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NOVELA


Enviado por   •  18 de Mayo de 2019  •  Trabajos  •  4.354 Palabras (18 Páginas)  •  119 Visitas

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Mi nombre es Máximo, soy de Suapi, un pueblo lleno de mucha alegría y vegetación, por donde quiera que mires hallarás un verde que refleja la esperanza de nuestro pueblo, un cielo tan celeste que te transmite tanta paz y gente que te recibe con los brazos abiertos, en cualquier moento. Mi familia es muy humilde, mi padre se dedica a trabajar la tierra desde que tengo uso de razón y mi madre cuida de mis 5 hermanos. Desde que era niño, siempre quise ayudar a mi padre a mantener a mi familia, mi padre me decía que le ayudara con las cosechas, es por ello que empecé a desarrollar una afinidad muy fuerte con la naturaleza, el tiempo fue pasando muy de prisa, en un abrir y cerrar de ojos ya era mis últimos meses en la escuela, tenía que pensar en una carrera, era muy difícil para mí ya que no conocía nada más que lo que tenía en mi entorno, así que decidí estudiar algo relacionado con la naturaleza.
Fue grande mi sorpresa cuando la directora de mi escuela me mando a llamar.
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-Max no me creerás la noticia que te tengo, revisaron las solicitudes que enviamos a La Paz, ¡te aceptaron!- Exclamó la directora con mucho entusiasmo.

No era capaz de procesar tan grata noticia, la emoción me embargaba, sentía un cosquilleo por todo el cuerpo, solo alcancé a decir: ¡Estoy sin palabras!
Sólo tenía una Universidad en mente, esa era la Unifranz; ya que había escuchado muy buenas recomendaciones y me habían animado a postular a esa universidad.
En ese momento, muy entusiasmado; emprendí un largo camino a casa, ya que la escuela quedaba a 5 kilómetros de distancia y me tomaba por lo menos 2 horas llegar.

- ¡Papá, mamá! Me otorgaron la beca para poder estudiar en la ciudad- Exclamé al mismo tiempo que cruzaba la puerta.

-Hijo, sabía que te aceptarían, nadie dejaría que tanto talento se le escape de las manos, hay que empezar a alistar todo ¡desde ya!- Exclamó mi padre con lágrimas en los ojos. Podía percibir un poco de tristeza en su voz y su mirad reflejaba nostalgia.

-Hijo que sorpresa, no sé qué decirte, aunque si te soy sincera, ¿no sería mejor que te quedaras aquí?, así puedes ayudar a tu padre con los sembríos.- Clamó mi madre con entonación de súplica.

-Madre esta es una oportunidad única en mi vida, debo hacerlo para poder retribuirles de alguna manera, todo lo que han sido capaces de hacer por mí. Prometo que se sentirán muy orgullosos de todos y cada uno de mis logros- Grité mientras mantenía la mirada fija en los ojos de mi madre, que eran tan marrones como la los granos de café.

-Hijo; tu no nos debes nada, todo lo que hicimos y hacemos por ti, lo hacemos con todo el amor del mundo y ya nos sentimos muy orgullosos de quién eres Max- Vociferó mi padre con un tono de satisfacción.

