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Poemas Sor Juana

Greggo6 de Diciembre de 2012

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La Sentencia del Justo

Firma Pilatos la que juzga ajena

Sentencia, y es la suya. ¡Oh caso fuerte!

¿Quién creerá que firmando ajena muerte

el mismo juez en ella se condena?

La ambición de sí tanto le enajena

Que con el vil temor ciego no advierte

Que carga sobre sí la infausta suerte,

Quien al Justo sentencia a injusta pena.

Jueces del mundo, detened la mano,

Aún no firméis, mirad si son violencias

Las que os pueden mover de odio inhumano;

Examinad primero las conciencias,

Mirad no haga el Juez recto y soberano

Que en la ajena firméis vuestras sentencias

A una Rosa

Rosa divina, que en gentil cultura

Eres con tu fragante sutileza

Magisterio purpúreo en la belleza,

Enseñanza nevada a la hermosura.

Amago de la humana arquitectura,

Ejemplo de la vana gentileza,

En cuyo ser unió naturaleza

La cuna alegre y triste sepultura.

¡Cuán altiva en tu pompa, presumida

soberbia, el riesgo de morir desdeñas,

y luego desmayada y encogida.

De tu caduco ser das mustias señas!

Con que con docta muerte y necia vida,

Viviendo engañas y muriendo enseñas.

Sentimientos de Ausente

Amado dueño mío,

Escucha un rato mis cansadas quejas,

Pues del viento las fío,

Que breve las conduzca a tus orejas,

Si no se desvanece el triste acento

Como mis esperanzas en el viento.

Óyeme con los ojos,

Ya que están tan distantes los oídos,

Y de ausentes enojos

En ecos de mi pluma mis gemidos;

Y ya que a ti no llega mi voz ruda,

Óyeme sordo, pues me quejo muda.

Si del campo te agradas,

Goza de sus frescuras venturosas

Sin que aquestas cansadas

Lágrimas te detengan enfadosas;

Que en él verás, si atento te entretienes

Ejemplo de mis males y mis bienes.

Si al arroyo parlero

Ves, galán de las flores en el prado,

Que amante y lisonjero

A cuantas mira intima su cuidado,

En su corriente mi dolor te avisa

Que a costa de mi llanto tiene risa.

Si ves que triste llora

Su esperanza marchita, en ramo verde,

Tórtola gemidora,

En él y en ella mi dolor te acuerde,

Que imitan con verdor y con lamento,

Él mi esperanza y ella mi tormento.

Si la flor delicada,

Si la peña, que altiva no consiente

Del tiempo ser hollada,

Ambas me imitan, aunque variamente,

Ya con fragilidad, ya con dureza,

Mi dicha aquélla y ésta mi firmeza.

Si ves el ciervo herido

Que baja por el monte, acelerado

Buscando dolorido

Alivio del mal en un arroyo helado,

Y sediento al cristal se precipita,

No en el alivio en el dolor me imita,

Si la liebre encogida

Huye medrosa de los galgos fieros,

Y por salvar la vida

No deja estampa de los pies ligeros,

Tal mi esperanza en dudas y recelos

Se ve acosa de villanos celos.

Si ves el cielo claro,

Tal es la sencillez del alma mía;

Y si, de luz avaro,

De tinieblas emboza el claro día,

es con su oscuridad y su inclemencia,

imagen de mi vida en esta ausencia.

Así que, Fabio amado

Saber puede mis males sin costarte

La noticia cuidado,

Pues puedes de los campos informarte;

Y pues yo a todo mi dolor ajusto,

Saber mi pena sin dejar tu gusto.

Mas ¿cuándo ¡ay gloria mía!

Mereceré gozar tu luz serena?

¿cuándo llegará el día

que pongas dulce fin a tanta pena?

¿cuándo veré tus ojos, dulce encanto,

y de los míos quitarás el llanto?

¿Cuándo tu voz sonora

herirá mis oídos delicada,

y el alma que te adora,

de inundación de gozos anegada,

a recibirte con amante prisa

saldrá a los ojos desatada en risa?

¿Cuándo tu luz hermosa

revestirá de gloria mis sentidos?

¿y cuándo yo dichosa,

mis suspiros daré por bien perdidos,

teniendo en poco el precio de mi llanto?

Que tanto ha de penar quien goza tanto.

