¿Vía de escape, o callejón sin salida?
Sol GarayPráctica o problema28 de Junio de 2023
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¿Vía de escape, o callejón sin salida?
Por Sharman Esarey y Arno Haslberger
Cheryl Jamis se inclinó hacia atrás en su silla de cuero italiano y miró por la ventana de su oficina en el piso ejecutivo, observando los destellos de la puesta de sol que golpeaban el río Mersey. En sólo unos momentos se reuniría con Marcus Addison, su jefe, y no sabía qué hacer. ¿Debería renunciar? ¿Debería doblarle la mano a la empresa dando un gran ultimátum? ¿O debería dejar que las cosas siguieran su curso y asumir que se podría presentar alguna oportunidad en otra parte, la que le permitiría pasar más tiempo con su hija Emma? Después de todo, todavía amaba su trabajo.
Al menos tendría finalmente alguna claridad sobre el ascenso que Marcus había mencionado varias veces. Sabría entonces cuáles eran sus opciones.
Sentía un nudo en el estómago cuando pensaba en el fin de semana anterior, cuando apenas pudo evitar otra crisis de cuidado infantil. Frauke, su querida niñera alemana, tuvo que viajar a Hamburgo debido a la enfermedad de un familiar. Afortunadamente, Cheryl no tenía compromisos urgentes de trabajo ese fin de semana, y como su esposo, John, estaba de viaje, ella y Emma pasaron juntas un encantador “día de chicas”.
“Mamá, me gustaría que no trabajaras”, suspiró Emma. “Podríamos estar siempre juntas”.
Cheryl palmeó suavemente el cabello rubio de Emma. “Necesito trabajar, cariño. Algún día
entenderás”.
Esa experiencia le permitió a Cheryl darse cuenta de cuánta falta le hacía a su pequeña niña. El lunes en la mañana, no se sintió muy bien al dejar a Emma en compañía de su gruñona abuela, quien viajó desde Londres para cuidarla hasta el regreso de Frauke.
Cheryl suspiró y con su pie movió la silla para adelante y para atrás. “Ah, bueno”, pensó, pronto todo volverá a su curso natural. O no. Era una lástima que el pánico por el cuidado de su hija no la haya acercado a una decisión sobre su futuro.
Empezó a recordar cómo fue que llegó a esta situación después de pasar la mejor parte de una década en una empresa que tanto la apasionaba.
La malabarista
Cheryl era la ejecutiva de cuenta top de una agencia de publicidad boutique cuando Copro la cortejó y se la llevó. Respetado minorista de moda casual y comercializador exclusivo de la codiciada marca de jeans Smitty, Copro contrató a Cheryl para dirigir un equipo de marketing interno y para ayudar a lanzar nuevas líneas de vestuario que atrajeran a clientes más jóvenes y conscientes de la moda. Por su parte, Cheryl estaba contenta de alejarse del vertiginoso trabajo de las agencias, y recibió con alegría el estatus que implica el dirigir a un grupo talentoso de diseñadores, redactores y especialistas en medios.
Era un matrimonio feliz. Las ambiciones, ideas, energía y entusiasmo de Cheryl eran justo lo que el departamento de marketing necesitaba. Después de que uno de sus spots – en el que una sexy joven cabalgaba a pelo con sus jeans Smitty – ganó un codiciado premio Olie, un Marcus radiante le regaló una botella de champán de parte del CEO Derek Lee. Venía con una nota que decía, “¡sigue haciendo tu gran
trabajo Cheryl!”. Cheryl se guardó el halagador mensaje para sí misma pero dejó en claro que compartía el mérito – y el champán – con su equipo.
Cheryl fue ascendida a directora de marketing cuando estaba embarazada de Emma. En ese tiempo, Marcus le había dicho que la empresa contaba con ella para que volviera al trabajo, de modo que Cheryl se asegurara de no perderse ningún hecho o evento relevante. Volvió a trabajar a tiempo completo cuando su hija tenía apenas tres meses, dejando a Emma bajo el cuidado de su primera niñera; la misma que después dejó a Emma en el carro del supermercado mientras guardaba las bolsas en el portamaletas del auto, y luego casi parte sin ella.
Cheryl disfrutaba de sus nuevas responsabilidades en Copro, y su reputación de por sí sólida estaba empezando a crecer. Pero a veces había sido horrible lidiar con el cuidado de un niño pequeño cuando ella y John trabajaban. Un año y medio atrás, cuando John estaba en un largo viaje de negocios, Emma se contagió de un resfrío en el colegio que se convirtió en una virulenta bronquitis. Frauke también se enfermó. Durante diez días, Cheryl las alimentó a ambas con caldo de pollo, limpió el inhalador y trató de trabajar a pesar de sus ataques de tos. No fue particularmente exitosa.
