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EMILIO, O DE LA EDUCACION RESUMEN


Enviado por   •  12 de Octubre de 2012  •  4.506 Palabras (19 Páginas)  •  1.341 Visitas

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El niño nace ignorante, privado hasta del sentido de su existencia, pero capaz de aprender. Con el nacimiento comienza la educación. Esta se realiza mediante la experiencia del mundo ligada al uso de las funciones y de los sentidos. La actividad es la primera escuela del niño, la ley natural que se debe respetar. Cuanto mayor sea la actividad, mayor será la experiencia formativa.

Al niño se le debe conceder toda la libertad de movimientos de que es capaz. ¡Fuera las fajas, las ataduras y vestidos que le oprimen! El niño no se hará daño con sus propios movimientos naturales, antes bien, “la inacción y la constricción de los miembros impiden la circulación de la sangre, de los humores, no le permiten adquirir fuerza, crecer, ir cambiando su constitución” (I, 22). Los vestidos y las ligaduras que a veces se les ponen influirán negativamente sobre su temperamento. “Su primer sentimiento es de pena y de dolor. No encuentran más que obstáculos para realizar los movimientos que les son necesarios, y más desventurados que un criminal entre sus cadenas, hacen esfuerzos vanos, se irritan, gritan. ¿Sus primeras voces, decís, son llantos? Lo creo sin dificultad: los forzáis desde el nacimiento, les ofrecéis antes que nada las cadenas, como primer cuidado los atormentáis. Lo único que tienen libre es la voz, ¿cómo no se van a servir de ella para llorar? Gritan por el daño que les hacéis, como gritaríais también vosotros si os encontraseis encorsetados de la misma manera” (I, 22).

Rousseau se pregunta por la causa de costumbres tan antinaturales y poco razonables como las criticadas. Es un hecho no menos antinatural: las madres no quieren ocuparse de sus hijos, y los ponen bajo la vigilancia de personas a sueldo, de criadas mercenarias cuya única preocupación es fatigarse lo menos posible. Y así, para ahorrarse el constante cuidado de un niño libre, lo visten de manera que no pueda moverse. Las criadas quedan tranquilas, sabiendo que el niño no se romperá una pierna, y las madres pasan alegremente el tiempo en las fiestas de la ciudad, sin pensar que está en peligro el futuro desarrollo de sus hijos.

Esta mala costumbre engendra otras todavía peores. “No contentas de haber dejado de criar a sus hijos, las mujeres dejan de querer tenerlos: es la consecuencia natural. Desde el momento en que la maternidad es onerosa, se encuentra bien pronto la manera de liberarse enteramente de ella. Esta usanza, sumada a otras causas de despoblación, nos anuncia la futura suerte de Europa. Las ciencias, las artes, la filosofía y las costumbres que se siguen de esa mentalidad, acabarán convirtiéndola en un desierto. Y cuando sólo esté poblada por bestias, no habrá cambiado en mucho la calidad de sus habitantes” (I, 23). Cuando las madres vuelvan a criar a sus hijos, las costumbres mejorarán, los sentimientos naturales se despertarán en los corazones, los Estados se volverán a poblar y todo irá mejor.

En la educación de los niños hay que seguir en todo a la naturaleza. Se evitarán por eso los cuidados demasiado solícitos y las comodidades excesivas: la naturaleza educa a través del dolor. El niño ha de superar determinadas fiebres y dolencias. Una precaución exagerada contrariaría el camino que la naturaleza sigue para fortalecerlos, de lo que se seguirá la debilidad permanente del niño.

Rousseau interrumpe sus consejos sobre el cuidado de los niños para hablarnos un poco de Emilio. Es un educando imaginario, que Rousseau va a elegir a su gusto. Con una intención polémica, dice que Emilio será noble, porque los nobles son los que peor educan a sus hijos; rico, para que la educación no quede supeditada a estrecheces económicas, y porque “el pobre no tiene necesidad de educación: la de su estado es forzosa” (I, 30); huérfano, para que los padres no entorpezcan la labor del preceptor. Será europeo, de un país con clima templado. Sano y robusto: “yo no me ocuparé de un niño enfermizo y endeble, aunque él debiera vivir ochenta años. No quiero saber nada de un alumno siempre inútil para sí mismo y para los demás (...) Un cuerpo débil debilita el alma. De aquí el imperio de la medicina: arte más perniciosa para el hombre que todos los males que pretende curar” (I, 31—32). Rousseau se alarga en sus diatribas contra la medicina, pero preferimos continuar con Emilio. Vivirá y será educado en el campo, porque “los hombres no han sido hechos para vivir en hormigueros, sino para cultivar la tierra que habitan (...) Las ciudades son el abismo de la naturaleza humana” (I, 36). Será de inteligencia media, para representar al tipo más común de hombre.

A Emilio se le buscará una nutriz a gusto del preceptor. Este determina sus condiciones, su alimentación, etc., para que la leche que dé al niño tenga los efectos deseados. El preceptor, por último, será joven, para poder ser compañero del alumno, partícipe de sus juegos y de sus confidencias.

Volvemos a la educación del recién nacido. Después de consignar algunos preceptos higiénicos, Rousseau explica que la primera educación del infante tiene lugar por las sensaciones. “En el principio de la vida, cuando la memoria y la imaginación están todavía inactivas, el niño sólo atiende a lo que impresiona realmente sus sentidos: siendo las sensaciones el primer material de su conocimiento, ofrecérselas de modo conveniente es preparar su memoria para que un día ofrezca el mismo orden a la inteligencia (...) El niño quiere tocar todo, manejar todo: no os opongáis a esa inquietud, porque le proporciona un modo necesario de aprender. El aprende a sentir el calor y el frío, la dureza, la suavidad, el peso y la ligereza de los cuerpos; y aprende también a juzgar de su tamaño, de su forma y de todas las cualidades sensibles” ( I, 4041).

Es importante evitar dos extremos en el trato con los niños: imponerles nuestra voluntad y que ellos nos impongan la suya con sus lloros, para que no formen ni la idea de esclavitud ni la de mando, sino la de libertad. Menos mandatos y más autonomía de movimientos, que obren por sí mismos, y se darán cuenta de lo que pueden y de lo que no pueden. Los niños no deben encontrar resistencia en la voluntad humana, sólo la que las cosas les ofrecen, así no se harán coléricos ni obstinados. Cuando un niño tiende la mano hacia un objeto distante sin decir nada, él se engaña acerca de sus posibilidades; acerquémosle el objeto para que pueda tomarlo. Pero cuando extiende su mano gritando y llorando, como si mandase al objeto que se acerque, no hagamos caso ninguno de sus llantos, para que no se habitúe a mandar y a ser caprichoso. En todo caso, no le demos cosas porque las desea, sino porque le son convenientes. Y sobre todo nunca pretendamos dar al niño exhortaciones o mandatos morales: “sólo la razón distingue el bien y el mal. La conciencia,

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