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La poesía Аlfonso Reyes


Enviado por   •  15 de Octubre de 2013  •  Trabajos  •  1.559 Palabras (7 Páginas)  •  298 Visitas

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Visión inicial

El ensayo, como el centauro de todos los géneros (Reyes), además de responder a las pulsiones de un proceso en marcha, jamás acabado, establece ciertas coordenadas particulares en cuanto a su fin y estructura. Mediante él, un escritor puede reflexionar o divagar sobre aquellos asuntos que obligan su discernimiento, en virtud, sostiene Susan Sontag, a su naturaleza diversa, tanto en su tema, en su tono como en su dicción, lo que lo ubica en un plano distinto al de la ficción y la poesía.

Esta misma naturaleza, en el todo diverso, convoca la búsqueda. Como estructura, puede aventurarse en la forma, siempre que no se arriesgue el argumento y no se elimine la copresencia del posible lector. Como ejercicio de estilo, puede estar más cerca del orbe poético que de la atmósfera árida y en muchos casos inútil de la reflexión académica. Para El caballero de la voz errante, sostiene Alfonso Rangel, el asunto de la poesía deviene conocimiento, a la vez que destaca su agudo análisis sobre el mundo de las ideas, lo cual le permite “penetrar y revelar la significación y el sentido de la forma poética” (1) .

La Visión de Anáhuac en su calidad de texto pareciera responder más a los intereses de un poeta delirante, acosado por ampliar un trazo de esa vasta “pintura de civilizaciones”, que a la actitud del ensayista preocupado por la digresión frente al mundo y sus reflejos. No obstante, el famoso texto de Alfonso Reyes, escrito durante su larga estancia en Europa (1914 a 1924), en uno de los momentos más productivos, según revelan sus biógrafos, fusiona con particular fuerza tanto el sentido poético del desvarío, como el de la recuperación del momento histórico, para hacer de la evocación un renacimiento de la leyenda. En este logro radica su trascendencia.

Contaba Alfonso Reyes 27 años de edad al culminar la escritura de su oda poética, -algunos la prefieren denominar ensayo-, dedicada a la reconstrucción de uno de los momentos estelares en la historia de México: el arribo del hidalgo extremeño Hernán Cortés al Valle de Anáhuac, en compañía de sus hombres aguerridos, luego de que partiera del puerto de Santiago de Cuba el 18 de noviembre de 1518, autorizado meses antes por Diego Velásquez, gobernador de la Isla, con quien entró más tarde en conflicto por asuntos de poder. Cortés decidió emprender un tercer recorrido, cuyo objetivo era la exploración del territorio ístmico y el rescate de algunos españoles cautivos, jamás el de fundar ciudades o conquistar terrenos. Un abril lejano del año diecinueve, siglo XVI, los expedicionarios moldearon con sus huellas el barro de San Juan de Ulúa y el grave Cortés recibió a los mensajeros del emperador Moctezuma, ataviados con inusuales y ricos presentes, mientras éste exhibía como trofeo a su bella amante e intérprete, la nativa maya Malintzin, natural de Tabasco. Desde entonces la visión del continente americano tomó otra luz acaso densificada por el asombro del ojo permeado en otros ámbitos.

Se extiende el valle

Corre el año de 1915 y el señor Alfonso Reyes decide concluir su Visión de Anáhuac en Madrid, esto es, desde el corazón mismo de la patria que un día lanzó a sus hombres en busca de las Indias, tras un delirio áureo que los conminó a padecer el infortunio y la desolación y a asumir una suerte de sanguinaria potestad, so pretexto de conquistar nuevas tierras y otros hombres “sin alma y sin promesa”, para ofrecer a las autoridades reales una cartografía extensa de fundaciones y riquezas que parecieron estar, más allá de los asuntos terrenales, en la mente afiebrada de seres picados por los vientos marinos y la exuberancia de una vegetación a modo de antesala del infierno, abundante en insectos, en hombrecitos lampiños, que “traen tapadas sus vergüenzas” (2) , asombrados por la figura e imagen de seres mitad hombres, mitad animales, acaso porque se enfrentaban contra forasteros de espesas barbas que asesinaban con pólvora y bayonetas, con inclementes lanzas y brillantes espadas.

Que su pluma se haya cargado de metáforas e imágenes, de analogías e hipérboles en la patria de la reina doña Juana y de su hijo el emperador Carlos V, muestra de suyo la intención de recrear y percibir la historia del Valle que entonces fuera gobernado por el noveno emperador de los aztecas, Moctezuma II, “cual un fabuloso Midas cuyo trono reluciera como el sol” (3) . El espacio físico que delimita la perspectiva del escritor que asombrara al mundo con la temprana escritura del lúcido ensayo Las Tres Electras del teatro ateniense, es aquel mismo que en el siglo XV permitió la salida de múltiples embarcaciones y la acumulación de incontables libretas y cuadernillos

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