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El Hombre Y Sus Cuatro Dimensiones


Enviado por   •  27 de Septiembre de 2013  •  2.150 Palabras (9 Páginas)  •  591 Visitas

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Desarrollo:

Es bien sabido que como individuos humanos siempre nos hemos cuestionado la creación de nuestro planeta y de todo lo que está contenido en él: más específicamente, lo que más nos ha intrigado a lo largo de la historia es nuestra existencia misma ¿Qué o quién nos creo? ¿A dónde vamos cuando morimos?

Con el avance de la disciplina de la ciencia se ha podido determinar una evolución natural de la vida en la tierra, y bajo dicha mirada nuestra realidad corpórea queda casi completamente explicada. Sin embargo, existe una parte de nosotros que no es física. Hay aspectos del hombre que no son cuantificables y que, por lo tanto, no se puede explicar mediante la ciencia. No podemos llevar cuenta de nuestros pensamientos y nuestros sentimientos no se pueden medir siquiera por los cambios físicos que estos producen en nuestros cuerpos.

Dicha grandeza encuentra explicación en el cristianismo mediante la afirmación de que somos una creación divina. Dios es origen, fuente y causa de nuestra existencia y de la realidad que nos rodea. El hecho de que nosotros y el universo seamos “creaturas” de Dios es plasmado en los relatos bíblicos de la creación del Génesis, y los humanos somos capaces de reconocer esta verdad mediante el uso de nuestro razonamiento. ¿Quién, sino una creatura superior, pudo haber creado la maravilla del universo? ¿Quién, sino Dios, pudo habernos dotado de tal grandeza espiritual? Nuestra relación con el creador se constituye de esta manera en nuestra primera dimensión existencial, pues Dios es la causa de nuestra vida.

Si bien la ciencia nos puede ayudar a explicar nuestra naturaleza corpórea mediante la evolución, ésta es condición necesaria pero no suficiente para entender todos los aspectos de nuestra realidad y existencia. Antes de que existieran los mamíferos superiores no era posible que existieran los humanos, sin embargo, nuestra espiritualidad es producto de un acto creador de Dios, quien en cada uno de nosotros produjo un ser único e irrepetible.

En una segunda instancia cabe la intriga de entender cuál es nuestra misión en esta tierra. Dicha corresponde a la pregunta central que nos relaciona con la segunda dimensión existencial de los hombres: nosotros con el mundo.

Habiendo tantas formas posibles de obrar en la vida, se busca entender cuál es nuestro rol. Si se vuelve a las antiguas escrituras se descubre mediante el segundo relato de la creación que Dios nos creó para cuidar el jardín en el que nos puso, siendo los encargados de cultivarlo, de mantener y proteger su prosperidad y permanencia.

El trabajo es nuestra relación directa con el mundo que nos rodea, es una actividad propia del hombre. Todos lo ejercemos, pero no siempre de manera que corresponde: libre y consciente.

Si se reflexiona se llega a entender que los hombres poseemos una diferencia crucial con el resto de las creaturas del planeta: en vez de adaptarnos al medio, adaptamos el medio a nuestras necesidades. Esta manera de comportarnos señala que damos sentido y significado a nuestro entorno físico, dejamos huellas en lo que hacemos, somos capaces de cambiar la realidad de los paisajes que nos rodean y por lo tanto debemos ejercer esas acciones de manera consciente.

El trabajo humano posee el valor intrínseco de transformar el mundo a partir de él. Con el poder de decisión con respecto al futuro que tenemos, el cuidado debe estar en velar por el correcto desarrollo de los otros seres con los que compartimos el mundo. De nuestras creaciones debemos estar entendidos, siendo líderes responsables que impulsan desarrollo mirado desde una perspectiva global y no egoísta.

Al reflexionar sobre lo último y relacionarlo con nuestro real actuar en el planeta se notará que existe una dimensión que hoy en día está más estimulada por el medio en el que nos movemos y que muchas veces se sobrepone a las otras. Dicha dimensión es la que tenemos con nosotros mismos, la que involucra el entendimiento de nuestra persona y la valoración de nosotros como persona individual.

Tal como en el caso de las dimensiones exploradas anteriormente, existe un cuestionamiento central respecto a ésta. Como individuo, ¿Quedo identificado tan solo con mi alma, o es el cuerpo que poseo también parte de mí?

A lo ancho del mundo existen muchas creencias que apoyan la idea de que las personas somos almas que habitamos un determinado cuerpo en esta vida, sin embargo, para la creencia cristiana, cada uno de nosotros constituimos un unidad absoluta entre lo tangible e intangible: somos todo cuerpo y todo espíritu a la vez. Esto encuentra evidencia en los relatos de la creación en el Génesis de la Biblia, pues cuando Dios crea al hombre a partir de barro le dice “Barro eres y en barro te convertirás” apuntando de forma clara al ser cuerpo y no al poseer cuerpo.

Bajo esta filosofía, el cristiano se ve a sí mismo como un organismo viviente que recibe la experiencia de la vida a través de su cuerpo. Debido a que su existencia se despliega a través de éste, lo considera un tesoro único e inigualable que hay que cuidar y respetar.

Si se medita al respecto se llega a entender que nuestro cuerpo determina nuestras posibilidades. A través de él somos y comunicamos lo que somos al mundo. Si falla una parte de nuestro cuerpo, veremos restringidas las acciones que se desarrollan con dicha parte, y por tanto, descuidar del todo nuestro físico equivale a buscar nuestra autodestrucción.

Con el cuerpo actuamos, es nuestro medio para realizar lo que deseamos: desde tomar un objeto hasta llamar la atención de alguien. También es nuestro medio de expresión, pues queramos o no, permanentemente emitimos con nuestro cuerpo señales que manifiestan nuestros estados anímicos, sentimientos y emociones. Nuestra corporalidad marca en este mundo presencia, en el sentido de que con ella los demás animales y humanos nos pueden ver, dando pie a la interacción, y en el sentido de que con nuestras acciones alteramos y cambiamos cualquier instancia en la que nos presentamos.

Además de reconocernos como creaturas de Dios que deben trabajar con la misión de cultivar la tierra y entender que somos seres únicos, racionales, libres y espirituales que se deben responsabilizarse por su cuerpo, debemos esclarecer otro aspecto fundamental de nuestras vidas. La cuarta dimensión existencial del hombre se funda en la relación que tenemos con los demás, quienes están durante toda nuestra vida ligados intrínsecamente a nuestro desarrollo.

No nos es difícil afirmar que los hombres

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