Seis meses después, le preguntó a Marcus si podía reducir sus horas de trabajo.
“Estoy segura de que piensas que es un poco tarde para pedirte esto. Emma casi tiene siete años”, le
dijo Cheryl a Marcus.
Marcus asintió con la cabeza, y en sus ojos brillaba la simpatía hacia ella. “No sé cómo te las arreglas.
Yo no podría trabajar si no fuera por el apoyo de mi esposa”.
Cheryl esbozó una sonrisa triste. Era cierto, John no había ayudado mucho en la casa, pero Frauke era estupenda y Emma se llevaba magníficamente con ella. “No es que no me las pueda arreglar, Marcus. Y tal vez debí trabajar a medio tiempo cuando ella era más pequeña, pero entonces no me interesaba. Ahora que está creciendo parece necesitar más mi ayuda”, dijo Cheryl.
Marcus se sacó sus anteojos y los limpió con la punta de su corbata, un gesto nervioso que no presagiaba nada bueno para la causa de Cheryl. “No te diré que no, Cheryl”, expresó. “Tú puedes tener tu propia opinión, por supuesto. Pero te aconsejo lo contrario, no como tu jefe sino como tu amigo”.
Marcus, con gran seriedad, palmoteó su mano. “Sabes que terminarás trabajando las mismas horas por menos dinero. Tu trabajo es de una gran responsabilidad. No puede hacerse en cuatro días, y ni hablar de tres”.
“Algunos en el equipo pueden beneficiarse con los desafíos adicionales”, empezó Cheryl, pero
Marcus se inclinó hacia delante y la interrumpió.
“Cheryl, has construido un gran equipo en unos pocos años. Ahora estás preparada para concentrarte en temas más estratégicos, lo que será vital para tu próximo peldaño hacia el nivel superior”.
Cheryl parpadeó sorprendida. No había pensado en un ascenso. Era halagador, por cierto, pero de momento no estaba en su agenda. ¿O sí? “No”, se dijo a sí misma con firmeza. Lo consideraría sólo cuando Emma partiera a la universidad. Pero como Marcus estaba hablando de un ascenso, ella podría intentar con otro enfoque y solicitar un horario de trabajo flexible.
“En el pasado, la empresa ha sido…”, hizo una pausa para buscar la palabra apropiada, “renuente a considerar una mayor flexibilidad en mis horarios de trabajo. Marcus, ¿es éste un tema que podamos volver a tratar?”.
Marcus alzó las cejas e inclinó su silla hacia atrás. Cheryl pensó que algo de la tensión en el aire se escurrió. “¿Qué tienes en mente?”, preguntó Marcus. Los lentes de Marcus reflejaban la luz del sol que a su vez se reflejaba en el río, y Cheryl no podía ver sus ojos. Ella se preguntaba cuánto más podría insistir. “Casi todos los días Emma llega a casa desde el colegio a las 2 p.m. Yo podría llegar más temprano e irme más temprano en algunos de esos días”. Eso era una declaración, no una pregunta.
Marcus frunció los labios y golpeó suavemente el escritorio con sus dedos. “Tú ocupas bastante tiempo dirigiendo a tu equipo. ¿Crees que con semejante horario puedas hacerlo?”
Cheryl le dio vueltas a la pregunta. “Los martes estarían muy bien. Ésa es la tarde en que todos los demás en el equipo se juntan con sus contrapartes en ventas y producción”. Hizo una pausa. Tampoco tenía reuniones regulares fijadas para los miércoles, pero si Derek o Marcus se dejaban caer, ésa era la hora que solían escoger. Suspiró. Tal vez lo mejor era olvidarse de los miércoles. Dejó de mirar lo que estaba a la vista por sobre el hombro de Marcus para encontrar su mirada. “Los miércoles probablemente están fuera de cuestión, pero creo que me las puedo arreglar con los jueves, pero puedo cambiarlas para los miércoles por la mañana; estarían más a mitad de semana y hasta podrían darnos una oportunidad para hacer un balance y seguir adelante”.
“Probablemente eso sea factible”, dijo Marcus con una sonrisa que crecía. “Puedo presagiar que tendré que programar algunas reuniones almuerzo en algunos martes y jueves”.
Le dio una leve palmada en el hombro. Cheryl permaneció quieta, saludó con la cabeza y dejó la habitación. El plan no resultó del todo como ella quería, pero al menos era un comienzo.
No es tiempo de llorar
Sólo bastaron unos pocos meses para darse cuenta de que el pequeño cambio de horarios no era suficiente.
Emma la llamó a su celular minutos antes de una reunión ejecutiva clave, donde Cheryl debía realizar una importante presentación de marketing. Ante la voz sollozante de Emma, Cheryl reprimió su propia ansiedad y trató de mantener su voz firme.
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