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Soacha: Callejón De Un País Sin Salida

golondia20 de Septiembre de 2012

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Soacha: callejón de un país sin salida

Por: Edith Sánchez

En Soacha los jóvenes de los suburbios tienen que pedirle permiso a la delincuencia para existir. Así lo ratifican los panfletos que periódicamente circulan por las barriadas. A veces los dejan en alguna tienda, junto a una fotocopiadora, para que los mismos condenados los reproduzcan y los den a conocer. Incluyen listas con nombres propios y órdenes de toque de queda: Nadie puede circular por las calles después de determinada hora y los jóvenes listados son candidatos al asesinato o al destierro, por su condición de drogadictos, problemáticos o simplemente indeseables.

La ubicación de este municipio es estratégica dentro de la estructura geopolítica de Colombia. No sólo porque se halla conectado en línea continua con Bogotá, la capital del país, sino también, y principalmente, porque Soacha establece el enlace geográfico más fluido entre la gran ciudad y todo el sur de la nación. Por eso resulta al menos curioso que teniendo esos privilegios, el 78% de su población se encuentre en la línea de pobreza. Como resulta curioso observar que tras haber sido uno de los núcleos más dinámicos de la expansión empresarial, durante los años 80, ahora registre un decrecimiento en la actividad productiva de más del 30% y un desempleo de más de 34%. También es paradójico que en el marco de esa decadencia, su población haya pasado de 28.000 a casi 500 mil habitantes en menos de 35 años. Muchos aseguran incluso que la cantidad de pobladores supera los 800 mil. Es pues un municipio en donde aumenta el número de moradores, mientras las cifras de progreso y calidad de vida van en picada.

Soacha se convirtió en el epicentro de una marejada informativa luego de que en junio de 2008 Fernando Escobar, el personero municipal, hablara en voz alta ante las autoridades nacionales de lo que era un secreto a voces en ese municipio: algunos jóvenes de los sectores más pobres estaban desapareciendo de sus barriadas.

En un lugar como Soacha, donde la guerra ha mostrado todas sus caras, este hecho permitía aventurar multitud de hipótesis. Tantas que quizás por eso en un principio la actitud general de la comunidad fue el deseo de no saber, de no decir. Sólo un puñado de madres, con la autoridad moral que otorga el haberle dado vida a otro ser humano en una sociedad radicalmente inhóspita, formularon sus denuncias, organizaron preguntas y exigieron respuestas, pues, como dice Escobar: “los hombres no denuncian ni dan quejas porque quedarían como sapos. Las quejas las da la mamá”. Los medios de comunicación hicieron eco a la inquietud de las madres y el asunto despertó interés en la opinión pública. Se desató un mosaico de conjeturas.

El mismo denunciante, Fernando Escobar, tenía muchas dudas al momento de hacer sus primeras declaraciones: “Yo venía hablando de este asunto en varios niveles, y hubo una persona a la que le pareció esto tan grave que me dijo que debía ponerse en conocimiento de la Presidencia.” El personero sabía de casos en los que jóvenes desaparecidos habían vuelto luego a sus hogares señalando haber estado “con grupos ilegales realizando varias actividades, como cuidando el circuito de la droga”. “Los reclutan para que colaboren en la vigilancia de una zona donde hay droga, para que la distribuyan, para que sean raspachines”, agrega Escobar. Por eso no podía alimentar especulaciones.

Corría agosto de 2008 cuando se encontraron los primeros cadáveres de los jóvenes desaparecidos, en la población de Ocaña, Norte de Santander, al nororiente de Colombia. Estaban reportados oficialmente como guerrilleros dados de baja en combate. Sus cuerpos habían sido sepultados, varios como “NN”, y las denuncias de las madres de Soacha lanzaron el hilo conductor que permitió identificarlos.

Las primeras elucubraciones tejieron una respuesta, relativamente endeble, que apuntaba hacia un reclutamiento, voluntario o forzado, por parte de las guerrillas izquierdistas de Colombia. La hipótesis parecía tener poco asidero, porque de la izquierda armada ya poco queda en Soacha. Durante los últimos ocho años su presencia ha menguado drásticamente, gracias a eficacia la política de Seguridad Democrática del Presidente, Álvaro Uribe, y a la acción de la guerra no convencional librada por los paramilitares desde comienzos del siglo XXI en esa zona. Se hablaba de algunos reductos de las guerrillas de las FARC –Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia- y del ELN -Ejército de Liberación Nacional-, pero su acción era marginal y los jóvenes desaparecidos nunca habían mostrado interés en la militancia política.

En un pasado no muy lejano Soacha representó un “bocado de dioses” para los “guerrillos”, como le dicen a los guerrilleros popularmente en Colombia. El municipio siempre ha sido víctima de su singular ubicación geo-estratégica en el país.

