Criton del deber
Cristián OspinaDocumentos de Investigación17 de Septiembre de 2018
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CRIT N O DEL DEBER
SCRATES CRIT N
SCRATES.-¿C mo vienes tan temprano, Crit n? ¿No es aœn muy de madrugada?
CRIT N.-Es cierto.
SCRATES.-¿QuØ hora puede ser? CRIT N.-Acaba de romper el d a. SCRATES.-Extraæo que el alcaide te haya dejado entrar.
CRIT N.-Es hombre con quien llevo alguna relaci n; me ha visto aqu muchas veces, y me debe algunas atenciones. SCRATES.-¿Acabas de llegar, o hace tiempo que has venido?
CRIT N.-Ya hace algœn tiempo.
SCRATES.-¿Por quØ has estado sentado cerca de m sin decirme, nada, en lugar de despertarme en el acto que llegaste? CRIT N.-¡Por Zeus!, S crates, ya me hubiera guardado de hacerlo. Yo, en tu lugar, temer a que me despertaran, porque ser a despertar el sentimiento de mi infortunio. En el largo rato que estoy aqu , me ha admirado verte dormir con un sueæo tan tranquilo, y no he querido despertarte, con intenci n, para que gozaras de tan bellos momentos. En verdad, S crates, desde que te conozco he estado encantado de tu carÆcter, pero jamÆs tanto como en la presente desgracia, que soportas con tanta dulzura y tranquilidad.
SCRATES.-Ser a cosa poco racional, Crit n, que un hombre, a mi edad, temiese la muerte.
CRIT N¡Ah! ¿CuÆntos se ven todos los d as del mismo tiempo que tœ y en igual desgracia, a quienes la edad no impide lamentarse de su suerte?
SCRATES.-Es cierto, pero en fin, ¿por quØ has venido tan temprano?
CRIT N.-Para darte cuenta de una nueva terrible, que, por poca influencia que sobre ti tenga, yo la temo; porque llenarÆ de dolor a tus parientes, a tus amigos; es la nueva mÆs triste y mÆs aflictiva para m .
SCRATES.-¿CuÆl es? ¿Ha llegado de Delfos el buque cuya vuelta ha de marcar el momento de mi muerte?[1]
CRIT N.-No, pero llegarÆ sin duda hoy, segœn lo que refieren los que vienen de Sunio[2], donde le han dejado; y siendo as , no puede menos de llegar hoy aqu , y maæana, S crates, tendrÆs que dejar de existir.
SCRATES.-Enhorabuena, Crit n, sea as , puesto que tal es la voluntad de los dioses. Sin embargo, no creo que llegue hoy el buque.
CRIT N.-¿De d nde sacas esa conjetura? SCRATES.-Voy a dec rtelo; yo no debo morir hasta el d a siguiente de la vuelta de ese buque.
CRIT N.-Por lo menos, eso es lo que dicen aquellos de quienes depende la ejecuci n.
SCRATES.-El buque no llegarÆ hoy, sino maæana, como lo deduzco de un sueæo que he tenido esta noche, no hace un momento, y es una fortuna, a mi parecer, que no me hayas despertado.
CRIT N¿CuÆl es ese sueæo? SCRATESMe ha parecido ver cerca de m una mujer hermosa y bien formada, vestida de blanco, me llamaba y me dec a: S crates, dentro de tres que d as estarÆs en la fØrtil Ft a[3].
CRIT N.-¡Extraæo sueæo, S crates!
SCRATES.-Es muy significativo, Crit n. CRIT N.-Demasiado, sin duda; pero por esta vez, S crates, sigue mis consejos, sÆlvate. Porque en cuanto a m , si mueres, ademÆs de verme privado para siempre de ti, de un amigo de cuya pØrdida nadie podrÆ consolarme, tØmome que muchas gentes, que no nos conocen bien ni a ti ni a m , crean que pudiendo salvarte a costa de mis bienes de fortuna, te he abandonado. ¿Y hay cosa mÆs indigna que adquirir la reputaci n de querer mÆs su dinero que sus amigos? Porque el pueblo jamÆs podrÆ persuadirse de que eres tœ el que no has querido salir de aqu , cuando yo te he estrechado a hacerlo. SCRATES.-Pero, mi querido Crit n, ¿debemos hacer tanto aprecio de la opini n del pueblo? ¿No basta que las personas mÆs racionales, las œnicas que debemos tener en cuenta, sepan de quØ manera han pasado las cosas?
CRIT N.-Yo veo, sin embargo, que es muy necesario no despreciar la opini n del pueblo, y tu ejemplo nos hace ver claramente que es muy capaz de ocasionar desde los mÆs pequeæos hasta los mÆs grandes males a los que una vez han ca do en su desgracia. SCRATES.-¡OjalÆ!, Crit n, el pueblo fuese capaz de cometer los mayores males, porque de esta manera ser a tambiØn capaz de hacer los mÆs grandes bienes. Esto ser a una gran fortuna, pero no puede ni lo uno ni lo otro; porque no depende de Øl hacer a los hombres sabios o insensatos. El pueblo juzga y obra a la ventura.
