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Ya en Tenochtitlan, a donde llegaron los españoles el 7 de noviembre de 1519

susanasusaEnsayo22 de Noviembre de 2015

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Ya en Tenochtitlan, a donde llegaron los españoles el 7 de noviembre de 1519

Si cabe hacer cargos a Cortés no será ciertamente haber sido remiso en la evangelización de los indios: todo lo contrario, es más bien el de haber querido obrar con precipitación, sin método, sin guardar la debida gradación, tan necesaria en estos casos. Si vamos en pos de sus huellas desde que desembarca en Ulúa, veremos que a cada paso el mercedario que le acompaña, Fr. Bartolomé de Olmedo, teólogo excelente y "hombre de buen entendimiento", como con razón le llama Cervantes de Salazar, se ve obligado a temperar su celo, a irle a la mano para encarrilarle en el orden y la prudencia. El P. Cuevas en su historia, insiste en este contraste y, aunque admirador del P. Olmedo se inclina en creer que la razón estaba de parte de Cortés. “conocía dice el carácter de los indios y la impresión que ellos hacía. De hecho, pocas o ninguna cruz ni imágenes se profanaron, y tanto los indios de entonces como los de ahora, tenían el suficiente entendimiento para comprender las simples nociones de que no era el palo o lienzo lo que veneraban y que se trataba de cosas muy diferentes a sus idolatrías”. Con lógica de Pero Grullo, cabe sin embargo hacer la observación de que no sabemos lo que habría sucedido en muchos lugares, al no haber moderado el P. Olmedo al ardor de Cortés aún si es, no es imprudente. También creemos que era mucho pedir por parte suya, para indios paganos aún. No puede exigirse a un pagano que “renuncie a un solo impulso a sus cadenas todas y ponga en práctica las virtudes cristianas, si todavía no ha recibido los medios para ellos”.

Cortés y sus compañeros llegaron frente a Ulúa el jueves santo, 21 de abril de 1519, y desembarcaron el viernes santo. El día de Pascua hubo misa solemne. Los españoles rezaron arrodillados su rosario frente a una cruz erigida en la arena. Día a día, al toque de la campana, rezaban el ángelus ante la misma cruz. Con admiración les contemplaban los indígenas: algunos de ellos preguntaron por qué los españoles se humillaban ante aquellos dos trozos de madera. Fue entonces cuando, invitado por Cortés, el P. Olmedo les expuso la doctrina cristiana. Tan el por menor le pareció la exposición al buen Bernal Díaz, cuya preparación doctrinal no era quizá muy precisa, que llega a escribir que “se les hizo tan bien razonamiento para en tal tiempo que unos buenos teólogos no dijeran mejor… y les dijeron que sus ídolos eran malos, que huyen de la señal de la cruz porque en otra como aquella padeció muerte y pasión el señor del cielo y de la tierra, y que quiso sufrir y pasar aquella muerte por salvar el género humano, que resucito al tercer día, y está en los cielos, y que abemos de ser juzgados por él… que no sacrificasen ningunos indios, ni otra manera de sacrificios malos que hacen”. Eso fue todo; y ya era bastante para el primer contacto. O tuvo que intervenir Fr. Bartolomé ante el Conquistador: en un país aún desconocido se mantenía éste desconfiado. No así en Cempoala, donde la acción mas fie más a lo vivo, sin que obstaran los consejos de moderación del P. Olmedo, pues se echaron por tierra los ídolos; se improvisó un altar, como en Ulúa, con la cruz y la Virgen Santísima; se les predicó a los indios y se les dio misa; fueron bautizadas las ocho mujeres que se dieron a los españoles, y antes de emprender la marcha hacia Anáhuac, recomendó Cortés al "cacique gordo" que tuviera cuidado del altar y de la cruz. Cuatro sacerdotes paganos fueron forzados a cortar sus largas guedejas y mudar sus ropas sacerdotales, y los puso Cortés como custodios de la imagen de la Virgen. No se olvide notar también que, para vigilar a estos guardianes, fue dejado en Cempoala un viejo soldado, Juan de Torres por nombre, a “que estuviese ahí por ermitaño”. En otro lugar Fr. Bartolomé de Olmedo obligo

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