ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

LA ESTETIZACIÓN DE LA VIOLENCIA.

Claudia Victoria López OrtizEnsayo23 de Octubre de 2016

3.970 Palabras (16 Páginas)242 Visitas

Página 1 de 16

LO GROTESCO DEL CAPITALISMO:

LA ESTETIZACIÓN DE LA VIOLENCIA

(Fragmento)

CLAUDIA LÓPEZ

I. Lo Onírico

Primer tiempo

El sueño visita, acude, rapta; nos conduce por caminos recónditos y engañosos. ¿El sueño es una confesión del inconsciente? Es revelación, dimensión del alma y espacio de desasosiego e inquietudes; es ámbito del misterio, búsqueda de otras realidades, libertad. El sueño es propicio para los absurdos de la imaginación y es ajeno a la censura.

        Los restos oníricos pueden materializarse, aquéllos que al despertar pueden ser contados tienen un estilo, su retórica ofrece el recurso para hacer de ellos un escenario narrativo. Lo onírico se construye en una red de asociaciones, libre de la lógica de las acciones.  

        Los sueños son también la realización de un deseo. Son la experiencia colectiva y cotidiana de la vida. Sin embargo su auténtica naturalidad no permite transcribir la experiencia onírica tal cual acontece. Todo sueño se caracteriza por la representación de imágenes que giran, egocéntricamente, alrededor del soñador. En cada lectura del sueño es fácil hacer que todos soñemos, pero el contenido manifiesto no se conoce, lo onírico se devela por medio del relato, la elaboración del soñador o el narrador. Muchos de nuestros recuerdos, realidades, visiones, pensamientos, imágenes o símbolos, son el producto del trabajo onírico, de la creación onírica.

        Un sueño es la posibilidad de la lectura del inconsciente; un don divino; un medio para predecir el futuro; un escape a la construcción temporal; una visión alegórica o el lugar donde no se reprimen las pasiones. El sueño es la sustancia de la fábula, su fundamento; un fundamento auténtico, sedimento inconsciente; pero, ¿sólo lo auténtico puede ser completamente fundamento?. La fragilidad es un fundamento detonador del deseo provocado por el corte, por la expulsión del soñador: el abrupto despertar.

        Aquí se advierte al lector: “Es una ficción, reconstrucción; pero incluso así, duele”[1]. Retomar idea de la escena de la vida intima en el final

*

Segundo tiempo

Tenía que correr a escribirlo. No podía permitir que ese proyecto se perdiera en las fauces de mi inconsciente. Salté de la cama sin pensar en nada más. Encontré una hoja de papel próxima a la caja de madera donde guardo los lapiceros, la mayoría inservibles. La frustración comenzaba a recorrer mi cuerpo, no quería olvidar.  Eran las cuatro de la mañana y en sobresalto buscaba transcribir mi sueño.

El inconsciente suele jugarle a uno malas pasadas, construye sueños que después dejan en la conciencia rastros de melancolía,  nostalgia o algo parecido a la tristeza de aquello que nunca fue.

Era un momento solemne, casi fúnebre. El silencio se sintió en todo el espacio. El vacío se apoderó de lo poco que quedaba: la hoja quedó en blanco. No venía ninguna escritura, el lapicero se quedó inmóvil, frío, inservible de nuevo. Todo aquel escenario narrativo había desaparecido. Fue confuso, juré que en mi mente tenía clara cada palabra, me visualicé escribiendo todas esas líneas que me habitaban.

Regresé a la cama entre la resignación y la esperanza de volver al sueño. Después de unas horas la consciencia me anunció la realidad: la represión había hecho su trabajo perfectamente y sepultó cada trazo. No quedó nada en ese presente desinflado. Pasé el día con la extrañeza que deja lo perdido; con la sensación de la tristeza soluble en el alma.

Pasó mucho tiempo para saber que aquel desaire de mi inconsciente no había sido tan funesto. ¿Se había revelado algo para lo que yo aún no estaba dispuesta? Retomé las únicas palabras que logré extraer de aquella noche: Lo grotesco del capitalismo: la estetización de la violencia.

Tercer tiempo

La sociedad capitalista bloquea la capacidad reflexiva creando necesidades incuestionables: alimentos que envenenan; lecturas que destrozan la vista con gráfica violencia; cotidianidades que generan costumbres obsesas para ocultar fallos. Y, así, la vida se termina convirtiendo en el horario de trabajo que seguramente se extenderá con la emergencia diaria de sacar los pendientes. Vivimos colgados de los pendientes, son los sujetadores de nuestra vulgar existencia. Trabajamos para obtener dinero y consumir, y nos olvidamos que somos más que máquinas de producción y consumo.

