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El Viaje De Jaime Guzman Al Infierno


Enviado por   •  13 de Diciembre de 2012  •  2.733 Palabras (11 Páginas)  •  307 Visitas

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Al abrir sus ojos dio cuenta que estaba al borde de un río, con el mismo terno y corbata con que se vistió la mañana de ese día, y algunas monedas en el bolsillo. No comprendía en qué momento había llegado a aquel lúgubre lugar, con un río y un horizonte que no parecía acabar, con una luz tenue pero sin sol. Sintió que entraría en pánico por un segundo, pero luego se sorprendió con su tranquilidad, aceptando lo que ya intuía… estaba muerto.

- Son dos monedas para cruzar –dijo un hombre en una pequeña barcaza de madera en el borde del río.

- Acá están –dijo Jaime estirando su brazo, entendiendo la razón por la que llevaba solo esas dos monedas con él.

- Es mi deber llevarte con Minos, el Juez del Infierno –le dijo- mientras Jaime tenía la mirada perdida en los cuerpos que flotaban bajo la barcaza –mi nombre es Caronte, y en este momento estamos cruzando el río Aqueronte, directo al infierno.

En la otra orilla lo estaba esperando un hombre vistiendo una toga blanca, el mismo que acompañó a Dante siglos atrás en su visita al infierno.

- ¡Bienvenido! –exclamó el hombre –mi nombre es Virgilio.

- ¿Qué es este lugar? –preguntó Jaime, mientras observaba un mar de personas con sus rostros demacrados, sollozando incesantemente.

- Estamos en el primer círculo del infierno, el Limbo –contestó Virgilio, con una expresión de compasión– En este lugar están aquellos que nacieron privados de la fe o no fueron bautizados. A medida que uno se adentra en el infierno, la maldad de los pecados aumenta, alejándolos cada vez más de Dios.

- ¿Este lugar es mi castigo? –preguntó rápidamente Jaime- Yo no me he alejado de Dios, soy un creyente ferviente.

- Quizás ése es tu problema –aseguró Virgilio, a medida que cruzaban una puerta gigante de piedra –Quizás por eso estás acá, y no en el paraíso.

- ¿Acaso si sigo los mismos preceptos de Dios, sin desviarme en ningún momento, no debería estar en el paraíso? –espetó irritado Jaime, notando que una leve brisa aumentaba lenta, pero continuamente en el lugar.

Siguió sus pasos con gran dificultad, debido a que la suave brisa que disfrutó metros más atrás empezaba a aumentar su fuerza. A medida que avanzaba, notó a miles de figuras humanas combatiendo sin fuerzas la velocidad de las ventiscas. Entre los miles de rostros vio a una mujer con una cansada pero hermosa cara, y la reconoció al instante, era Helena de Troya.

- Estamos en el segundo círculo –comentó Virgilio, mientras divisaban a lo lejos una sombra que no era arrastrada por el viento– Aquí se castiga a los lujuriosos, viendo su pasión derrotada por esta tormenta infernal eternamente.

- ¿Quién es aquél que el viendo parece no afectar? –le preguntó a Virgilio-.

- Aquél es Minos, el Juez del Infierno –le contestó- Él será juzgará tus pecados y desidirá tu condena.

Al oir esto, Jaime quedó paralizado algunos segundos, los que para él parecieron una eternidad.

- Avancemos –le indicó –Es necesario que conozcas tu castigo por los pecados cometidos en vida.

- Está bien –aceptó Jaime, mientras sentía cada vez más miedo con cada paso que daba.

- ¡Jaime! –exclamó Minos –Estás acá para ser condenado por tus actos, y para determinar tu castigo será necesario que cruces por ciertas partes del infierno donde serás testigo del sufrimiento de los pecadores.

- Todavía no entiendo porqué no estoy en el paraíso –reclamó aireadamente Jaime.

- Lo sabrás al final del recorrido, y será tu misma conciencia la que determinará tu castigo.

Virgilio lleva a Jaime Guzmán caminando ahora dentro de los muros de la ciudad de Dite donde se ubica el sexto círculo, el cual está rodeado de una gran cantidad de diablos tormentosos y Erinias, éstas últimas con una gran sed de venganza en cuanto a los culpables de los crímenes cometidos.

El sexto círculo es más bien una ciudad en el infierno, pero a medida que caminaban ambos personajes se daban cuenta que en lugar de estar rodeados de casas, estaban acorralados por flamígeros sepulcros rodeados de fuego y pecadores ardiendo por culpa de sus pecados. El castigo para los herejes es arder toda la eternidad.

Guzmán pudo sentir, -bajando por su espalda como un clavo helado- el horror que los condenados le hacían sentir, le hacía preguntarse cuán malas fueron sus acciones, para merecer tal castigo y cuál, en definitiva sería su eterno lugar.

- ¿Qué terribles actos cometieron estos hombres, para recibir tales castigos? - pregunta Jaime Guzmán dirigiéndose a Virgilio.

- De estos dos, si traes a tu mente la Génesis del principio, conviene concordar su vida y avanzar la gente. Y como el usurero otro camino sigue, a la natura en sí, y a su secuaz desprecia, pone así en otra parte su esperanza. Acá residen, quienes en vida no creían en la vida después de la muerte, así como también quienes han ofendido a la iglesia y han sido penados por ella” - Responde Virgilio a Jaime Guzmán.

Jaime no estaba destinado a este círculo, sólo debía pasar esta ciudad ojalá lo más rápido posible. Dentro de la caminata que hacían, pasan por la tumba de Jean-Jacques Rousseau, quien estaba en esta parte del infierno por no apoyar a la iglesia en los asuntos del Estado y por sus ideas herejes. Éste llama la atención de Jaime Guzmán y lentamente se acerca para poder hablar con uno de los grandes filósofos de la historia.

Jean-Jacques Rousseau en un giro ve a Jaime, y le pregunta quién era. Jaime dentro de lo posible intentó darse a conocer, pero Rousseau en un repentino momento lo interrumpe.

- Durante el régimen militar de Pinochet fuiste el principal forjador de un sistema constitucional y político que reemplazaba al régimen determinado por la Constitución de 1925, el cual separaba jurídicamente la iglesia del Estado. En este nuevo sistema constitucional incrementabas una economía y una sociedad basada en el capitalismo, pero sobre todo dabas una gran influencia de la Iglesia en el Estado de tu país - exclama Rousseau.

- La iglesia es una institución la cual tiene una realidad de origen divino, la cual tiene como fin formar la perfección de los hombres y por ende la salvación de las almas por medio de la fe y la esperanza - dice Jaime

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