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Los Ojos De Los Pobres


Enviado por   •  12 de Abril de 2013  •  512 Palabras (3 Páginas)  •  498 Visitas

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¡Ah! QUIERES SABER POR QUÉ TE ODIO HOY. Te será sin duda menos difícil entenderlo que a mí explicártelo. Porque tú eres, creo, el mejor ejemplo de impermeabilidad femenina que se pueda encontrar.

Habíamos pasado junto una larga jornada que a mi me pareció corta. Nos habíamos prometido que nuestros pensamientos serían comunes entre los dos, que, en lo sucesivo, nuestras dos almas no serían más que una, un sueño que, después de todo, nada tiene de original si no es que, soñado por todos los hombres, no ha sido realizado por ninguno.

Por la tarde, un tanto fatigada, quisiste sentarte en un café nuevo, que hacía esquina con un nuevo bulevar, todavía lleno de cascajo, que mostraba ya gloriosamente sus esplendores inconclusos. El café centelleaba. El gas mismo desplegaba todo el ardor de un debut e iluminaba con todas sus fuerzas los muros cegadores de blancura, las láminas deslumbrantes de los espejos, el oro de las varillas y las cornisas, los pajes de mejillas regordetas, arrastrados por unos perros encadenados, las damas que sonreían al halcón prendido en su puño, las ninfas y las diosas que portaban frutos, pasteles caza en la testa, las Hebes y los Ganímedes que ofrecían, en los brazos tendidos, la pequeña ánfora de las bavaresas o el obelisco bicolor de los helados empenachados: toda la historia y toda la mitología puestas al servicio de la glotonería.

Delante de nosotros, sobre la calzada, se hallaba plantado un buen hombre de unos cuarenta años, con el rostro cansado y la barba grisácea, y tenía de la mano a un muchachito mientras cargaba a un ser diminuto, demasiado débil para caminar. El hombre desempeñaba quehaceres de niñera. Todos estaban en harapos. Y aquellos tres rostros eran extraordinariamente serios, aquellos seis ojos contemplaban fijamente el nuevo café con igual admiración, aunque diversamente matizada por la edad.

Los ojos del padre decían: “¡Qué bello, qué bello! Se diría que todo el oro del pobre ha ido a dar a esas paredes”. Los ojos del muchachito: “Qué bello, qué bello! Pero es una casa en la que sólo pueden entrar las personas que no son como nosotros”. En cuanto a los ojos del más pequeño, estaban demasiado fascinados para experimentar otra cosa que una alegría estúpida y profunda.

Los cancionistas dicen que el placer hace el alma buena y que ablanda el corazón. La canción era verdad en lo que me concernía. No sólo estaba yo enternecido con aquella familia de ojos, sino que me sentía un poco avergonzado de nuestros vasos y nuestras garrafas, más grandes que nuestra sed. Volví mi mirada a la tuya, querido amor, para leer allí mi pensamiento; me sumergí en tus ojos tan hermosos y tan extrañamente dulces, en tus ojos verdes, habitados por el Capricho e inspirados por la Luna, cuando me dijiste: “No soporto a esa gente con los ojos como platos. ¿No podrías

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