¿Cuándo de tu apacible

rostro alegre veré el semblante afable,

y aquel bien indecible

a toda humana pluma inexplicable?

Que mal se ceñirá a lo definido

Lo que no cabe en todo lo sentido.

Ven, pues, mi prenda amada,

Que ya fallece mi cansada vida

De esta ausencia pesada;

Ven, pues, que mientras tarda tu venida,

Aunque me cueste su verdor enojos,

Regaré mi esperanza con mis ojos.

Excusándose de un Silencio...

Pedirte, señora, quiero

De mi silencio perdón,

Si lo que ha sido atención,

Le hace parecer grosero.

Y no me podrás culpar

Si hasta aquí mi proceder,

Por ocuparse en querer

Se ha olvidado de explicar.

Que en mi amorosa pasión

No fue descuido ni mengua

Quitar el uso a la lengua

Por dárselo al corazón.

Ni de explicarme dejaba,

Que como la pasión mía

Acá en el alma te hablaba

Y en esta idea notable

Dichosamente vivía;

Porque en mi mano tenía

El fingirte favorable.

Con traza tan peregrina

Vivió mi esperanza vana

Pues te puedo hacer humana

Concibiéndote divina.

¡Oh, cuan loco llegué a verme

en tus dichosos amores,

que aun fingidos tus favores

pudieron enloquecerme!

¡Oh, cuán loco llegué a verme

en tus dichosos amores,

que aun fingidos tus favores

pudieron enloquecerme!

¡Oh, cómo en tu Sol hermoso

mi ardiente afecto encendido,

por cebarse en lo lúcido,

olvidó lo peligroso!

Perdona, si atrevimiento

Fue atreverme a tu ardor puro;

Que no hay Sagrado seguro

De culpas de pensamiento.

De esta manera engañaba

La loca esperanza mía,

Y dentro de mí tenía

Todo el bien que deseaba.

Mas ya tu precepto grave

Rompe mi silencio mudo;

Que él solamente ser pudo

De mi respeto la llave.

Y aunque el amar tu belleza

Es delito sin disculpa,

Castíguense la culpa

Primero que la tibieza.

No quieras, pues, rigurosa,

Que estando ya declarada,

Sea de veras desdichada

Quien fue de burlas dichosa.

Si culpas mi desacato,

Culpa también tu licencia;

Que si es mala mi obediencia,

No fue justo tu mandato.

Y si es culpable mi intento,

Será mi afecto preciso;

Porque es amarte un delito

De que nunca me arrepiento.

Esto en mis afectos halló,

Y más, que explicar no sé;

Mas tú, de lo que callé,

Inferirás lo que callo.

Teme que su Afecto Parezca...

Señora, si la belleza

Que en vos llego a contemplar

Es bastante a conquistar

La más inculta dureza,

¿Por qué hacéis que el sacrificio

Que debo a vuestra luz pura

Debiéndose a la hermosura

Se atribuya al beneficio?

Cuando es bien que glorias cante,

De ser vos, quien me ha rendido,

¿Queréis que lo agradecido

Se equivoque con lo amante?

Vuestro favor me condena

A otra especie de desdicha,

Pues me quitáis con la dicha

El mérito de la pena.

Si no es que dais a entender

Que favor tan singular,

Aunque se puede lograr,

No se puede merecer.

Con razón, pues la hermosura

Aun llegada a poseerse,

Si llega a merecerse,

Dejara de ser ventura.

Que estar un digno cuidado

Con razón correspondido,

Es premio de lo servido,

Y no dicha de lo amado.

Que dicha se ha de llamar

Sólo la que, a mi entender,

Ni se puede merecer,

Ni se pretende alcanzar.

Ya que este favor excede

Tanto a todos, al lograrse,

Que no sólo no pagarse,

Mas ni agradecer se puede.

Pues desde el dichoso día

Que vuestra belleza vi,

Tal del todo me rendí,

Que no me quedó acción mía.

Con lo cual, señora, muestro,

y a decir mi amor se atreve,

Que nadie pagaros debe,

Que vos honréis lo que es vuestro.

Bien se que es atrevimiento

Pero el amor es testigo

Que no se lo que me digo

Por saber lo que me siento.

Y en fin, perdonad por Dios,

Señora, que os hable así,

Que si yo estuviera en mí

No estuvierais en mí vos.

Sólo quiero suplicaros

Que de mí recibáis hoy,

No sólo

...

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