CALAMIDADES GEMELAS: LA GUERRA DE LOS MIL DíAS Y LA PÉRDIDA DE PANAMÁ
mairacristanchoTrabajo6 de Septiembre de 2016
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CALAMIDADES GEMELAS: LA GUERRA DE LOS MIL DíAS Y LA PÉRDIDA DE PANAMÁ
Rafael Núñez había insistido en que su Regeneración era la alternativa a la catástrofe nacional, pero la ejecución de sus programas no previno, sino que hasta cierto punto incitó a dos catástrofes separadas que golpearon a Colombia durante el cambio de siglo: la más sangrienta de sus guerras civiles y el desmembramiento de su territorio. La primera de estas calamidades sobrevino inmediatamente después de otras elecciones muy disputadas, en las cuales, según los liberales, la saliente administración Caro había impuesto arbitrariamente como Presidente al candidato de su predilección, pisoteando los derechos de los liberales y los conservadores disidentes. Puesto que el elegido por la administración era Manuel A. Sanclemente, mayor de ochenta años ya muy debilitado, los liberales supusieron que Caro pretendía gobernar tras bambalinas y que por lo tanto era poco probable que la situación política mejorase realmente.
Es posible argumentar que el estallido de la Guerra de los Mil Días fue provocado igualmente, al menos en parte --como lo ha sostenido con mucha insistencia el historiador Charles Bergquist-5 a causa de una nueva ronda de la crisis económica. La depresión de los productos de exportación, asociada con la desaparición de la anterior hegemonía liberal, había dado paso al aumento de las exportaciones de café en los primeros años de la Regeneración; pero el rápido incremento de la producción, en Colombia y en otros países productores del grano, llevó a una abrupta caída de los precios internacionales en la segunda mitad de la década de 1890. El impacto del descenso en Colombia se agravó, según los críticos del gobierno, por las políticas económicas oficiales. Al respecto, tales personajes tenían en mente no sólo el supuesto mal manejo monetario, sino también la imposición de obligaciones fiscales a las exportaciones de café en 1895. Es difícil precisar cuánta verdad había en las acusaciones, pero el apuro económico del país intensificó al menos la oposición al régimen por parte de los liberales y los conservadores disidentes; la mayoría de estos últimos tenía su plaza fuerte en Antioquia, una importante región cafetera. Los disidentes, que tomaron el nombre de Históricos, o Conservadores Históricos, en oposición a los Nacionalistas de Caro, herederos directos de Núñez y su Partido Nacional, nunca se aliaron formalmente con los liberales, pero su desencanto estimuló a estos últimos y necesariamente debilitó al gobierno de Bogotá. De esta manera, pocos fueron los sorprendidos cuando, a finales de 1899, militantes liberales desencadenaron el nuevo conflicto civil, que duraría aproximadamente tres años y contribuiría, indirectamente, a la pérdida de Panamá. Dentro del Partido Liberal había una facción que preveía, si no la pérdida de Panamá, al menos algunos de los terribles efectos que sin duda traería la guerra, pero las frustraciones de esa colectividad ya eran demasiado insoportables como para detenerse a contemporizar.
Los liberales sufrieron gran desilusión al descubrir que los conservadores históricos, cuando la suerte estuvo echada, se aliaron con sus correligionarios rivales y respaldaron al gobierno en lugar de ayudar y apoyar al otro partido. En ese sentido, su comportamiento reproducía el de los liberales independjentes, que de la misma manera 206 habían frustrado a los rebeldes conservadores de 1876. Sin los liberales lograron casi inmediatamente poner en acción un ejército y una flotilla en el río Magdalena. La flota del río fue destruida rápidamente por las fuerzas del gobierno, pero la fortuna se mostró voluble en los combates terrestres, que tuvieron lugar principalmente en la parte oriental del departamento de Santander, plaza fuerte de los liberales radicales durante la era federal.
A la derrota liberal ocurrida en Bucaramanga, el 13 de noviembre de 1899, siguió una victoria decisiva, cuando las fuerzas encabezadas por los generales Rafael Uribe Uribe y Benjamín Herrera aplastaron a un importante ejército del gobierno en la batalla de Peralonso. Los liberales no complementaron su victoria con una persecución del enemigo hasta Bogotá, como bien hubieran podido intentarlo. En cambio, adormecidos por la excesiva confianza en la victoria, perdieron tiempo esperando concesiones gubernamentales que nunca llegaron. Lo que sí llegó fue un definitivo triunfo conservador en la batalla de Palonegro, librada entre el II y el 26 de mayo de 1900. Durante dos semanas de combate permanente, los dos ejércitos, que juntos sumaban 25.000 hombres, sufrieron más de 4.000 bajas. siendo los liberales los más afectados. El hedor de tantos cuerpos de hombres y animales en descomposición en el campo de batalla era insoportable. Los médicos y las enfermeras, especialmente del lado revolucionario, fueron incapaces de curar a los innumerables heridos, muchos de los cuales fueron abandonados a su suerte y murieron en medio de atroces dolores; la contaminación de las fuentes de agua complementó los estragos de las enfermedades, que fueron más letales que los disparos. Al final, los liberales no solamente perdieron la batalla sino igualmente grandes cantidades de armas y equipos imposibles de remplazar. y un ímpetu que nunca recuperaron.