CRIT N.-Lo creo; pero resp ndeme,
S crates. ¿El no querer fugarte nace del temor que puedas tener de que no falte un delator que me denuncie a m y a tus demÆs amigos, acusÆndonos de haberte sustra do, y que por este hecho nos veamos obligados a abandonar nuestros bienes o pagar crecidas multas o sufrir penas mayores? Si Øste es el temor, S crates, destiØrrale de tu alma. ¿No es justo que por salvarte nos expongamos a todos estos peligros y aun mayores, si es necesario? Repito, mi querido S crates, no resistas; toma el partido que te aconsejo.
SCRATES.-Es cierto, Crit n; tengo esos temores y aun muchos mÆs.
CRIT N.-Tranquil zate, pues, porque en primer lugar la suma que se pide por sacarte de aqu no es de gran consideraci n. Por otra parte, sabes la situaci n m sera que rodea a los que podr an acusarnos y el poco sacrificio que habr a de hacerse para cerrarles la boca; y mis bienes, que son tuyos, son harto suficientes. Si tienes alguna dificultad en aceptar mi ofrecimiento, hay aqu un buen nœmero de extranjeros dispuestos a suministrar lo necesario; s lo Simmias de Tebas ha presentado la suma suficiente; Cebes estÆ en posici n de hacer lo mismo y aœn hay muchos mÆs[4].
Tales temores, por consiguiente, no deben ahogar en ti el deseo de salvarte, y en cuanto a lo que dec as uno de estos d as delante de los jueces, de que si hubieras salido desterrado, no hubieras sabido d nde fijar tu residencia, esta idea no debe detenerte. A cualquier parte del mundo adonde tœ vayas, serÆs siempre querido. Si quieres ir a Tesalia, tengo all amigos que te obsequiarÆn como tœ mereces, y que te pondrÆn a cubierto de toda molestia. AdemÆs, S crates, cometes una acci n injusta entregÆndote tœ mismo, cuando puedes salvarte, y trabajando en que se realice en ti lo que tus enemigos mÆs desean en su ardor por perderte. Faltas tambiØn a tus hijos, porque los abandonas, cuando hay un medio de que puedas alimentarlos y educarlos. ¡QuØ horrible suerte espera a estos infelices huØrfanos! Es preciso o no tener hijos o exponerse a todos los cuidados y penalidades que exige su educaci n. Me parece en verdad que has tomado el partido del mÆs indolente de los hombres, cuando deber as tomar el de un hombre de coraz n; tœ, sobre todo, que haces profesi n de no haber seguido en toda tu vida otro camino que el de la virtud. Te confieso, S crates, que me da verg enza por ti y por nosotros tus amigos que se crea que todo lo que estÆ sucediendo se ha debido a nuestra cobard a. Se nos acriminarÆ, en primer lugar, por tu comparecencia ante el tribunal, cuando pudo evitarse; luego, por el curso de tu proceso; y en fin, como tØrmino de este lastimoso drama, por haberte abandonado por temor o por cobard a, puesto que no te hemos salvado; y se dirÆ tambiØn que tœ mismo no te has salvado por culpa nuestra, cuando pod as hacerlo con s lo que nosotros te hubiØramos prestado un pequeæo auxilio. PiØnsalo bien, mi querido S crates; con la desgracia que te va a suceder tendrÆs tambiØn una parte en el bald n que va a caer sobre todos nosotros. Consœltate a ti mismo, pero ya no es tiempo de consultas; es preciso tomar un partido, y no hay que escoger: es preciso aprovechar la noche pr xima. Todos mis planes se desgracian si aguardamos un momento mÆs. CrØeme.
S crates, y haz lo que te digo.
SCRATES.-Mi querido Crit n, tu solicitud es muy laudable, si es que concuerda con la justicia; pero por lo contrario, si se aleja de ella, cuanto mÆs grande es, se hace mÆs reprensible. Es preciso examinar, ante todo, si deberemos hacer lo que tœ dices o si no deberemos; porque no es de ahora, ya lo sabes, la costumbre que tengo de s lo ceder por razones que me parezcan justas, despuØs de haberlas examinado detenidamente. Aunque la fortuna me sea adversa, no puedo abandonar las mÆximas de que siempre he hecho profesi n; ellas me parecen siempre las mismas, y como las mismas las estimo igualmente. Si no me das razones mÆs fuertes, debes persuadirte de que yo no cederØ aunque todo el poder del pueblo se armase contra m , y, para aterrarme como a un niæo, me amenazase con sufrimientos mÆs duros que los que me rodean: cadenas, la miseria, la muerte. Pero, ¿c mo se verifica este examen de una manera conveniente? Recordando nuestras antiguas conversaciones, a saber: de si ha habido raz n para decir que hay ciertas opiniones que debemos respetar y otras que debemos despreciar. ¿O es que esto se pudo decir antes de ser yo condenado a muerte, y ahora de
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