirlos para excusarme por seguir cenando con whisky en lugar de vino: ¡no me gusta mezclar! -Antes la salud que la buena educación -bromeó con estruendo Gómez. En ese momento Adela miró el reloj, por segunda vez en la noche: eran casi las doce. Hizo una seña disimulada a su esposo. Álvaro, entonces, alzó sus manos, y pidió silencio: -Adela, ¿qué prefieres? ¿La sorpresa antes o después de la torta? -¿Sorpresa? -exclamó Adela, fingiendo asombro, aunque inconscientemente tocó su propio cuello-. ¡Por favor, ahora! No quiero ni pensar en las velas que traerá la torta. Álvaro insistió en que no debía fallar ni una... -¡Ay, tantas velas, qué horror! -se escuchó musitar a Lulú. Álvaro dijo "permiso", y se puso de pie. Demoró unos segundos en sacar un estuche negro de su bolsillo, ante una audiencia expectante. Adela no contenía su nerviosismo y miraba a Lulú de reojo. Cuando Álvaro abrió el estuche, catorce ojos estaban fijos en él. -¡Oh! -fue el murmullo general cuando apareció la joya: tres vueltas de perlas naturales grises y tornasoladas cubrieron en unos instantes el desnudo cuello de Adela. -¡Querido...! ¿Cómo pudiste? ¡Gracias! -dijo Adela, poniéndose de pie para besar a su marido y observar a hurtadillas la expresión de su amiga. -¡Vaya, este sí que es un marido espléndido! Una sola de esas perlas pagaría mi viaje a Europa de ida y vuelta – comentó Laura, amargada. -¡Alégrate, mujer, alégrate! No siempre una amiga cumple cincuenta años -observó Lulú. -¡La torta! ¡La torta! -pidió en ese momento la señora Gómez, con tono infantil. -¡No te apures tanto, Martita!, antes brindemos por esas 8 perlas: hacía tiempo que no veía algo tan bello y auténtico -interrumpió Víctor levantando su vaso de whisky. -Tienes una fortuna en tu cuello, querida Adela –comentó Sergio-o Supongo que lo habrás asegurado, Álvaro. -Aún no... -contestó el aludido. Los Gómez, mientras tanto, observaban en silencio y abstraídos la triple hilera de perlas grises y nacaradas. En ese momento entró un enguantado mozo con una enorme torta entre sus manos. -Apaguen la luz -ordenó Álvaro. Martita Gómez se levantó y se acercó al interruptor. Bastó un movimiento para que el comedor quedara solamente iluminado por la luz de las cincuenta velitas. Adela se puso de pie y se acercó a la torta. Los otros la rodearon. Sopló, y cuando apagaba las últimas cinco pequeñas llamas, todos gritaron, y Adela se sintió abrazada por sus amigos. Entre besos y felicitaciones pasaron algunos segundos hasta que alguien nuevamente dio la luz. En ese momento se oyó el grito: -¡Mi collar! Los invitados estaban ahora sentados en el living. Adela, en un sillón, miraba, pálida y nerviosa, a su esposo que se paseaba a lo largo del salón. -Si es una broma, ya dura demasiado -dijo Álvaro con voz seca-. Ese collar me ha costado varios miles de dólares y debe aparecer ahora. -¿No sentiste nada en el cuello? -inquirió la señora Gómez, con una mirada asustada tras sus gruesos anteojos. -Bueno, todos me abrazaron. Solamente que..., no, no sé... ¡Estoy tan confundida! -gimió Adela. -Tienes que pensar bien, Adela -habló Álvaro-, esto no es broma. -Alguien tiene el collar, y de eso no tengo la menor duda. -¿Por qué no comienzas por interrogar al mozo? -preguntó Lulú, molesta. -Eliseo está fuera de cuestión -replicó seguro y aún más serio el dueño de casa-o Está con nosotros hace veinte años, y pongo mis manos al fuego por él. Además, en ese momento, se había retirado. -¿Manos al fuego, dijiste? -saltó Adela con la voz aguzada-. ¡Eso era! -¿ De qué hablas? -preguntó la voz tensa de Sergio, él su lado. -¡Manos...! ¡Pero muy heladas! ¡Eso fue lo que sentí en el cuello! ¡Unos dedos muy, muy helados, y luego el pequeño tirón! Miró trémula a su esposo. Álvaro observó a sus invitados uno por uno, y se decidió: -Amigos míos: tendré que llamar a la policía, porque entre ustedes está el ladrón. Lo que siguió, mientras el dueño de casa se dirigía al teléfono, no es difícil de adivinar: voces airadas, un intento de desmayo de Laura y sollozos de Lulú. Los Gómez, muy juntos, se abrazaban. Laura, recostada en el sillón, miraba con terquedad un punto fijo del cuadro de Pacheco Altamirano. Lulú, con ojos ausentes, jugueteaba con sus cadenas de oro. Víctor sostenía firme el vaso de whisky con hielo que no había abandonado en toda la noche. Sergio, por su parte, sentado junto a la dueña de casa, movía nervioso el pie, fruncido el ceño. Pronto se oyeron las campanillas del timbre: la policía.

...

Descargar como (para miembros actualizados) txt (96 Kb) pdf (880 Kb) docx (614 Kb)
Leer 65 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com