Después de Palonegro, los liberales no pudieron librar batallas convencionales, excepto en Panamá e intermitentemente en la costa, y fueron reducidos a una irregular guerra de guerrillas, en la vana esperanza de desgastar al gobierno. Esta variedad de actividad guerrera predominó en la región del alto Magdalena y en las vertientes cercanas, al oeste y al sur de Bogotá, área donde la colonización se 207 estaba extendiendo rápidamente debido al auge de la producción cafetera, y donde la presencia de las instituciones tradicionales era relativamente débil. En corto tiempo, la guerra de guerrillas resultó marcada por estallidos de brutalidad y bandidaje por parte de ambos contendientes, hasta el punto de que los alarmados liberales de clase alta -que ejercían poco control real sobre los bandos nominalmente afiliados a su partido-- se tomaron más y más partidarios de una solución negociada de la guerra civil.
Las posibilidades para tal negociación habían parecido favorables durante un breve período, hacia finales de 1900, después de que los conservadores históricos promovieran un golpe que depuso al viejo y achacoso Presidente Sanclemente en favor de su Vicepresidente, José Manuel Marroquín, ligeramente más joven. Una vez en el poder, sin embargo, Marroquín se mostró igualmente intransigente, y la guerra llegó a su fin solamente a fines de 1902. El agotamiento absoluto contribuyó a la conclusión del episodio. El número estimado de bajas por causa del conflicto se eleva a la impresionante cifra de 1¡lli cien mil, que en una población total de alrededor de cuatro millones . _iii¡ "" equivale al 2.5% de los colombianos (y naturalmente, a una proporción mucho más alta de hombres adultos). Esta es una estadística que se repite de texto en texto, sin que nadie sepa de dónde provino, y probablemente sea demasiado alta. De todas maneras, el derramamiento de sangre fue enorme y acentuó las exigencias de paz; los costos económicos de la guerra tuvieron el mismo efecto. No solamente se interrumpieron intermitentemente la producción y el comercio en gran parte del territorio nacional, sino que también tanto liberales como conservadores tuvieron que pagar por el desastre. Los liberales desembolsaron más, pues el gobierno los golpeó con la imposición de préstamos punitivos; sin embargo, los seguidores del régimen no pudieron evitar cargar con parte de la responsabilidad.
Sin duda, nadie pudo escapar al efecto de la incontrolable inflación que resultó del uso cada vez más frecuente de la imprenta por parte del gobiemo para cubrir sus gastos militares y de otro tipo. En una ocasión en que se acabó el papel apropiado en las imprentas oficiales, se echó mano de un papel preparado para envoltura de 208 chocolates, y en los billetes recién impresos se podía incluso distinguir el logotipo de la fábrica6. El valor del dólar en moneda colombiana, que al inicio de la guerra era aproximadamente de cuatro pesos, subió hasta cien pesos al finalizar el conflicto, en noviembre de 19027• Pero aun con el recurso de un papel moneda sin respaldo, el gobierno era objeto de tantas presiones, que, para citar un solo ejemplo. ya no podía mantener las tres colonias de leprosos del país, cuyos pacientes quedaron en las calles y carreteras, abandonados a su suerte.
Otro incentivo para la paz fue el estado crítico de las negociaciones con los Estados Unidos en tomo a la concesión para construir un canal que cruzara el istmo de Panamá. El hecho de que ese departamento fuera uno de los escenarios principales de la etapa final de la guerra era algo más que inconveniente, aunque no arectó en realidad el tránsito; el gobiemo de Bogotá no pudo sino estar de acuerdo con que las fuerzas estadounidenses entraran a resguardar la ruta, y de hecho su presencia protegió las ciudades de Panamá y Colón, puntos extremos del trayecto, de suerte que éstas no cayeron en manos de los revolucionarios. La incapacidad del gobierno para prestar cuidadosa atención a las negociaciones del canal mientras el país era desgarrado por la guerra civil fue aún más grave, y esto sin mencionar el debilitamiento de la capacidad negociadora de Colombia con respecto a los atractivos de la posible construcción del canal en Nicaragua. Oportunamente, el acuerdo que puso fin a la guerra fue el llamado Tratado del Wisconsin, firmado en noviembre de 1902 a bordo del navío estadounidense de ese nombre estacionado frente a la costa panamefta. Al igual que el tratado de paz preliminar suscrito un mes antes por las fuerzas liberales en la región de la costa caribeña, este tratado ofrecía garantías de protección personal para los ex revolucionarios, pero ninguna promesa explícita de reformas polfticas. El recurso liberal a la violencia para lograr sus objetivos había resultado, una vez más, contraproducente.
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