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No Nacimos Pasemilla


Enviado por   •  6 de Noviembre de 2014  •  775 Palabras (4 Páginas)  •  128 Visitas

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En "No nacimos pa’ semilla" de Alonso Salazar, que data de 1990, es un libro de crónicas en el que aparece la marginalidad desparramada, o mejor encaramada, sobre las comunas de Medellín, Colombia. Salazar da la voz a los marginados para tratar de penetrar lo más objetivamente posible en la problemática violenta de las bandas juveniles. En este libro, que es una conmovedora mezcla de literatura de testimonio y reflexión sociológica, hablan los sicarios (asesinos a sueldo), las madres de los sicarios, los sacerdotes de los barrios donde viven los sicarios y los enemigos de los sicarios. Son crónicas que retratan una mentalidad juvenil a la que el Estado colombiano se ha negado a mirar y a considerar. Mostrándonos las periferias de Medellín, esas laderas montañosas donde la muerte se trivializa a diario, donde la única ley que se cumple es, al decir del cineasta colombiano Víctor Gaviria, la ley de la gravedad, Salazar termina trazando un tenebroso pero real croquis de la nueva ciudad latinoamericana. Un croquis que es como una enorme llaga, y que se lee, o se siente, de un tirón, con el alma en vilo, entre desconcertados y maravillados ante la irrupción de una generación de adolescentes que trastoca radicalmente los viejos valores morales de una cierta mentalidad pueblerina, basados éstos en la enseñanza y conservación de los tradicionales principios católicos y en la defensa de un progreso que había sido el baluarte de aquellos arrieros heroicos que habían hecho de Medellín una “Tacita de Plata” a punta de trabajo y honradez. Salazar retrata un Medellín como si éste fuera un espejo donde se vuelven astillas los viejos sueños de tanto utopista fundador o regente de ciudades, para quienes las bases sólidas de cualquier civilización urbana deben ser el respeto y la convivencia.

La Ciudad de Salazar, a su modo, es una mezcla de ciudad medieval y de metrópolis. Ciudad medieval en tanto que su trazado y la disposición de sus habitantes recuerda esos casos extremos de marginalización espacial ejercida por los urbanistas del siglo XII y XIII. Jacques Le Goff (1989) habla de ciudades guetos donde iban a parar los excluidos de entonces (usureros, prostitutas, ladrones, sepultureros, descuartizadores, juglares, enfermos mentales, carniceros); y metrópolis porque en ella entran y actúan las fuerzas de una modernidad que en América Latina es despiadada (la publicidad, el consumo y el comercio de la droga, el nihilismo). La ciudad de "No nacimos pa’ semilla" es una ciudad quedada a mitad de camino, una ciudad que es como un retazo de culturas de pueblos diseminadas caóticamente. Pero lo interesante de este libro es que enseña, con toda su complejidad y su desgarramiento, con toda su fuerza linguística, la figura del sicario joven, adolescente, casi niño. Ese desvalido, ese otro arrojado a los rincones putrefactos de la ciudad, que encuentra en la violencia, en el trabajo de matar por dinero al servicio del narcotráfico, una posibilidad de ser por un momento protagonista de una sociedad que no ha querido saber nada de ellos. Y su mecánica de acción está enredada con un sistema de comportamientos y creencias donde un implacable sincretismo cultural tiene su puesto. Los sicarios de "No nacimos pa’ semilla", esos mismos personajes que han llenado desde 1990 muchas páginas logradas y malogradas de la nueva narrativa colombiana, son máquinas de matar pero se encomiendan a la virgen, prenden veladoras y recitan plegarias para que sus crímenes sean consumados sin mayores problemas, odian al padre ausente y aman a una madre ubicua, que lo ha hecho todo por levantarlos en medio de un mundo hostil. Para ellos amar a la madre y responder por ella pase lo que pase y ser fiel a su nombre y aferrarse a su imagen casi virginal es conservar una especie de principio ético que los enaltece. Porque, desde su dinámica moral, es posible haber asesinado muchos hombres, pero se seguirá siendo parte de la humanidad desde la óptica de los afectos, si todas esas maldades han sido hechas para favorecer a la vieja. La frase de unos de los sicarios de Salazar era “la madre es lo más sagrado que hay, madre no hay sino una, papá puede ser cualquier hijueputa”.

Esta solidaridad familiar, de conseguir dinero matando para ayudar a la madre y a la familia precaria, no es propio sólo de Colombia y, particularmente, de Medellín. No hay reyes ni príncipes ni carpinteros indigentes. Hay capos del narcotráfico, politiqueros, industriales que pagan, y una generación de muchachos sin empleo, sin educación, sin porvenir que asesinan a líderes de izquierda, a candidatos presidenciales, o simplemente a hombres que hicieron algo o no lo hicieron y deben morir.

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