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Baudelaire-Los Ojos De Los Pobres


Enviado por   •  5 de Septiembre de 2014  •  2.489 Palabras (10 Páginas)  •  314 Visitas

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Contextualización del autor y la obra:

Este escrito que les doy apareció en forma de folletín[4] en El spleen de París, allá por 1864. Forma parte de los “Pequeños poemas en prosa” (les recomiendo su lectura, que no es sencilla pero al final uno sale muy enriquecido).

Corresponden al momento histórico preciso en que, bajo la autoridad de Napoleón III y la dirección de Haussmann[5], la capital de Francia estaba siendo sistemáticamente demolida y reconstruida. Mientras Baudelaire trabajaba en París, las obras de modernización proseguían a su alrededor, sobre su cabeza y bajo sus pies. Baudelaire se veía no sólo como un espectador, sino también como un participante y protagonista en esta obra en marcha; su propia obra parisiense expresa este drama y este trauma. Baudelaire nos muestra algo que ningún otro escritor ve tan bien: cómo la modernización de la ciudad inspira e impone a la vez la modernización de las almas de sus ciudadanos.

El autor habla de “un café nuevo que hacía esquina con un bulevar también nuevo y todavía lleno de escombros”. Los bulevares habían sido planificados por Haussmann, quien destruyendo los barrios antiguos creó avenidas con corredores anchos y largos por los que podían circular las tropas y la artillería, para desplazarse contra las futuras barricadas e insurrecciones populares. Además, los bulevares abrieron huecos que permitieron a los pobres pasar y salir de sus barrios asolados y descubrir por vez primera la apariencia del resto de su ciudad y del resto de la vida. Los pobres comenzaron a convivir con los ricos (como ocurre hoy en gran parte de nuestras ciudades modernas).

La presencia de los pobres arroja una sombra inexorable sobre la luminosidad de la ciudad. El marco, que mágicamente inspiraba el romance, ahora obra una magia contraria, sacando a los enamorados de su aislamiento romántico para llevarlos a redes más amplias y menos idílicas. Bajo esta nueva luz, su felicidad personal aparece como un privilegio de clase. El bulevar los obliga a reaccionar políticamente. La respuesta del hombre vibra en dirección a la izquierda liberal: se siente culpable de su felicidad, cercano a quienes pueden verla, pero no pueden compartirla; sentimentalmente desearía hacerlos formar parte de su familia. Las afinidades de la mujer –por lo menos en este momento- están con la derecha, el Partido del Orden: tenemos algo, ellos lo quieren, de manera que haríamos bien en “prier le maître”, llamar a alguien con poder para librarse de ellos. Así, la distancia entre los enamorados no es solamente una brecha en la comunicación, sino una oposición radical, política e ideológica.

Tal vez, incluso cuando él afirma noblemente su parentesco con la familia de ojos universal, comparte los mezquinos deseos de ella de negar a los parientes pobres, de sacarlos de su vista y de sus pensamientos. Tal vez detesta a la mujer que ama porque sus ojos le han mostrado una parte de sí mismo a la que detesta enfrentarse. Tal vez la división más profunda no se dé entre el narrador y su amada, sino dentro del mismo hombre. Si esto es así, nos muestra cómo las contradicciones que animan las calles de la ciudad moderna repercuten en la vida interna del hombre de la calle.

Baudelaire sabe que las respuestas del hombre y la mujer, el sentimentalismo liberal y crueldad reaccionaria, son igualmente fútiles. Por una parte, no hay manera de asimilar a los pobres en una familia de acomodados; por la otra, no hay una forma de represión que pueda librarse de ellos por mucho tiempo: volverán siempre.

LA CONCEPCIÓN AMOROSA DE “LOS OJOS DE LOS POBRES”

“Nos habíamos prometido que nos comunicaríamos todos nuestros pensamientos el uno al otro y que en adelante nuestras almas serían una sola; claro que este sueño no tiene nada de original, como no sea que ningún hombre lo ha visto realizado, aunque todos lo hayan concebido”.

Baudelaire sugiere lo que años después diría el poeta Rainer María Rilke:

El amor, en su esencia, es soledad: es una relación entre dos soledades que se protegen, se completan, se limitan y se inclinan la una hacia la otra[6]. El amor no es lo contrario de la soledad sino una soledad compartida, habitada, iluminada –y a menudo también ensombrecida y molestada- por la presencia del otro.

Y si la humanidad es ser partes de una misma penuria, entonces consiste en saber que cada uno lleva su propia muerte en sí mismo, como el fruto su semilla. Estamos solos: somos islas. Por eso nos desesperamos por tender puentes, y todas nuestras actitudes –religiosas, sociales, amorosas, amistosas – no son otra cosa que esos puentes.

La visión de la agonía de un ser querido, por caso, nos arroja contra la soledad inenarrable de toda muerte, que en ese caso implicaría estar junto a un ser humano, tocándolo, ayudándolo, y tener que admitir, sin embargo, qué inmensos abismos separan a uno de otro, que la muerte es una, solamente personal, indivisible, incompartible. Allí nos daríamos cuenta de que estamos absolutamente solos y desgajados del instante; que ya no hay comunión posible entre seres que no hace tanto se sabían ramas de un mismo árbol[7].

Nadie podrá vivir nuestro dolor, ni podremos jamás vivir ni morir por otro. Como ha dicho Rilke en “Cartas a un joven poeta”, no estamos solos, SOMOS solos.

La soledad y la socialidad no son dos mundos diferentes sino dos formas diversas de relacionarse con el mundo. No poder sentir lo que el otro siente no es un impedimento para amarse y estar juntos. Saberse solo no es lo mismo que saberse aislado. A muy grandes rasgos, es de prever que quien se sienta aislado opte por dos extremos igualmente peligrosos: o se intuye una nada sin importancia en comparación con la vastedad del mundo; o se consuela con la falsa idea de ser la única persona que realmente cuenta. Quien se sabe solo es consciente, cuando menos gran parte del tiempo, de estar rodeado por personas que lo valoran y lo aman.

Respecto del amor:

La cultura occidental, procedente de la civilización griega y judeocristiana, distingue tres tipos de amor: Eros, Philia y Agapé.

Les aclaro que lo que voy a escribir a continuación no es más que una distinción teórica, que separa conceptualmente algo que en la realidad empírica se encuentra mezclado de diversos e insondables modos.

Eros:

El

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