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El Vizconde Demediado

juguille14 de Septiembre de 2012

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Italo Calvino

EL VIZCONDE DEMEDIADO

Título original: IL VISCONTE DIMEZZATO

Traducción: Francesc Miravitlles

Editorial Bruguera, S. A.

Prólogo

Italo Calvino, uno de los más originales narradores del actual panorama de nuestra

Europa —como lo confirmó la atribución en 1976 del Premio del Estado para la Literatura

Europea del gobierno austríaco—, es, desde el punto de vista biográfico, un autor oscuro.

Apenas sabemos de él sino su nacimiento en Cuba —en 1923, hijo de padres italianos—,

su educación en San Remo hasta los 20 años, su afiliación al PCI y su participación en el

movimiento guerrillero de la Resistencia, su amistad con Pavese y Vittorini, que

apadrinaron sus incursiones iniciales en el mundo literario, su trabajo como asesor de la

Editorial Einaudi, su baja del Partido Comunista en 1957 —los sucesos de Hungría—, y

paremos de contar. Para compensarlo, disponemos en cambio del testimonio que nos

aporta su obra, una colección de fabulaciones animadas perennemente por una intención

moral e incluso polémica.

Tras una inicial vinculación al Neorrealismo —la novela corta "II sentiero dei nidi di

ragno", los cuentos de "Ultimo viene il corvo"— con narraciones que contaban historias

de partisanos, que se derivaban de la experiencia vivida, que eran realistas, pronto

Calvino descubre en sí —tarea en la cual le ayudó la crítica, al señalarlo en su obra desde

sus comienzos— un espíritu fabulador, un fantástico transfigurador de la realidad.

"El vizconde demediado" es el primer fruto de este descubrimiento. En el "Prefacio" que

Calvino escribió en junio de 1960 para la edición de "I Nostri antenati" ("Nuestros

antepasados"), que recoge tres novelas de una alegoría de lo contemporáneo, novelas

que tienen en común el hecho de ser inverosímiles y de desarrollarse en tierras

imaginarias y en épocas remotas ("El vizconde demediado", "El barón rampante" y "El

caballero inexistente"), el autor analiza su materia con tan rigurosa lucidez que no me

resisto a transcribir aquí algún párrafo:

"...Hastiado de mí mismo y de todo, me puse a escribir, como pasatiempo privado, «El

vizconde demediado» en 1951. No tenía el menor propósito de defender una poética en

lugar de otra, ni la menor intención de alegoría moralista, ni mucho menos política en

sentido estricto. Reflejaba, sí, aunque sin darme mucha cuenta, la atmósfera de aquellos

años. Estábamos en el corazón de la guerra fría, en el aire había una tensión, un

desgarramiento sordo, que no se manifestaban en imágenes visibles pero dominaban

nuestros ánimos. Y he aquí que al escribir una historia completamente fantástica, me

encontraba expresando sin advertirlo no sólo el sufrimiento de ese momento particular,

sino el impulso a salir de él; esto es, no aceptaba pasivamente la realidad negativa, sino

que conseguía sumergirme de nuevo en el movimiento, la fanfarronería, la economía de

estilo y el despiadado optimismo que habían sido los de la literatura de la Resistencia."

Partiendo de ese impulso, y de una imagen en la cabeza —la de un hombre cortado en

dos por una bala de cañón—, Calvino desarrolla esta parábola del vizconde Medardo, que

simboliza a la perfección el hombre contemporáneo, incompleto, demediado, no

reconciliado consigo mismo.

Para salir del callejón sin salida en el que se veía metido como narrador realista, Calvino

acude también a su afición a ciertas novelas de aventuras, como las de R. L. Stevenson

—y el doctor Trelawney de "El vizconde demediado" resulta elocuente sobre este

homenaje de Calvino al novelista anglosajón: recuérdese el personaje homónimo —el

Squire Trelawney— de "La isla del Tesoro—, y, en definitiva, a su constante interés por

los cuentos populares, infantiles o no, interés concretado en la monumental edición de

las "Fiabe Italiane" que nuestro autor preparó en 1956. Aunque en todo esto haya una

idea matriz: la importancia de la literatura de tradición oral, de los cuentos populares,

como material novelesco. En un artículo, "II midollo del leone", que Calvino publicó en la

revista "Paragone" en junio de 1955, esta filiación es evidente: «La impronta de las

fábulas más remotas: el niño abandonado en el bosque, o el caballero que debe superar

encuentros con fieras y encantamientos, sigue siendo el esquema insustituible de todas

las historias humanas, sigue constituyendo el plan de las grandes novelas ejemplares, en

las cuales una personalidad moral se realiza moviéndose en una naturaleza o en una

sociedad despiadadas.»

