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NUEVOS ENSAYOS LIBERALES Óscar Godoy Arcaya

jimelukasEnsayo4 de Noviembre de 2015

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LIBRO

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Pedro Schwartz:  Nuevos ensayos liberales

(Madrid: Espasa Calpe, 1998).

PEDRO SCHWARTZ:

NUEVOS ENSAYOS LIBERALES

Óscar Godoy Arcaya

Mario Vargas Llosa se queja, con justa razón, por la ausencia de liberales integrales en el mundo intelectual hispanoparlante. Y llama así a

aquellos liberales que sostienen, defienden y promueven el pleno desplie- gue de una sociedad libre y abierta. Éste es justamente el primer elogio que el mismo Vargas Llosa le prodiga a Pedro Schwartz, a raíz de la publica- ción de sus Nuevos ensayos liberales, el ser un liberal a cabalidad que se expresa en español.

Para Schwartz el liberalismo es a la vez un talante y una filosofía práctica; un modo de ser y una concepción razonada de la política. Al hilo de esta doble pista, nuestro autor evoca, en la primera parte de su libro, a los grandes maestros del liberalismo intelectual español, entre los cuales destaca la figura de Gregorio Marañón y sus Ensayos liberales. Alrededor suyo Schwartz esboza una breve historia del liberalismo del XIX y del XX, en cuyo decurso aparecen figuras señeras, como Francisco Martínez Mari- na, José Joaquín de Mora, Manuel Azaña, Salvador de Madariaga y José Ortega y Gasset. Este recuento histórico es, a la vez, una genealogía inte-

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ÓSCAR GODOY ARCAYA. Doctor en Filosofía, Universidad Complutense de Madrid, Profesor Titular de Teoría Política y Director del Instituto de Ciencia Política de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Miembro de Número de la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile. Consejero del Centro de Estudios Públicos.

Estudios Públicos, 75 (invierno 1999).


lectual del mismo autor, que al definir su vínculo inmediato y directo con esta accidentada tradición española reconoce deudas con Luis Díez del Corral y José Antonio Maravall.

El gran tema de los liberales españoles que inauguran el siglo es la libertad del individuo. Por esta razón, para ellos constituye un tema central el establecimiento de las condiciones para garantizar la libertad individual: respeto de los derechos humanos, reconocimiento de la igualdad de las personas ante la ley, división de poderes, defensa de la propiedad privada y del cumplimiento de los contratos y, por fin, máxima franquía a la compe- tencia económica. Es decir, todo aquello que configura el talante liberal de sus precursores y el ideario básico del liberalismo del siglo XIX, sobre cuyo suelo el autor levanta y nos ofrece estos Nuevos ensayos liberales.

Las bases del liberalismo

En el importante capítulo titulado “Bases filosóficas del liberalis- mo”, Schwartz nos entrega su visión de los fundamentos del liberalismo, que a su juicio brotan de las dimensiones más radicales de la realidad humana: una naturaleza limitada e imperfecta y un modo de conocer fali- ble, instalada en un mundo entrópico y volcada a organizar la sociedad venciendo enormes dificultades. Tales limitaciones deberían hacer inviable al liberalismo, en tanto proyecto político. Pero para Schwartz es justamente al revés. Es sobre la ignorancia, la escasa maleabilidad del ser humano, la tendencia del mundo a un equilibrio de puro desorden y los conflictos valóricos, que emerge y progresa una sociedad abierta.

La línea argumental mayor de Schwartz nos dice, en primer término, que una teoría del conocimiento confiable es siempre fabilista, porque parte reconociendo que ninguna autoridad es decisiva para alcanzar la verdad: ni la tradición, ni el razonamiento, ni los sentidos. La verdad libre de dudas no existe; la verdad se puede definir, pero precariamente, pues el hombre es intrínsecamente falible y sus limitaciones no le permiten la certeza absoluta.

En este horizonte cognitivo fabilista, la verdad está siempre someti- da al asedio de la crítica. Es por eso que la sociedad liberal ha generado instituciones sociales que facilitan el descubrimiento y la eliminación del error. A través suyo, la comunidad científica organiza sus actividades en torno a un doble principio: no existe ninguna autoridad que garantice la verdad y la crítica es libre. De este modo, los científicos establecen y conceden legitimidad a aquellas verdades provisionales que han sobrevivi- do a la crítica, al contraargumento y a los experimentos más radicales.


