Contrato Social
Rebekita2029 de Octubre de 2013
5.644 Palabras (23 Páginas)288 Visitas
Libro primero
Pretendo investigar si dentro del orden civil, y considerando a los hombres tal y como son y a las leyes tal y como pueden ser, existe alguna fórmula de administración tan legítima como segura. Trataré para ello, en este estudio, de mantener en armonía constante lo que el derecho permite con lo que el interés prescribe a fin de que la justicia y la libertad no resulten divorciadas.
Entro en materia sin probar la importancia de mi tema. Si se me preguntara si soy príncipe o legislador para escribir de política, respondería que no, y que precisamente por no serlo, lo hago; si lo fuera, no perdería mi tiempo en aconsejar lo que habría que hacer; lo haría o me callaría.
Ciudadano de un estado libre y miembro del poder soberano, por débil que sea la influencia que mi voz pueda ejercer en los negocios públicos, el derecho que tengo a votar me impone el deber de instruirme. ¡Me consideraré feliz tantas veces cuanto el hecho de meditar sobre las distintas formas de gobierno me procure encontrar siempre en mis investigaciones nuevas razones para amar más al de mi país!
Capítulo 1. Objeto de este libro
El hombre ha nacido libre y, sin embargo, vive en todas partes encadenado. Incluso el que se considera amo no deja de ser menos esclavo por ello de los demás. ¿Cómo se ha operado este cambio? ¿Qué es lo que puede imprimirle cierto sello legítimo? Creo poder resolver esta cuestión.
Si no atendiese más que a la fuerza y a los efectos que de ella derivan, diría: "En tanto que un pueblo está obligado a obedecer y obedece, hace bien; tan pronto como puede sacudir el yugo, y lo sacude, actúa mejor todavía, pues recobrando su libertad con el mismo derecho con que le fuera escamoteada. Prueba que fue creado para su disfrute. De lo contrario, no fue jamás digno de disfrutarla". Pero el orden social supone un derecho sagrado que sirve de base a todos los otros. Sin embargo, ese derecho no es un derecho natural: se funda en convenciones. Tratase, pues, de saber cuáles son dichas convenciones. Pero antes de llegar a este punto debo dejar bien sentado lo que acabo de anticipar.
Capítulo 2. De las primeras sociedades
La más antigua de todas las sociedades, y la única natural, es la familia. No obstante, los hijos no permanecen ligados al padre más que durante el tiempo que ellos necesitan de su cuidado para conservarse. Tan pronto como esta necesidad acaba, este lazo natural queda disuelto. Los hijos, exentos de la obediencia que debían al padre, y éste exento de los cuidados que debía a los hijos, entran todos a gozar igualmente de cierta independencia. Si continúan juntos, no es ya forzosa y naturalmente, sino voluntariamente, y la familia misma no pervive más que por convención.
Esta libertad común es una consecuencia de la naturaleza del hombre. Su primera ley es velar por su propia conservación; sus primeros cuidados son los que se debe a él mismo. Llegado a la edad de la razón, siendo el juez exclusivo de los medios adecuados para conservarse, se convierte, por tanto en su propio dueño.
La familia es, por tanto, si se quiere, el primer modelo de las sociedades políticas: el jefe es la imagen del padre; el pueblo, la de los hijos, y todos, habiendo nacido iguales y libres, no alienan su libertad más que por cierta utilidad. Toda la diferencia radica en que, en la familia, el amor del padre hacia sus hijos le recompensa de los cuidados que les dispensa, en tanto que en el Estado es un placer de mandar lo que reemplaza a ese amor que el jefe no siente por sus pueblos.
Grocio niega que el poder humano se haya establecido en beneficio de sus gobernados, y cita como ejemplo la esclavitud. Su constante manera de razonar es la de establecer siempre el hecho como fuente del derecho. Podría emplearse un método más consecuente, pero no más favorable a los tiranos.
Resulta, pues, dudoso, según Grocio, saber si el género humano pertenece a un centenar de hombres o si ese centenar de individuos pertenece al género humano. Y, según se desprende de su libro, parece inclinarse por la primera opinión. Tal era también criterio de Hobbes. Queda así la especie humana dividida en rebaños, cuyos jefes los guardan para devorarlos.
Como un pastor es de superior naturaleza a la de su rebaño, los pastores de hombres, es decir, los jefes, son igualmente de naturaleza superior a sus pueblos. Así razonaba, de acuerdo con Filón, el emperador Calígula, concluyendo, por analogía, que los reyes eran dioses, o que los hombres eran bestias.
El argumento de calígula, corresponde al de Hobbes y Grocio. Aristóteles, antes que ellos, había dicho también que los hombres no son naturalmente iguales, pues unos nacen para la esclavitud y otros para la dominación.