Pero no quisiera que de todo lo anterior se desprendiese una falsa imagen de Calvino: el

autor puramente fantástico, que despliega sus fantasías como una evasión. El

desquiciamiento de la razón que presentan las tres novelas de "Nuestros antepasados",

su aire descabellado e irreal, vienen siempre hilvanados por una lógica implacable; en

ese mundo aparentemente imaginativo subyace, de la mano del humor, una realidad que

nos presenta hechos y situaciones muy reales, muy de hoy, recamando de continuo el

símbolo con el hilo de la realidad. El resultado final puede parecer un tapiz fantástico, con

afiligranados arabescos, una brillante explosión colorista, pero lo que Calvino nos cuenta

es siempre algo esencial en la vida humana: la soledad, el miedo, la lucha, la liberación.

Con las fábulas va ligada constantemente una intención moral, afirmada sin la menor reticencia

por nuestro autor cuando dice creer "en una literatura que sea presencia activa

en la historia, en una literatura como educación".

Una muestra de lo que pretendo decir está en que en la misma década del 50, en la cual

Calvino idea las tres novelas del ciclo que nos retrata a nuestros ancestros, y con ellos a

nosotros, se publican también "La especulación inmobiliaria" (1957) y "La nube de smog"

(1958), cuyos temas vuelven a injertarse en el realismo; son, en último término,

literatura de denuncia de esta sociedad moderna que hace pesar sobre el individuo unos

condicionamientos políticos y económicos que desconocen, en nombre de una lógica

objetiva, las motivaciones humanas, y que consideran la destrucción de la naturaleza y

del hombre —quizás no sea ajeno al tema de la especulación inmobiliaria el desastre

urbanístico que hoy infesta la Riviera adolescente de Calvino— como medios legítimos

para alcanzar sus finalidades de poder.

Volviendo a nuestro vizconde, al escindido Medardo de Terralba, su historia, que no

pienso desvelar al lector, para no privarle del gozo del "suspense" —y recuerdo a este

respecto que le propuse a Calvino desplazar el "Prefacio" de "I Nostri Antenati" a

"Postfacio" en la traducción castellana del ciclo completo, con objeto de no "destripar" la

narración desde el comienzo—, se organiza sobre un esquema perfectamente

geométrico: el protagonista, mutilado y satisfecho con su mutilación, en la que cree ver

una superación de "la obtusa e ignorante integridad" de los seres enteros; el narrador,

un "yo" niño que puede ver todo lo que a su alrededor ocurre con límpidos ojos

infantiles; los dos coros de los leprosos y los hugonotes, irresponsables y decadentes los

enfermos, intransigentes moralistas los protestantes, que no se apoyan sobre una base

religiosa auténtica, sino sobre memorias de memorias; más dos personajes singulares,

cada uno en su estilo: el inicialmente stevensoniano doctor Trelawney, que a lo largo de

la novela se carga de psicología propia, y el maestro carpintero Pietrochiodo, capaz de

construir perfectos instrumentos de tortura y radicalmente incapaz de dar cuerpo a

máquinas benéficas, paradigma, en palabras de Calvino, del "científico o el técnico de

hoy que construye bombas atómicas o dispositivos cuyo destino social ignora, y a quien

el interés exclusivo de «hacer bien su oficio» no puede bastarle para quedar en paz con

su conciencia". Con estos ingredientes, Calvino ha acertado a construir una fábula en la

que campea por encima de todo la sátira, el humor, como si el autor se burlase en cierta

medida de lo que está escribiendo, y que bajo los ropajes de la imaginación libérrima

configura una de las tragedias fundamentales del hombre de nuestros días: la mutilación,

la escisión de la personalidad, en suma, la alienación.

Unas palabras finales sobre la traducción de Francesc Miravitlles. Imperativos editoriales

han impedido que Bruguera pudiera ofrecer al lector en esta edición de bolsillo mi

traducción de hace ya unos años. Aunque parezca superfluo repetir un trabajo tan

creador como puede ser el de una traducción, la que el lector tiene ahora en sus manos

es una buena muestra de cómo las lecturas de un texto son, no ya dobles o triples,

...

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