La libertad para ejercer la crítica y la libertad para descubrir el error, que arrancan de la epistemología fabilista, están estructuralmente relacio- nadas con las distintas libertades que constituyen el núcleo duro del libera- lismo político clásico: las libertades de pensamiento, expresión, religión, creencia, opinión, etc. Fácilmente, si tomamos esas bases cognitivas como premisas, podemos inferir un amplio espectro de libertades aún más especí- ficas. U otros valores del liberalismo, como la tolerancia, por ejemplo.

¿Qué es ella sino la internalización de la conciencia de que nuestra verdad provisional puede ser refutada por otro, o bien que ese otro nos puede demostrar que estamos en un error? Esta teoría fabilista del conocimiento no sólo tiene derivaciones políticas sino también morales, pues asientan la relación con el otro sobre bases profundamente humanas, no antagónicas, pacíficas y cooperativas. En esta perspectiva, el otro nunca puede ser estig- matizado, perseguido o marginado por ‘pensar distinto’, por ser heterodoxo y ‘estar en el error’.

La segunda base filosófica del liberalismo, a la que nos conduce Schwartz, se refiere a la relación entre la naturaleza humana y su entorno. La tesis de nuestro autor es que los individuos sólo somos parcialmente maleables. En consecuencia, las sociedades que pretendan moldearnos inte- gralmente, a través de algún proyecto constructivista, perderán tiempo, energía y recursos, además de hacernos pagar dramáticos costos en térmi- nos de libertad y creatividad. En cambio, las sociedades que por su carácter abierto permiten la libre experimentación, compatible con la subsistencia de los lazos sociales, son más progresivas, porque liberan procesos creati- vos que son inherentes a nuestra libertad.

En este orden, los constructivismos fundados en la reducción del hombre al homo sociologicus no responden a la verdadera y compleja naturaleza del ser humano. La réplica a este reductivismo tiene una fuerte sustentación en los estudios contemporáneos sobre las desigualdades gené- ticas de los individuos en tanto individuos. Asunto acerca del cual Pedro Schwartz nos entrega conocimientos finamente decantados, que son de difícil acceso en sus fuentes originales, en especial por sus tecnicismos y complejidades. Éstos concluyen, en primer lugar, que los seres humanos muestran, a una edad temprana, diferencias notables de inteligencia gene- ral, y que, en segundo lugar, ellas se mantienen estables a lo largo de la vida. Se trata de diferencias que en gran parte tienen una base genética: detrás suyo hay una combinatoria compleja de genes. Si estas teorías son verdaderas, nos dice nuestro autor, es imposible ceñir a los individuos a condicionamientos o estereotipos sociales, que los constituyen en sujetos iguales. No hay condicionamientos pavlovianos, por ejemplo, del sujeto


humano. Y todos los intentos para emplazarlos siempre han fracasado y seguirán fracasando.

Estos conocimientos, por otra parte, cuestionan la cuantificación clásica de inteligencia, dado que el factor g que ella pretende medir no constituye un número estable y significativo de variables que permita llegar a conclusiones absolutas y necesarias. De este modo, en concreto, los pa- leontólogos dudan que se pueda medir, con un único número, una dimen- sión estable y trasmisible en forma hereditaria del ser humano. Este dato explica por qué, según Schwartz, en la especie humana, considerada en su conjunto, se observa que las diferencias genéticas entre un grupo social o racial y otro son mínimas. Técnicamente esto significa que no hay un gen humano para cada grupo étnico, y que el genoma humano es asombrosa- mente uniforme. Las diferencias, entonces, no se dan a este nivel: sólo el individuo se diferencia genéticamente en sus rasgos dominantes.

Las dos líneas argumentales expuestas conducen a fundamentar, por un lado, diferencias individuales relevantes, que dan sentido al despliegue de virtualidades que sólo pueden realizarse a partir de la libertad. Y, por otro, a desestimar como carentes de toda base científica las tesis racistas que han marcado a nuestro siglo, con resultados dramáticos y cruentos.

Las diferencias entre los individuos en su fenotipo, o rasgos domi- nantes, son suficientemente notables como para encontrar en ellas una ex- plicación causal de la evolución cultural de las sociedades abiertas y libres versus las sociedades cerradas y con altos índices de sujeción o severas limitaciones a la libertad. No obstante, nos advierte Schwartz, ello no involucra la justificación política o social de privilegios inigualitarios. El argumento siguiente apunta a poner una barrera infranqueable a cualquier intento de trasladar las diferencias individuales a entes colectivos, como podría ser una raza, una clase social o una nación. Se trata de las diferen- cias reductivamente individuales. Pienso en la figura milliana del excéntri- co, que en su individualidad no es reductible a ningún otro. O en la teoría boeciana de la persona como inefable y única, etc.

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