Aristóteles tenía razón, aunque tomaba el efecto por la causa. Todo hombre nacido esclavo nace para la esclavitud; nada más cierto. Los esclavos pierden todo en su cárcel, inclusive el deseo de su libertad: aman la servidumbre como los compañeros de Ulises amaban su embrutecimiento. Si existen, pues, esclavos por naturaleza es porque ha habido esclavos contra naturaleza. La fuerza hizo los primeros; su vileza les perpetuó.
Nada he dicho del rey Adán ni del emperador Noé, padre de tres grandes monarcas que se repartieron el universo, como fueron los hijos de Saturno, ha quienes se ha supuesto reconocer en ellos. Espero que se me reconozca la modestia, pues descendiendo de uno de esos tres príncipes, probablemente de la rama principal, ¿Quién puede oponerse a que, verificando títulos, me convirtiera al instante en el legítimo rey del género humano? Sea como fuere, hay que convenir en que Adán fue soberano del mundo, como Robinsón de su isla, mientras lo habitó solo, existiendo en este imperio la ventaja de que el monarca, seguro de su trono, no tenía porque temer rebeliones, guerras ni conspiradores.
Capítulo 3. Del derecho del más fuerte
El más fuerte no lo es siempre demasiado para ser constantemente amo y señor, si no transforma su fuerza en derecho y la obediencia en deber. De ahí el derecho del más fuerte, tomado irónicamente en apariencia y realmente establecido en principio. ¿Podrá explicársenos alguna vez esta frase?... La fuerza es una potencia física; yo no veo que la moralidad pueda resultar de sus efectos. Ceder a la fuerza es un acto de necesidad, no de voluntad; todo lo más, puede ser de prudencia. ¿En que sentido, pues, puede ser un deber?
Aceptemos por un momento ese pretendido derecho. Yo aseguro que de él resulta un galimatías inexplicable. Pues si la fuerza constituye un derecho, como el efecto cambia con la causa, toda fuerza superior a la primera modificará el derecho. Desde que se puede desobedecer impunemente, puede hacerse legítimamente, y puesto que el más fuerte tiene siempre razón, de lo que se trata, por consiguiente, es de procurar serlo. ¿Qué es, pues, un derecho que desaparece cuando la fuerza cesa? Si es preciso obedecer por fuerza, no es necesario obedecer por deber, y si la fuerza desaparece, la obligación cesa. Resulta, por consiguiente, que la palabra derecho no añade nada a la fuerza y no significa aquí nada en absoluto.
Obedeced a los poderes. Si esto quiere decir: cede a la fuerza, el precepto es bueno, aunque resulte superfluo. Respondo de que no será jamás violado. Todo poder emana de Dios, debo reconocerlo; pero toda enfermedad proviene de Dios también. ¿Estará por ello prohibido recurrir al médico? Si un bandido me sorprende en una selva, ¿estaré, no sólo por la fuerza, sino aun pudiendo evitarlo, obligado en conciencia a entregarle mi bolsa? Porque, en fin, la pistola que él tiene es un poder.
Convengamos, pues, que la fuerza no hace al derecho, y que no estamos obligados a obedecer más que a los poderes legítimos. Así, mi primera cuestión queda todavía en pie.
Capítulo 4. De la esclavitud
Puesto que ningún hombre tiene autoridad natural sobre su semejante, y puesto que la fuerza no constituye derecho alguno, quedan sólo las convenciones como base de toda autoridad legítima entre los hombres.
"Si un individuo - dice Grocio - puede alienar su libertad y hacerse esclavo de un amo, ¿Por qué un pueblo entero no ha de poder alienar la suya y convertirse en esclavo de un rey?" Hay en esta frase algunas palabras equívocas que necesitarían explicación, pero detengámonos sólo en la de alienar. Alienar es ceder o vender. Ahora bien, un hombre que se hace esclavo de otro no se entrega; se vende, eso sí, para atender a su subsistencia; pero un pueblo, ¿por qué es por lo que se vende? Un rey, lejos de proporcionar la subsistencia a sus súbditos, extrae de ellos la suya, y, según Rabelaís, un rey no vive con poca cosa. ¿Los seres ceden, pues, sus personas a condición de que se les quite también su bienestar? No sé qué es lo que les queda por conservar.
Se dirá que el déspota asegura a sus súbditos la tranquilidad civil. Sea; ¿pero qué ganan con ello, si las guerras que su ambición ocasiona, si su insaciable avidez y las vejaciones de su ministerio les arruinan más que sus disensiones? ¿Qué ganan, si esa misma tranquilidad representa una de sus miserias? Se vive tranquilo también en los calabozos, pero ¿es eso estar o vivir bien? Los griegos encerrados en el antro de Cíclope vivían tranquilos, esperando simplemente el turno para ser devorados.
Decir que un hombre se da a otro gratuitamente es afirmar algo absurdo e inconcebible: tal acto sería ilegítimo y nulo, por la razón única de que el que lo realiza no está en su sano juicio. Decir otro tanto de un país es suponer que un pueblo de locos y la locura no crean derecho.
Aun
...