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Clemencia


Enviado por   •  26 de Abril de 2014  •  5.972 Palabras (24 Páginas)  •  173 Visitas

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Tengo escondida la severidad, pero a la vista la clemencia; me comporto como si hubiera de dar cuenta a las leyes, que del olvido y de las tinieblas yo he traído a la luz del día.

Lo principal, sin embargo, es que igual admiración por tu clemencia ha llegado a los más elevados y a los más bajos; porque los demás bienes los siente cada uno en proporción con su fortuna y los espera mayores o menores; de la clemencia todos esperan lo mismo, y no hay nadie tan complacido en su inocencia que no se goce de estar en presencia de la clemencia, propicia a los errores humanos.

Sé que hay algunos que piensan que la clemencia sostiene al peor, porque sin crimen es superflua, y es la sola virtud que no tiene sentido entre inocentes. Pero, en primer lugar, así como la medicina sólo se usa entre los enfermos, pero también es estimada por los sanos, así también aunque invoquen la clemencia los merecedores de castigo, también la reverencian los inocentes.

En segundo lugar, también tiene la clemencia su lugar entre éstos, porque a veces el infortunio se tiene como culpa: no sólo socorre a la inocencia la clemencia, sino también con frecuencia a la virtud, porque por la condición de los tiempos suceden tales cosas que pueden ser castigadas las laudables. Añade a esto que la mayoría de los hombres delincuentes pueden volver a la penitencia si se les perdona el castigo. Sin embargo, no conviene perdonar a todo el mundo, pues cuando se quita la diferencia entre los malos y los buenos, nace la confusión y brotan los vicios; por eso ha de usarse de una moderación que sepa distinguir entre los caracteres curables y los que no tienen remedio. Ni conviene tener una clemencia común y vulgar, ni tampoco estrecha, pues tanta crueldad es perdonar a todos como a ninguno. Debemos tener mesura, pero como el equilibrio es difícil, lo que haya de ser más de lo justo, inclinarse a la parte más humana.

Pero esto se dirá mejor en su lugar. Ahora dividiré en tres partes toda esta materia. La primera será de la remisión del castigo; la segunda, la que muestre la naturaleza y manera de ser de la clemencia; pues como hay algunos vicios que imitan a las virtudes, no pueden distinguirse como no marques las señales por las que se reonocen; en tercer lugar, buscaremos cómo se conduce el ánimo a esta virtud, cómo la confirma y con el uso la hace suya. Es necesario convencerse de que ninguna de todas las virtudes conviene más al hombre, pues ninguna es más humana; esto es verdad no solamente según nosotros, que queremos que aparezca el hombre como un animal social, nacido para el bien común, sino también según aquellos que destinan el hombre al placer y refieren a su propia utilidad todos sus dichos y hechos; porque quien desea la quietud y el recogimiento, alcanzó ya esta virtud, que ama la paz y retiene la mano, más conforme a su naturaleza. A nadie, sin embargo, conviene tanto la clemencia, como al rey o al principe. Porque los grandes poderes son para honor y gloria, si su influencia es saludable, como es funesta la fuerza que vale para dañar. Finalmente es estable y fundada la grandeza de quien todos saben que está por encima de ellos y en favor de ellos, cuyos cuidados en atender al bienestar de cada uno y de todos diariamente experimentan; que, cuando sale al público, no le huyen como si un monstruo o un animal nocivo saltase de su cubil, sino que a porfía corren a él como a un astro luminoso y benéfico. Para defenderlo están dispuestísimos a ofrecerse al puñal de los asesinos y echar sus cuerpos por tierra, si para salvarlo, hay que hacerle camino con una matanza humana; defienden su sueño con centinelas nocturnos, lo protegen formando un círculo a su alrededor y hacen barrera contra los peligros que le asaltan. No es sin razón este consentimiento de los pueblos y de las ciudades en proteger y amar de este modo a los reyes y en sacrificarse a sí y a sus cosas, siempre que lo exige la salvación del que los manda; ni es vileza o locura que tantos miles empuñen la espada por uno solo y que con muchas muertes se rescate una vida, a veces la de un hombre viejo e inválido. Así como todo el cuerpo sirve al alma y, aunque el cuerpo sea mucho mayor y más hermoso y el alma más sutil, imperceptible y oculta en sitio desconocido, las manos, los pies y los ojos están a su servicio, y la piel la defiende, y por orden suya descansamos o corremos inquietos; si ella lo manda, escudriñamos los mares en busca de ganancias, cuando es un señor avaro; o si es ambicioso, ponemos la mano derecha en el fuego o voluntariamente nos precipitamos en una sima; así también esta inmensa muchedumbre, agrupada en torno de la vida de uno, se rige por el espíritu de éste y se doblega a su razón, mientras que sucumbiría o se quebrantaría con solas sus propias fuerza, si no la sostuviera la prudencia de aquél. IV. Están, pues, salvando su propia vida, cuando por un hombre van diez legiones al combate y corren a las primeras líneas y oponen sus pechos a las heridas para que no caigan las banderas de su soberano. Porque éste es el vínculo por el que permanece unida la República, el aliento vital que respiran tantos miles, que no serían los mismos más que carga y botín, si se les sustrajera la mente que los gobierna. Salvo el rey, todos tienen una mente; muerto, rompen los pactos. (Virgilio Geórgicas,IV,212) Esta calamidad sería la destrucción de la paz romana, convertiría en ruinas la fortuna de un gran pueblo; estará lejos de este peligro ese pueblo tanto tiempo cuando sepa llevar los frenos, pero si alguna vez los rompe o por algún azar se relajan, no consentirá que se los vuelvan a poner; esta unidad y esta ensambladura de tan gran imperio saltaría en mil pedazos y esta unidad dejaría de dominar tan pronto como dejara de obedecer. Por eso no es de maravillar que los príncipes y los reyes y los que con cualquier nombre son defensores del Estado sean amados más que se ama a los amigos privados, pues si para los hombres cuerdos los intereses públicos están sobre los privados; es lógico que sea también más querido aquel en quien se ha transformado la República. Porque ya desde muy antiguo se identificó tanto el César con la República que no pueden separarse el uno de la otra sin que ambos perezcan; porque el César tiene necesidad de fuerza, y la República de cabeza. V. Tal vez parezca que mi razonamiento se ha alejado mucho de lo propuesto, pero, a fe mía, está apretando la misma cosa. Pues sí, como hasta ahora se colige, tú eres el alma de tu República y ésta es tu cuerpo, ves, según pienso, cuán necesaria es la clemencia: porque te perdonas a tí mismo cuando parece que perdonas a otro. Se ha de perdonar, pues, aun a los ciudadanos culpables, como si fueran miembros enfermos, y si alguna vez es necesario derramar sangre, ha de contenerse la mano para que no hiera más de lo necesario. Como decía, pues,

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