Biografia De Sigmund Fred
maxcorp23 de Octubre de 2013
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Librodot Autobiografía Sigmund Freud
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Segmund Freud
CXXXI AUTOBIOGRAFÍA
1924 [1925] (*)
I
VARIOS colaboradores de esta colección inician sus trabajos haciendo resaltar la
espinosa singularidad de su contenido. Para mí resulta aún más ardua la labor, pues en los
repetidos trabajos de este género que tengo ya publicados he tropezado siempre con que la
especial naturaleza del tema obligaba a hablar de mí mismo más de lo que generalmente es
costumbre o se juzga necesario.
Mi primera exposición del desarrollo y el contenido del psicoanálisis quedó
integrada en las cinco conferencias que la Clark University, de Worcester (Estados Unidos),
me invitó a pronunciar en sus aulas durante las fiestas con que celebró el vigésimo
aniversario de su fundación (1909). Recientemente he escrito para una publicación
americana, Los comienzos del siglo XX, cuyos lectores hicieron honor a la importancia de
nuestra disciplina reservándola en un capítulo especial otro trabajo análogo. En el mismo
intervalo, la revista Jahrbuch der Psychoanalyse publicó un ensayo mío, titulado Historia
del psicoanálisis, que contiene ya todo lo que aquí pudiera comunicar. Siéndome imposible
contradecirme, y no queriendo repetir sin modificación lo ya expuesto en otros lugares,
habré de intentar establecer en el presente trabajo una nueva proporción de elementos
subjetivos y objetivos, fundiendo lo biográfico con lo histórico.
Nací el año 1856 en Freiberg (Moravia), pequeña ciudad de la actual
Checoslovaquia. Mis padres eran judíos, confesión a la que continúo perteneciendo. De mis
ascendientes por línea paterna creo saber que vivieron durante muchos años en Colonia;
emigraron en el siglo XIV o XV hacia el Este obligados por una persecución contra los
judíos, y retornaron luego en el siglo XIX a través de Lituania y Galitzia, estableciéndose
en Austria. Cuando tenía yo cuatro años me trajeron mis padres a Viena, ciudad en la que
he seguido todos los grados de instrucción.
En el Gymnasium conservé durante siete años el primer puesto, gozando así de una
situación privilegiada y siéndome dispensados casi todos los exámenes. Aunque nuestra
posición económica no era desahogada, quería mi padre que para escoger carrera atendiese
únicamente a mis inclinaciones. En aquellos años juveniles no sentía predilección especial
ninguna por la actividad médica, ni tampoco la he sentido después. Lo que me dominaba
era una especie de curiosidad relativa más bien a las circunstancias humanas que a los
objetos naturales, y que no había reconocido aún la observación como el medio principal de
satisfacerse.
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Mi profunda dedicación a los escritos bíblicos (iniciada casi al tiempo que aprendí
el arte de la lectura) tuvo, como lo reconocí mucho después, un prolongado efecto en la
línea de mis intereses. Bajo la poderosa influencia de una amistad escolar con un niño
mayor que yo, que llegó a ser un destacado político, se me formó el deseo de estudiar leyes
como él y de obligarme a actividades sociales.
La teoría de Darwin, muy en boga por entonces, me atraía extraordinariamente
porque quería prometer un gran progreso hacia la comprensión del mundo. La lectura del
ensayo goethiano La Naturaleza, escuchada en una conferencia de vulgarización científica,
me decidió por último a inscribirme en la Facultad de Medicina.
La Universidad, a cuyas aulas comencé a asistir en 1873, me procuró al principio
sensibles decepciones. Ante todo, me preocupaba la idea de que mi permanencia a la
confesión israelita me colocaba en una situación de inferioridad con respecto a mis
condiscípulos, entre los cuales resultaba un extranjero. Pero pronto rechacé con toda
energía tal preocupación.
Nunca he podido comprender por qué habría de avergonzarme de mi origen o, como
entonces comenzaba ya a decirse, de mi raza. Asimismo renuncié sin gran sentimiento a la
connacionalidad que se me negaba. Pensé, en efecto, que para un celoso trabajador siempre
habría un lugar, por pequeño que fuese, en las filas de la Humanidad laboriosa, aunque no
se hallase integrado en ninguno de los grupos nacionales. Pero estas primeras impresiones
universitarias tuvieron la consecuencia importantísima de acostumbrarme desde un
principio a figurar en las filas de la oposición y fuera de la «mayoría compacta»,
dotándome de una cierta independencia de juicio.
