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DIALOGOS DE PLATON. TIMEO.

wyvernla9 de Julio de 2013

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Obra de Platón (427- 347 a de C).

En este diálogo, Sócrates desea que sus amigos, quienes, además de filósofos, son hombres de acción, completen un diálogo anterior acerca del Estado perfecto.

Timeo comienza su relato, sobre la creación del universo, distinguiendo entre el ser y el acontecer, el primero inmóvil, accesible al puro pensamiento; el segundo mudable y perceptible por los sentidos. Y, del mismo modo que el devenir precisa una causa, para crear el mundo que pertenece al devenir fue necesario un dios padre y creador: el Demiurgo, el cual creó el universo dando forma a lo que deviene sobre un modelo ideal perfecto, por pura bondad, porque, lo quería todo bueno y semejante a sí.

Queriendo que el mundo fuese hermoso, debía dotarlo con alma inteligente, porque nada que esté desprovisto de inteligencia es hermoso; y lo hizo único para que contuviese todos los seres del mundo sensible, al modo que el modelo contenía todos los inteligentes.

Elaboró después, para crear el mundo sensible, los cuatro elementos: aire, agua, fuego, tierra; en cuanto a la forma, prefirió la esférica como más perfecta. El alma, creada antes del cuerpo, la plasmó creando lo invariable y lo variable en una tercera esencia; y este compuesto capaz, por su naturaleza, de saber y de opinar, siendo permeable a todo el universo, lo dispuso en dos círculos concéntricos secantes entre sí, dotado el primero de un movimiento invariable, y el otro de un movimiento variable. No pudiendo el mundo creado ser eterno como el modelo, el Demiurgo lo quiso por lo menos perenne; y a tal fin creó el tiempo, imagen móvil de la eternidad.

Para poblarlo, creó los dioses celestiales, inteligencias animadoras y motrices de los astros; de estos dioses fueron engendrados los dioses inferiores (los de la tradición religiosa helénica), a quienes el Demiurgo encomendó después el encargo de crear los otros vivientes. Pero a fin de que estos últimos tuviesen algo de inmortal, creó él mismo la semilla del alma racional que puso bajo la influencia de varios astros.

En torno a esta semilla inmortal los dioses secundarios plasmaron al hombre sirviéndose de los cuatro elementos; por ello en éste el principio racional, aunque por naturaleza predominante, está sin embargo sujeto a subordinarse a las pasiones que a menudo oscurecen el entendimiento, este mal preciso obviarlo mediante una disciplina.

Timeo explica la importancia que tiene en la figura humana la cabeza, sede de los órganos más importantes. La otra determinante en la creación del mundo, esto es, la necesidad indispensable a la generación de las cosas, aunque subordinada a la inteligencia; volviendo a la distinción, hecha al principio, de una esencia inmóvil y de otra sujeta a generación, distingue una tercera especie difícil y oscura pero necesaria a la creación, la depositaria de toda forma no es otra cosa que lo que nosotros llamamos materia, y, es de fuego la parte que de ella se ilumina, de tierra y aire las partes capaces de tomar tales aspectos. Por ella el devenir surge del caos, por ella se realizó la génesis de los cuatro cuerpos llamados elementos, de forma triangular: del triángulo en efecto se formaron las figuras de que se sirvieron los dioses para construir los cuatro órdenes de cuerpos, el cubo para la tierra, el icosaedro regular para el agua, el octaedro regular para el aire, el tetraedro regular para el aire, el tetraedro regular para el fuego. Al llegar a este punto examina Timeo, además de las propiedades de los elementos, también la naturaleza de las sensaciones.

Explica cómo los dioses colocaron en el cuerpo humano, bien separadas del alma racional e inmortal, las dos partes del alma mortal: la una, irascible, en el pecho; la otra concupiscible en el vientre.

Pasa por fin a examinar la importancia

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