Teatro de posguerra

La guerra civil provocó una profunda ruptura en la escena española e interrumpió la renovación iniciada por Valle-Inclán o Lorca. Las presiones de la censura y la precariedad de los medios marcaron los inicios de la posguerra.

El único teatro de calidad que se sigue representando es el teatro del exilio. Rafael Alberti, miembro destacado del 27, comienza su trayectoria teatral con piezas en las que combina la vanguardia con el teatro de urgencia. Destaca Noche de guerra en el Museo del Prado (1956).

Década de los 40. La autarquía que se impuso en los primeros años de posguerra afectó directamente al género teatral, era imposible encontrar financiación para la puesta en escena. Se produce una ruptura con el teatro innovador y el público se interesa por los espectáculos sencillos y evasivos. Destaca el género de la revista.

Encontramos dos grandes tendencias: comedia burguesa y teatro de humor.

En la comedia burguesa se presentan conflictos amables con final feliz. Respeta los límites de la censura, evitando la crítica social o el retrato de la realidad. Destacan Luca de Tena con Dos mujeres a las nueve y Joaquín Calvo Sotelo con Historias de una casa.

El teatro de humor distorsiona la realidad y guarda semejanzas con el teatro del absurdo. Aborda el conflicto de la libertad del individuo frente a los límites existenciales que impone la sociedad. Destacan Miguel Mihura con Tres sombreros de copa y Enrique Jardiel Poncela con Eloísa está debajo de un almendro. A partir del 36 escribe un nuevo teatro en el que predominan situaciones imposibles (teatro inverosímil). Se rompe la lógica y se crea un código propio (influencia de Ramón G. de la Serna).

Década de los 50. Es un teatro social y comprometido que desde la estética realista pretende reflejar de manera crítica algunos aspectos de la sociedad de posguerra. Hay dos formas de afrontar la crítica:

La crítica directa y explícita, defendida por Alfonso Sastre, que escribió La mordaza. Se caracteriza por un alto nivel de exigencia estética y trata temas como la muerte o el sentido de la vida. También denuncia la falta de libertades de la dictadura. Es un teatro antiburgués y didáctico.

El posibilitismo es la opción de Antonio Buero Vallejo, que escribe Historia de una escalera. Construye la historia con un alto valor social gracias a la dimensión simbólica de sus personajes y situaciones. Sus obras son un ejemplo de tragedia moderna. Además, utiliza técnicas de inmersión para que el espectador comparta la misma perspectiva de los personajes, así en Ardiente oscuridad, el teatro se queda en penumbra dada la ceguera de los personajes.

Década de los 60. Surge un teatro experimental que a menudo se estrena fuera de España.

Teatro social. Recogen en sus obras planteamientos críticos de autores como Alfonso Sastre. Laura Olmo con La camisa.

Teatro comercial. Destaca Alonso Millán con El cianuro… ¿solo o con leche? Se trata de un teatro cómico y burgués alejado de los conflictos sociales. Antonio Gala y Ana Diosdado tienen mayor dimensión literaria y social y triunfan en los escenarios.

Teatro innovador. Surge una reflexión sobre los elementos del género teatral: rechazo al realismo, se prefiere la deshumanización y lo irracional; concepción de la obra como un espectáculo total; empleo de simbología; y búsqueda de una expresión sorprendente.

Fernando Arrabal se integró en un grupo surrealista y creó el “movimiento pánico”. En su lenguaje se encuentran ecos de movimientos de vanguardia. El teatro pánico expresa las emociones y angustias del individuo con un lenguaje entre excéntrico y poético. Destaca El cementerio de los automóviles.

A partir de 1975 conviven la comedia burguesa, dramas existenciales, teatro neovanguardista, y grupos independientes. Aparece la Asociación de Dramaturgas en 1986, fundada por Julia

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