Vivimos bajo consignas que enmarcan situaciones donde aquello viejo y roído no tiene espacio en casa: la ropa vieja no se lava en casa; nos convertimos en seres incapaces de ser hospitalarios con el otro que, por su diferencia, lo encerramos como mosca dentro de un vaso sin posibilidad de salir, pero con la capacidad de sobrevivir en la miseria. Se mantiene un control sobre el cuerpo mediante la mirada vigilante, aparato que al ser introyectado se convierte en una interna mirada que asedia el comportamiento en su totalidad. Se crean constructos sociales como la moral que provocan sujetos acreedores de culpas y deudores de deseo, que viven envueltos en una sociedad donde cada domingo se escucha, a golpe de pecho,  por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. La capacidad lúdica queda aplastada por el cúmulo de sanciones, amenazas o castigos; volver a hacer de la vida un juego es una posibilidad efímera. Necesitamos recordar cuando el diablo vino y nos espetó con su espantosa y fantasmal apariencia sobre nuestro deseo de vivir; cuando vino a invitarnos a crear una vida que estemos dispuestos a volver a vivir, donde el vértigo aparece acaeciendo en la escritura de la historia, de esa historia que será mi historia y que sólo podría hilarse en un instante de locura.

¿Es la estetización de la violencia lo grotesco del capitalismo? El modo en que el sistema capitalista suprime la singularidad es un ejercicio de violencia que ha quedado normalizada, que evita la responsabilidad de los sujetos frente a su deseo anulando la posibilidad del acto creativo; esta práctica consiste en dotar de cualidades estéticas espacios creados para el consumo. Grotesco en el sentido del exceso en la violencia ejercida por el sistema. Este exceso de violencia normalizada es creadora de sujetos productivos y consumidores; violencia donde el sujeto encuentra su valor como mano de obra y no como sujeto creativo. Esta violencia está basada en normas, conceptos morales y éticos que nos vienen dados de manera sutil, es decir, es transmitida sin ser en ocasiones percibida y, por lo tanto, cuestionada. Entonces; ¿el encuentro con la responsabilidad generaría el espacio para la diferencia y la posibilidad de asumir esa violencia del sistema desde un lugar otro que permitiera un acontecer singular?; ¿el acto creativo y el acto analítico son medios por los cuales se puede apostar por una posición subjetiva de responsabilidad frente al sistema y el deseo?; ¿ambos, como procesos creativos de la vida de cada sujeto, podrían generar artistas de la vida cotidiana?.

*

II. Definición: la ropa sucia no se lava en casa

Primer tiempo

Niños rojos

Esa mañana el colegio nos recibió con varias pintas en la barda. Mi padre, el encargado de llevarme a la escuela no se quedó a tomar café con sus amigos, ni se despidió de mí con cariño; esa mañana no me abrazó. Lo sentí asustado y me asusté. Entré corriendo a la escuela, el patio estaba vacío. Aquel día no se llevarían a cabo los habituales honores a la bandera, me alegré, era una práctica que me resultaba tediosa. Sin embargo, ese día hubiera preferido su monótono ritmo porque el silencio en las aulas me inquietaba de sobra. No entendía lo que sucedía. Veía en el rostro de mis compañeros lo que seguramente reflejaba el mío: desconcierto.  El rumor que se esparcía nos perseguía a todos, pues todos portábamos en el rostro la culpa por las pintas rojas. Ese día no hubo clases convencionales. Rosalía, la maestra de Español, que ahora me recuerda a la dulcinea por haber nacido también en el Toboso, se quedó en el grupo “B” toda la jornada escolar. Me había sentado en primera fila, así que pude ver la hinchazón en sus ojos que, esa mañana estaban rojos por la tristeza que le brotaba del lagrimal. Cuando entró al salón nos preguntó con su marcado acento español, si sabíamos qué significaba el calificativo de niños rojos con el cual nos habían marcado.

Nadie respondió.  

Con los años he podido hacer una definición personal acerca de este color. El rojo, en la Guerra Civil Española, fue utilizado para referirse a los militares leales a la segunda república. El rojo: la exclusión del comunista, del llamado asesino. Y los niños rojos: miles de niños secuestrados y entregados a familias franquistas. Menores obligados a odiar a sus padres comunistas[2]. Rojo: mi abuelo; mi color favorito.

*

Segundo tiempo

Me pregunto sobre mi necesidad de comenzar un texto con la definición de conceptos. Descubro que esta intención esconde la inquietud de dibujar límites para encuadrar y contener el concepto; o quizá esta contención que evoca tal definición, funciona simplemente para salvaguardar mi existencia ante el vacío de esa hoja en blanco que siempre provoca una primera angustia. En el ejercicio de la definición encuentro un espacio cómodo que me acoge con hospitalidad, me cobija como mi madre lo hacía en las noches frías de mi infancia. Te voy a hacer taquito, me decía, y yo sentía una curiosa opresión en la piel que me dejaba en calma y sin espacio. La definición promete a veces un resguardo que también me deja inmóvil y surca la escritura con la opresión de su autoridad. Ceñirse a ese ajustado espacio es perder una curiosa duda frente a la palabra definitiva.

...

Descargar como (para miembros actualizados) txt (24 Kb) pdf (168 Kb) docx (22 Kb)
Leer 15 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com