Los días pasaban, sabía que cada vez estaba más cerca de aquel momento en que tendría que dejar a mi familia y todo lo que alguna vez había conocido iba a ser parte tan solo de mis recuerdos. Intentaba pasar todo el tiempo posible con mi padre ya que siempre había sido muy cercano a é y tenía muy claro que lo iba a echar muchísimo de menos cuando me encontrara lejos de mi hogar.
Las horas se hicieron días, los días meses y aquel día en el que tendría que emprender mi largo viaje; hacia la ciudad de La Paz, había llegado. Era un día triste, el cielo había amanecido muy nublado, como si presagiara mi triste destino. Mis padres me llevaron hasta la terminal, en donde debía esperar por un minibús, sentía mucha pena al saber que ya no podría ver a mis padres ni a mis hermanos, nunca me había alejado de mi hogar, iba a iniciar una nueva etapa en mi vida, tenía muchas expectativas y estaba rodeado de muchos miedos. Sólo llevaba conmigo un pequeño aguayo que mi madre había elaborado con sus propias manos, recuerdo que me lo había entregado en medio de sollozos, suplicando que siempre tenga presente a mi familia y sepa de donde venía.
El minibús había arribado, era momento de despedirme, sentía un vacío inexplicable en el pecho, un nudo en la garganta que no me permitía vocalizar palabra alguna. Abracé a mi padre y a mi madre, las lágrimas caían por mis mejillas como las gotas de lluvia en mi querido pueblo.

-Los amo y siempre los llevaré en el corazón, a donde quiera que vaya- Susurré a sus oídos entre llantos y lamentos.

Arribé el minibús sintiendo como mi corazón se hacía pedazos, escogí un asiento a lado de la ventana para poder visualizar como poco a poco me alejaba de mis padres. Mi madre se aferraba al pecho de mi padre, con tanta fuerza que podía verse como sus puños se volvían tan rojos como mi propia sangre. El minibús empezó a avanzar y a lo lejos podía visualizar como la silueta de mis padres se perdía cada vez un poco más. Las lágrimas no dejaban de caer y el ardor de mis ojos no me permitía abrirlos por completo, los paisajes se empezaron a tornar borrosos y sin darme cuenta caí en un sueño profundo, hasta que sentí que alguien me mecía y me decía que tenía que despertar, que ya habíamos llegado a la cuidad de La Paz. Pregunté por dónde quedaba la Unifranz, el chofer muy amablemente me dijo que tenía que tomar un minibús que dijera Prado y decir que me iba a quedar en la plaza del Estudiante. Al bajar del minibús, me percaté que todo era muy diferente, habían demasiados carros, muchos sonidos, gente que iba de un lado otro y hacia donde dirigía mi vista, no encontraba otra cosa más que casas naranjas, de todos los tamaños, de todas las formas, nada de naturaleza, esta ciudad estaba llena de cosas extrañas, cosas que no entendía.

Seguí las indicaciones al pie de la letra y al cabo de unos 25 minutos, llegué a la Plaza del Estudiante, pregunté a un policía dónde quedaba la Unifranz y me dijo que tenía que subir por una calle que tenía un nombre bastante raro. Subí unas 2 cuadras y efectivamente ahí se encontraba la universidad. Estaba en una esquina y tenía 6 pisos, se veía muy moderna pero al igual que las calles se encontraba abarrotada de gente, eso me aterraba. Al ingresar me di cuenta que estaba en lo cierto; todo era muy moderno. Me dirigieron al área de bienestar estudiantil, un par de señoritas muy sonrientes, me dieron una cálida bienvenida y al cabo de unos 15 minutos de una charla muy amena, una de las señoritas me dijo que me enseñaría donde iba a vivir. Caminamos unos 3 minutos y nos detuvimos en una puerta negra, la cual parecía desgastada por el paso de los años. Ella se apresuró a tocar el timbre, mientras me decía que estaban esperando por mí. Salió una señora de unos 60 años y con una enorme sonrisa me dijo que pasara, que todo estaba listo. Me despedí de la señorita que muy amablemente me había conducido hasta ese lugar y me adentré en la casa que parecía estar inhabitada. Subimos hasta el tercer piso y la señora me señaló cual iba a ser mi dormitorio, me entregó una llave y acto seguido, pasó a retirarse. No podía creer que iba a dormir solo, ya que siempre dormía con mis papás y mis hermanos, todos siempre juntos. El cuarto era pequeño; tenía una cama, una lámpara y un mueble que se asemejaba mucho a un escritorio, no era la gran cosa, pero era acogedor, y eso fue suficiente para mí.

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