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Leyendas Y Cuentos Para Niños

mayraeu14 de Abril de 2013

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León Felipe

Yo no sé muchas cosas, es verdad.

Digo tan sólo lo que he visto.

Y he visto:

que la cuna del hombre la mecen los cuentos,

que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,

que el llanto del hombre lo taponan los cuentos,

que los huesos del hombre los entierran los cuentos,

y que el miedo del hombre...

ha inventado todos los cuentos.

Yo sé muy pocas cosas, es verdad,

pero me he dormido con todos los cuentos...

y sé todos los cuentos...

RECUERDO

Francisco J. Briz Hidalgo

Recuerdo las tardes de invierno

cerca del fuego,

cuando el abuelo contaba cuentos;

su voz, su alegre mirada, sus gestos...

su anciano aliento.

¿Existen los duendes?

Por difícil que parezca de creer, sí existen, te lo digo por experiencia propia...

te voy a contar que cuando yo tenía 18 años, tuve un pequeño inquilino en mi habitación, que no medía más de 15 centímetros y al que le gustaba mucho jugar, yo en ese tiempo tenía una bolsa muy grande donde guardaba mis muñecos de peluche, y una vez al acostarme y apagar la luz, escuche que había "algo" dentro de esa bolsa, pensando que era un ratón, me levante a prender la luz y a urgar en la bolsa sin conseguir nada, todo se quedó en silencio, pero cuando volví a apagar la luz volví a escuchar algo, así paso un rato hasta que derribaron la bolsa y yo salí corriendo, por supuesto que me dedique al día siguiente a buscar indicios de algún roedor, pero al levantar una pelotita de madera ¡Sorpresa!, mi pequeño inquilino dió un salto y se metió debajo de un mueble, por más que lo busqué no lo encontré y poco a poco me fui acostumbrando a encontrarmelo, incluso una vez jugó brincando en mi cama, yo estaba inmóvil y solo sentía como subía y bajaba dando brinquitos.

raro no?

Duende (de la expresión "duen de casa" o "dueño de casa", por el carácter entrometido de los duendes al "apoderarse" de los hogares y encantarlos)1 , o bien del árabe "duar de la casa", ("que habita, habitante")2 , es la denominación en castellano de un tipo de ser sobrenatural definido en la cultura popular, equivalente al goblin de otros folclores europeos (del francés normando gobelin, nombre originado en el de un fantasma que se decía asoló el pueblo de Evreux en el siglo XII),3 de naturaleza maliciosa hacia los humanos.

Cuento

Juan era un niño muy tímido. Sentía tanta vergüenza al estar con otras personas, que no se atrevía a decir nada, y se quedaba casi siempre quieto y callado en una esquinita, temiendo lo que pudiera pasar si habría la boca.

Un día, durante una visita, Juan sintió tanta vergüenza que se escondió en una habitación. De repente, una burbuja apareció ante sus narices, y de ella surgió un pequeño duende. Con exagerados gestos de dolor, se tapaba sus grandes orejas con las manos y gritaba:

- ¡Por favor! ¡Por favor! Deja de gritar así. No lo puedo aguantar...

Con el susto el niño olvidó su timidez, y preguntó al duendecillo

- ¿Por qué lloras? ¿Quién te está gritando?

- ¿¡Cómo que quién me grita!? - respondió indignado- pues tú, ¿hay alguien más aquí?

El niño miró a su alrededor. Era verdad, estaban solos.

- ¿Qué? Pero si yo casi nunca digo nada... siempre me porto muy bien – dijo trantado de excusarse.

- ¡Ah, claro! - siguió hablando el duendecillo sin perder su enfado- Y voy yo y me lo creo. Tú gritabas como hace tiempo que no he oido a nadie gritar...

- Pero si no he abierto la boca...

- ¡Anda! ¡Esta sí que es buena! ¡Como si para gritar como un loco hubiera que abrir la boca!

- Pues claro- respondió Juan- ¿cómo voy a gritar sin abrir la boca?

Entonces la cara del duende cambió del enfado a la sorpresa.

- Aaahhh....- dijo bajando el tono de voz- ¿pero es que no lo sabes? ¿Nadie te ha contado que tus ojos, tu manos, tus pies y todo tu cuerpo hablan todo el rato? ¡Ahora lo entiendo todo!

Y acercándose a Juan, como en secreto, el duende comenzó a explicarle que cada parte del cuerpo habla su propio idioma sin parar, y cómo cada gesto que hacemos dice unas cosas u otras, en voz bajita o a gritos. Y al final, le entregó un frasquito, dejó caer sus gotitas májicas en las orejas al niño, y le dijo:

- Ahora comprobarás lo que te digo. Con esta poción podrás ser como yo y oír a través de tus orejas lo que dice la gente sin abrir la boca.

