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Leeuwenhoek


Enviado por   •  17 de Junio de 2013  •  Informes  •  2.811 Palabras (12 Páginas)  •  326 Visitas

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Seis años después de la muerte de Leeuwenhoek, no hubo nadie que se ocupara en serio de los estudios que aquel holandés dejo, en 1729 nació en Scandiano, Italia; un hombre que dejaría huella en el mundo de la microbiología: Lázaro Spallanzani..Seis años después de la muerte de Leeuwenhoek, no hubo nadie que se ocupara en serio de los estudios que aquel holandés dejo, en 1729 nació en Scandiano, Italia; un hombre que dejaría huella en el mundo de la microbiología: Lázaro Spallanzani..

A los 25 años escribió un ensayo intentado explicar la mecánica de las piedras que caen al agua. Se ordenó de sacerdote. Antes de cumplir los 30 años fue nombrado profesor de la Universidad de Regio y en sus lecciones explicaba sobre los animalillos descubiertos por Leeuwenhoek años atrás.

En esa época se acostumbraba creer en la generación espontánea y los mismos animalillos de Leeuwenhoek eran objeto de controversia, era desconocido asta entonces el origen de esos seres y se creía que provenían de la generación espontánea. Spallanzani negaba la posibilidad de que existiera la generación espontánea, y leyó un libro que demostraba experimentalmente como la generación espontánea era un hecho ciertamente falso:

“Tomo dos tarros y tome un poco de carne cruda en cada uno de ellos; deja al descubierto uno y tapa el otro con una gasa. Se pone a observar y ve como las moscas acuden a la carne que hay en el tarro destapado, y poco después aparecen en el larvas y posteriormente moscas. Examina el tarro tapado con la gasa y no encuentra ni una sola larva y ninguna mosca.”

El escritor de ese libro era un hombre llamado Redi.

En la misma etapa de Leeuwenhoek había un hombre que también era sacerdote llamado Needham, que había resuelto el problema sugiriendo que el caldo de carnero engendraba maravillosamente aquellos microorganismos.

Había tomado cierta cantidad de caldo de carnero recién retirado del fuego, como había puesto el caldo en una botella y lo había tapado perfectamente con un corcho para que no pudiera penetrar seres ni huevecillos de los existentes en el aire. Había calentado después la botella y su contenido en cenizas calientes. Dejó en reposo la botella por espacio de varios días, sacó el corcho y al examinar el caldo lo encontró plagado de animalillos.”

Spallanzani no sabía porque habían aparecido esos animalillos en el caldo calentado; porque Needham no calentó la botella todo el tiempo necesario y seguramente porque no lo tapó herméticamente.

“Eligió unas cuantas redomas grandes y panzudas de cuello angosto, que limpió. lavó y secó hasta dejarlas relucientes; después puso en unas diferentes clases de semillas, guisantes y almendras en otras y al final llenó de agua pura cada una de ellas. Calentó las sopas una hora hasta que hirvieron, fundió el cuello de las redomas, la cerró con el mismo vidrio. Después sacó de las calderas las redomas que contenían el caldo hirviente: ahora esperaría a que pasaran algunos días. Pero hizo además otra cosa muy sencilla, preparó otra serie de caldos en redomas tapadas con corchos, no selladas al fuego, y después de hervirlas durante una hora, las puso al lado de las anteriores.”

Después de varios días examinó sus redomas, primero a las que estaban cerradas al fuego; con un tubito sacó un poco de líquido que contenían aquellas redomas y puso gota tras gota caldo bajo la lente del microscopio; descubrió que en ese líquido no había ningún animalillo.

Tomó las redomas que había tomado con corchos y extrajo con pequeños tubos unas cuantas gotas del líquido, examinó al microscopio y encontró millones de animalillos.

Sin embargo, Needham inopidamente hizo una objeción a los experimentos de Sapllanzani, argumentaba que el calor a las que eran sometidas eliminaba la fuerza vegetativa. Spallanzani decidido a probar su teoría:

“Limpió sus redomas, compuso mezclas de diferentes clases de semillas: guisantes, judías y yeros, con agua pura; hirvió durante tiempos diferentes unas cuantas series de estas redomas por espacio de unos minutos; una segunda serie durante media hora; una tercera, una hora y finalmente otra horas. En lugar de cerrar a fuego los cuellos de las redomas, los tapó con corchos, ya que Needham decía que era suficiente hacerlo así, y los dejó reposar para ver lo que sucedía. Sacó los corchos y examinó uno a uno y examinó al microscopio las gotas de caldo: las redomas hervidas durante dos horas contenían mucho más animalillos que las que sólo habían sido calentadas por unos minutos.”

No obstante Needham argumentaba que Spallanzani, al calentar las redomas, reducía la elasticidad del aire presente. En vista de ello, el italiano se propuso derrumbar las teorías de su contrincante:

“Volvió a poner las semillas en las redomas, cerró sus cuellos a la lumbre y las hirvió por espacio de una hora. Una buena mañana fue al laboratorio y rompió el cuellos de una redoma y al acercar el oído escuchó un ligero silbido. Eso quería decir que el aire penetra dentro de la redoma, luego esto significa que el aire de dentro es menos elástico que el de fuera.”

Sin embargo, Spallanzani comprobó que todas las redomas que usaba tenían el cuello ancho. Cuando las cerraba a la llama tenía que calentarlas mucho para reblandecer el vidrio hasta que se cierre el cuello, y todo este calor expulsa la mayor parte del aire de la redoma antes de que se quede cerrada. Spallanzani realizó los siguiente:

“Tomó otra redoma, puso en ella unas cuantas semillas y la llenó hasta la mitad con agua pura; calentó después el cuello de la redoma en una llama, haciéndola girar continuamente hasta que reblandeciéndose, quedo reducido a un tubo estrecho muy estrecho, pero que aún permitía la entrada de aire. Dejó enfriar la redoma para que se estableciera el equilibrio entre el aire interior y la atmósfera y, finalmente, con una llama muy fina aplicada al cuellos afilado, consiguió cerrar la redoma sin que escapara nada de aire en ella contenido. Sumergió la redoma en un caldero con agua hirviendo; dejó en reposo varios días y una mañana encendió una bujía, la próximo al cuellos de la redoma, rompió la punta y percibió un silbido y comprobó que la elasticidad del aire era mayor que la exterior. La larga cocción a la que había estado sometido el aire no lo había perjudicado en lo mínimo.”

También quería comprobar que estos microorganismos necesitaban de aire para sobrevivir:

“Utilizó tubos capilares tan pequeños como los que utilizó Leeuwenhoek y los sumergió en una

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