Los reinsertados del M-19 -Movimiento 19 de abril, de tendencia nacionalista- y del EPL -Ejército Popular de Liberación, de tendencia maoísta-, dos grupos guerrilleros desmovilizados a comienzos de los años noventa, fueron el primer colectivo de izquierda que llegó a Soacha. Ocuparon terrenos en la zona de Altos de Cazucá, un sector periférico y montañoso que colinda con la Localidad de Ciudad Bolívar, la más pobre de Bogotá. Unos dicen que se asentaron allí gracias a unas partidas que el gobierno del entonces presidente Virgilio Barco les destinó, para facilitar su reinserción a la vida civil. Otros, aseguran que llegaron a las laderas del municipio mediante invasión ilegal de terrenos y que el gobierno se hizo el de la vista gorda para no dañar la paz recién alcanzada con esos grupos. Los desmovilizados fundaron los barrios “Carlos Pizarro” y “Santo Domingo” en la zona conocida como Villa Mercedes. También desarrollaron actividades de propaganda y trabajo social en el sector, a través de juntas de acción comunal y organizaciones no gubernamentales.

Un tiempo después, hacia el año de 1995, los guerrilleros de las FARC abrieron un corredor estratégico para comunicar la región del Sumapaz, donde ejercían gran dominio territorial, con la cabecera urbana de Bogotá. Inauguraron así el eje Sumapaz-Usme-Soacha-Ciudad Bolívar, cuyo principal objetivo era el abastecimiento de las tropas y el tránsito de armas desde la capital hacia los frentes que operaban en la zona de los Llanos Orientales, Tolima y Huila, al sur del país. Para garantizar su objetivo, las FARC crearon comandos urbanos conocidos como “Milicias Populares”, que servían de apoyo político y realizaban labores de inteligencia y de enlace logístico. En un principio las FARC contaron con el apoyo de la Unión Patriótica -UP-, movimiento político de carácter comunista. Pero en 1998 se disolvió esa alianza debido a la presión electoral indebida que estos intentaron ejercer sobre aquella.

Durante varios años la guerrilla intentó penetrar las comunidades pobres de Soacha. Por las características de la lucha guerrillera, su presencia se estableció desde el afuera del municipio, es decir, sin concentrar fuerzas ni hacer presencia fija en ningún sector específico. La guerrilla basa su estrategia militar en la capacidad de movilidad, de sorpresa y de ocultamiento, por eso no podían darse el lujo de establecerse en las narices de Bogotá sin ser detectados y aprendidos. Los guerrilleros mantenían su centro de acciones en el Sumapaz y desde allí desplegaban operaciones usando a Soacha como bisagra; las Milicias Populares solo desarrollaban acciones puntuales de soporte para los frentes rurales de las FARC, reclutaban nuevos integrantes y facilitaba la ejecución de acciones terroristas en Bogotá. Algo similar, pero en mucha menor escala, ocurría con la guerrilla del ELN.

Durante la década de los noventa se dio un ascenso militar de la lucha subversiva en todo Colombia. Solo hasta comienzos de 2001 el Ejército Nacional lanzó una ofensiva para recuperar el control del corredor de movilidad abierto por las FARC entre Bogotá y Sumapaz, a través de Soacha. Este evento coincidió con la llegada y consolidación de grupos paramilitares en la misma zona. Poco a poco la guerrilla fue perdiendo terreno. En el año 2003 tenía todavía suficiente influencia como para hacer circular un panfleto anunciando que sus hombres vigilarían las elecciones municipales, e instando a la población a no votar por un referendo convocado por el gobierno. Nuevamente se evidenció que en Soacha los panfletos operan como medio de comunicación oficial de las realidades no oficiales. Desde 2004 la presencia de las guerrillas en ese sector ha sido progresivamente erradicada, pero se sabe que aún la Columna Teófilo Forero de las FARC desarrolla acciones esporádicas en el municipio.

Avanzaba septiembre de 2008 y algunas figuras de opinión en Colombia, llamaron la atención sobre el hecho de que las muertes de los jóvenes se hubieran producido pocos días después de sus desapariciones, según lo confirmaban las actas de levantamiento de cadáveres. Era como si hubieran salido de sus casas para ir a morir en un frente de batalla. También salió a la luz pública que algunos de ellos tenían antecedentes judiciales y/o eran consumidores habituales de droga.

Fue entonces cuando cobró fuerza una segunda hipótesis que planteaba dos variantes: o los jóvenes eran criminales que habían quedado atrapados en algún circuito de ajuste de cuentas, o eran maleantes sobre los que habría recaído una cruzada de “limpieza social” emprendida por alguno de los ángeles vengadores que pululan en Colombia. Con el eufemismo de “limpieza social”, periódicamente

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