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Ruinas


Enviado por   •  6 de Febrero de 2015  •  Síntesis  •  2.084 Palabras (9 Páginas)  •  229 Visitas

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vEFRAÍN NADEREAU MACEO

Bastaría con su novela Ruinas (cinco ediciones en menos de tres años) para reconocer en Rafael García Romero (Santo Domingo, 1957) a uno de los escritores grandes de esta hora. Antes de esta obra maestra de la lengua, incluso, ya había publicado los libros de cuento: Fisión, El agonista, Bajo el acoso, Los ídolos de Amorgos, Historias de cada día, La Sórdida telaraña de la mansedumbre, A puro dolor y Duro de amar; amén de haber sido galardonado con el Premio Nacional de Cuento.

Para los dominicanos, y para los cubanos, el asunto que trata Ruinas es muy sensible, en tanto involucra a personajes célebres e históricos de ambas naciones (una poeta, un presidente, un historiógrafo de nuestras letras o de sus valías artísticas y otros personajes de la elite de nuestras intelectualidades). En ese mismo orden, se trata de Salomé Ureña Díaz, Francisco Henríquez y Carvajal –padre e hijo-; así como Pedro, Max y Camila Henríquez Ureña.

Es axiomático que García Romero ha tenido acceso a una documentación valiosa, de primera mano y un tanto sacra (cartas cruzadas y otras letras de Salomé y Francisco), junto a diversas formas documentales de sus hijos, subrayando la fantasía especulativa y memoriosa de nuestro Max; casi la única relación de Ruinas, o la única visible, con otros autores o literaturas, a menos que excluyamos e incluyamos a su contrapartida u homónimo, que pudiera ser, un poco traído por los pelos, el suculento Pedro Páramo (1988) del mexicano Juan Rulfo. Pues, también en Ruinas, hay una magia subliminal, cómplice, tendenciosas trasfiguraciones o imaginarios igualmente fuera de serie.

Lo social, por agudo que sea en el cuerpo de la novela, resulta incidental y panorámico, al funcionar como otro elemento de la trama: no es que deje de ser importante, pero no es enfático, como cuando Salomé Ureña funda (esto le da otro y, aún, más alto valor) la Escuela Normal de Señoritas, en Santo Domingo, está pensando, obviamente, en el beneficio de las familias de todo el país: gesto que le abre las puertas y le da un sitial, en la historia educacional-pedagógica de Republica Dominicana e Iberoamérica.

Dicha institución, en la vida de la poetisa, es, sin lugar a dudas, un gesto fundacional de conmovedora trascendencia, cuyo sucedido es, casi, a finales del siglo XIX, liderado, de punta a cabo, por una mujer. De los suyos, únicamente Salomé Ureña demostró ser capaz de dar vida a una institución y compromiso de tal envergadura, con la misma sencillez y devoción con la que se echa a andar una simple familia.

También Ruinas, junto a lo epistolar y “biográfico”, amén de lo especulativo e histórico, es una mirada psicosociológica a la vulnerabilidad de la mujer, en nuestros países, a las trágicas circunstancias e injusticias que minan su destino: trátese, incluso, de quien se trate o de la que se trate. En el hombre, dispensado por el carácter masculino de la sociedad, la situación se presenta de un modo menos específico y frustrante.

El simbolismo, la magia, la fantasía, lo onírico, el habla y el conmovedor ludismo, forman parte sustancial de cierto lirismo estético-ético de esta primera y singular novela de Rafael García Romero. En tal línea, el autor muestra y demuestra, como, el realismo actual, todavía entresiglos, contemporáneo e incluso postmoderno, sale muy bien parado cuando logra ser popular, sin un ápice de vulgaridad, que viene a ser, en cualquier caso el verdadero o único realismo válido para todos los tiempos. Pues, una novela, en tanto obra artística, puede abstenerse de incitar a una interpretación o modo de ver por el estilo, porque el llamado mundo real campeen por sus respetos, la vulgaridad, la violencia, el sexo, y otros animales de igual semejanza.

Nótese como, igual que su antecesora, a Salomé Ureña, la Penélope dominicana, le es imposible dejar de ser una personalidad en su patria –mientras exista-, pero, de cualquier manera, tiene que enviar a su primogénito (¿Telémaco del Caribe? ¿De Las Antillas?) en busca de otro Francisco, el padre, que bien puede sucumbir a las tentaciones e incitaciones europeas, y, más que a otras, a las parisinas.

A fin de cuentas (Francisco Henríquez y Carvajal regresa, al país, con el prestigioso título de doctor en Medicina y siembra, en el vientre de Salomé, a Camila) como profesional fracasa (no tiene la clientela que esperaba) porque lo que necesita la República Dominicana no son médicos mejores o peores, sino aquellos sustanciales cambios que le garanticen prosperidad económica y espiritual y, en esa línea, la modernización de sus instituciones (aunque éste, tampoco sea, ni remotamente, lo que se da en llamar, el asunto de la obra. Y, sólo viene a juntarse a otras pinceladas del trasfondo, que se están ahí, como parte de la “densa”, por multiplicadora, totalidad que sostiene el mundo novelado por García Romero).

Otro aspecto –entre tantos- de mucha ingeniosidad e imposible de soslayar, es la amplitud temporal y espacial que le da a Ruinas la novedosa contraposición de planos y abruptas disolvencias, por el estilo, aunque, en este caso, muy superiores a las cinematográficas, donde, una sola oración, puede decir, y dice, un mundo de cosas. Sirva de ejemplificación la manera en que Max, para explicarse, va y viene o entra y sale del presente al pasado, al futuro, o recurre a la simple especulación omnisciente (desde la primera persona) de manera novedosa, gracias a la suma de discretos ¿y casi inadvertidos? procedimientos narrativos, que evitan oscurecimientos gratuitos y otras herejías.

Hay ejemplos más específicos, como cuando dice Max (…) “papá era un hombre impetuoso” (…) “no podía vivir sin tinta y papel que transformaba en cartas” (…) “Desde París todo lo quería controlar” (…) “No había detalle ajeno a él” (…) “Era necesario ponerlo al tanto de la cantidad que había para el manejo mensual de la familia y cómo era el personal doméstico que trabajaba en casa”; pág. 23. El subrayado nuestro sirve para definir algo tan importante como la situación económica, de esa etapa, en la familia Henríquez Ureña. U, otra vez Max, señalando como (…) “Cuando el Instituto de Señoritas abrió, mamá puso en marcha una revolución. Yo no había nacido. Cuento porque me contaron”, pág. 31. “Era admirable cuando mamá salía de negro, con aquel vestido francés impecablemente cortado, su pelo recogido, ya con algunas canas,

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