Descubrí también en estos primeros años de Universidad que la peculiaridad y la
limitación de mis aptitudes me vedaban todo progreso en algunas disciplinas científicas,
cuyo estudio había emprendido con juvenil impetuosidad. De este modo se me impuso la
verdad de la advertencia del Mefistófeles goethiano: «En vano vagáis por los dominios de
la ciencia; nadie aprende sino aquello que le está dado aprender.»
En el laboratorio fisiológico de Ernest Brücke logré por fin tranquilidad y
satisfacción completas, hallando en él personas que me inspiraban respeto, y a las que podía
tomar como modelos: el mismo gran Brücke y sus ayudantes Sigmund Exner y Ernst
Fleischl von Marxow . Brücke me encargó de una investigación, relativa a la histología del
sistema nervioso; trabajo que llevé a cabo a satisfacción suya, y continué luego por mi
cuenta. Permanecí en este Instituto desde 1876 a 1882, con pequeñas interrupciones, y se
me consideraba destinado a ocupar la primera vacante de «auxiliar» que en él se produjera.
Los estudios propiamente médicos -excepción hecha de la Psiquiatría- no ejercían sobre mí
gran atención, y retrasándome así en mi carrera, no obtuve el título de doctor hasta 1881.
Pero en 1882 mi venerado maestro rectificó la confiada ligereza de mi padre,
llamándome urgentemente la atención sobre mi mala situación económica, y
aconsejándome que abandonase mi actividad, puramente teórica. Siguiendo sus consejos,
dejé el laboratorio fisiológico y entré de aspirante en el Hospital General. Al poco tiempo
fui nombrado interno del mismo, y serví en varias de sus salas, pasando más de seis meses
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en la de Meynert, cuya personalidad me había interesado ya profundamente en mis años de
estudiante.
Sin embargo, permanecí en cierto modo fiel a mis primeros trabajos. Brücke me
había indicado al principio, como objeto de investigación, la médula espinal de un pez de
los más inferiores (el Ammocoetes pethomyzon), y de este estudio pasé al del sistema
nervioso humano, sobre cuya complicada estructura acababan de arrojar viva luz los
descubrimientos de Flechsig. El hecho de elegir única y exclusivamente al principio la
medulla oblongata como objeto de investigación, fue también una consecuencia de la
orientación de mis primeros estudios, en absoluta oposición a la naturaleza difusa de mi
labor durante los primeros años universitarios, se desarrolló en mí una tendencia a la
exclusiva concentración del trabajo sobre una materia o un problema únicos. Esta
inclinación ha continuado siéndome propia y me ha valido luego el reproche de ser
excesivamente unilateral.
En el laboratorio de anatomía cerebral continué trabajando, con la misma fe que
antes en el fisiológico. Durante estos años redacté varios trabajos sobre la medulla
oblongata, que merecieron la aprobación de Edinger; Meynert, que me había abierto las
puertas del laboratorio aun antes de hallarme bajo sus órdenes, me invitó un día a
dedicarme definitivamente a la anatomía del cerebro, prometiéndome la sucesión en su
cátedra, pues se sentía ya muy viejo para profundizar en los nuevos métodos. Atemorizado
ante la magnitud de tal empresa, decliné la proposición. Probablemente, sospechaba ya que
aquel hombre genial no se hallaba bien dispuesto para conmigo.
La anatomía del cerebro no representaba para mí, desde el punto de vista práctico,
ningún progreso con relación a la Fisiología. Así, pues, para satisfacer las exigencias
materiales, hube de dedicarme al estudio de las enfermedades nerviosas. Esta especialidad
era por entonces poco atendida en Viena. El material de observación se hallaba diseminado
en las diversas salas del hospital, y de este modo se carecía de toda ocasión de estudio,
viéndose uno obligado a ser su propio maestro. Tampoco Nothnagel, a quien la publicación
de su obra sobre la localización cerebral había llevado a la cátedra, diferenciaba la
Neuropatología de las demás ramas de la Medicina interna. Atraído por el gran nombre de
Charcot, que resplandecía a lo lejos, formé el plan de alcanzar el punto de «docente» en la
rama de enfermedades nerviosas, y trasladarme luego por algún tiempo a París, con objeto
de ampliar allí mis conocimientos.
Durante los años en que fui médico auxiliar publiqué varias observaciones
casuísticas sobre enfermedades orgánicas del sistema nervioso. Poco a poco fui dominando
la
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