Mil Señales Perdidas

Sinopsis:

 Raven es una chica que desea obtener su libertad a cualquier costo; esa libertad que le fue robada el día que descubrió sus habilidades. Y para recuperarla debera luchar, porque desde el momento en que fue enviada al castillo de los Mclockeds como castigo, Raven supo que su futuro incierto estaría lleno de problemas. Sin embargo, también está cada vez mas cerca de descubrir que le sucedió a su hermano… Y no se detendrá hasta descubrirlo.

Soren, un chico de las calles de Zersalia, siempre ha tenido la sensación de estar perdido en el mundo, como si su alma estuviera en un lugar lejano, tan lejano que ni siquiera el mismo puede alcanzarlo. Ahora, ese lugar parece ser un rompecabezas destinado a encajar. Y es que Soren forma parte de los Wirebs, un grupo de asesinos dispuestos a traicionar a cualquiera para lograr sus objetivos. Pero para él, los planes son otros.

Ambos, Raven y Soren, tienen cosas en común, cosas que los unen a sus destinos: buscan olvidar sus respectivos pasados. Buscan venganza. Buscan respuestas.

                                 Prologo

La suave presión de los dedos de su padre dejo un par de huellas en su muñeca.                                                                                                                                     Era una señal que transmitia todo lo que no le podía decir en voz alta. Pero vacia de cualquier esperanza, después de todo.

El príncipe Elian Mclockeds, con una sonrisa siniestra, se acerco al joven sentado en el suelo junto a su padre, un pobre herrero, quien había pasado las ultimas horas pensando en el castigo que le impondrían a ambos. Ninguna de sus ideas le dio alivio alguno.

-Como probablemente ya sepan, las acciones que han estado haciendo estos meses son consideradas un delito imperdonable para el reino. –Dijo Jesiah finalmente.

Ambos, padre e hijo, permanecieron en silencio. Estaban muy conscientes de los negocios imprudentes en lo que estaban involucrados, y que los habían llevado hasta la sala del rey Mason, donde se encontraban en ese momento. El príncipe Elian observo detenidamente al padre, buscando que decir a continuación. Las palabras llegaron de inmediato:

-En unos minutos se les asignaran sus celdas. Ahora ¿cuáles son sus nombres?

El padre, tembloroso, contesto: Soy Jesiah. Mi hijo se llama Soren.

El joven levanto la cabeza en cuanto oyo su nombre y fijo la mirada en el príncipe, de forma desafiante. De alguna manera sabia que proporcionarle ese dato a alguien tan importante como el no era una buena idea, ni podría beneficiarle.

Elian no se inmuto al oir la respuesta de Jesiah. Eran nombres muy comunes en el reino de Zersalia, al igual que su forma de vestir.

-Como a todos los demás prisioneros, les ofreceré la opción de cumplir sus castigos fuera de las rejas. Aunque muy pocos la han elegido, es la mejor oportunidad que podrían tener.

El príncipe se acerco a uno de los guardias que vigilaba la puerta de la sala. Le tendio la mano y el guardia coloco sobre ella un pergamino cuidadosamente doblado, como si contuviera un terrible secreto. Soren solia ver trozos de pergamino tirados en las calles de Piralt, su ciudad natal, pero no les tomaba le menor importancia. Pero considerando la situación en la que se encontraba, jamas le había tenido tanto temor a un pergamino como se lo tenia al que sostenia el príncipe.

Elian camino de nuevo hacia ellos, sus pasos presagiando el desafortunado destino que les esperaba.

-Esta es la oferta: uno de ustedes tendrá la oportunidad de cumplir su condena trabajando con los Wirebs, un grupo de asesinos reconocido en Zersalia. Pero el otro tendrá que quedarse aquí, muriendo lentamente en una de nuestras celdas. Pienselo bien, ratas callejeras.

Soren se puso de pie de un salto, arrastrando a su padre hacia una de las esquinas de la sala. Sabia el deberia ser quien se quedara en el castillo, pero seguramente su padre pensara lo contrario. Debia hallar una forma de convencerlo de que el debía quedarse; después de todo él era el responsable del problema en el que estaban.

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