Fue una experiencia increíble para Juan. Durante unos pocos días, pudo escuchar cómo todo el mundo mantenía dos o tres conversaciones, incluso estando completamente callados. Y escuchó a sus papás decirse cosas bonitas con la mirada, y a los pies de la vecina protestar porque el ascensor tardaba en llegar, y a la cabeza del carnicero agradecer a una señora lo generosa que había sido con la propina. Pero lo que más le sorprendió fue cuando en un cumpleaños coincidió con otra niña tímida, que miraba constantemente al suelo y no se atrevía a hablar con nadie. Sus mágicas orejas pudieron oír sus grandes gritos: “¡no quiero estar aquí! ¡no quiero jugar con nadie! ¡odio las fiestas!“ Y sabiendo que no era verdad lo que decían los ojos y los pies de aquella niña, se acercó junto a ella y le contó lo que estaba gritando sin saberlo, y mojó sus orejas con las gotitas mágicas ¡Eso sí que les hizo sentir vergüenza!

Juntos, Juan y su nueva amiga se propusieron investigar qué gestos y posturas hacían que sus cuerpos fueran más callados y agradables. Y así fue como descubrieron que sonriendo, mirando a los ojos, acercándose más a las personas y diciendo “hola” y “adiós” cortésmente, sus cuerpecitos dejaron de ser unos gritones, para convertirse en tipos simpáticos y agradables.

Cuento la bella Lola

La ballena Lola era grande, muy grande, y solitaria, muy solitaria. Hacía años que no quería saber nada de nadie, y cada vez se le notaba más tristona. En cuanto alguno trataba de acercarse y animarla, Lola le daba la espalda.

Muchos pensaban que era la ballena más desagradable del mundo y dejaron de hacerle caso, a pesar de que la vieja Turga, una tortuga marina de más de cien años, contaba que siempre fue una ballena buena y bondadosa. Un día, Dido, un joven delfín, escuchó aquella historia, y decidió seguir a Lola secretamente. La descubrió golpeándose la boca contra las rocas, arriesgándose frente a las grandes olas en la costa y comiendo arena en el fondo del mar. Nadie lo sabía, pero Lola tenía un mal aliento terrible porque un pez había quedado atrapado en su boca, y esto la avergonzaba tanto que no se atrevía a hablar con nadie.

Cuando Dido se dio cuenta de aquello, le ofreció su ayuda, pero Lola no quería apestarle con su mal aliento ni que nadie se enterara.

- No quiero que piensen que tengo mal aliento -decía Lola.

- ¿Por eso llevas apartada de todos tanto tiempo? -respondió Dido, sin poder creerlo.- Pues ahora no piensan que tengas mal aliento; ahora piensan que eres desagradable, aburrida y desagradecida, y que odias a todos. ¿Crees que es mejor así?

Entonces Lola comprendió que su orgullo, su exagerada timidez, y el no dejarse ayudar, le había creado un problema todavía mayor. Arrepentida, pidió ayuda a Dido para deshacerse de los restos del pez, y volvió a hablar con todos. Pero tuvo que hacer un gran esfuerzo para ser aceptada de nuevo por sus amigos, y decidió que nunca más dejaría de pedir ayuda si de verdad la necesitaba, por muy mal que estuviese.

Clara y el belén de Navidad

Clara era toda una artista con los belenes de Navidad. Durante todo el año preparaba bocetos, materiales y personajes para que al llegar la siguiente Navidad su nacimiento fuera aún mejor que el del año anterior.

Y el año en que cumplía los 10 años, pensando en aquello que cantaban los ángeles del Señor “Gloria a Dios en las alturas...” preparó el belén más precioso que uno pudiera imaginar. Diseño y fabricó unos maravillosos trajes para la Virgen María y San José, y una mantita bordada con hilo dorado para el Niño Jesús. Decoró el establo con pequeñas joyas tomadas de sus pendientes y anillos, y rodeó el pesebre de las miniaturas más bellas que encontró. Hasta las figuritas de los soldados de Herodes eran sombrías y malvadas, tanto como humildes las de los pastores. Posiblemente, no hubiera habido antes un belén tan bonito y cuidado. Era tan especial y único, que había sido propuesto para varios premios, incluido el gran premio nacional al mejor belén.

Pero precisamente la mañana en que los jueces debían visitarlo, Clara descubrió al levantarse la peor de las tragedias: su obra maestra ¡estaba totalmente

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