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Entre Santos


Enviado por   •  5 de Junio de 2014  •  2.553 Palabras (11 Páginas)  •  182 Visitas

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Entre Santos

Cuando yo era de capellán de san francisco de paula (contaba con un viejo sacerdote) me ocurrió una aventura extraordinaria.

Vivía junto a la iglesia, y una noche en que me recogi tarde, siguiendo mi vieja costumbre cuando tal hacía, fui a ver si las puertas del templo estaban bien cerradas. Lo estaban, en efecto, pero vi por las rendijas que había luz; acudi a buscar la ronda, pero no la halle; volvi atrás, y sin saber que hacer me quede en el atrio. Aunque la luz no era muy intensa, era demasiada para tratarse de ladrones, aparte de que note que estaba fija, y no en movimiento y desigual, como suele ser la de las personas que están robando. No pudiendo resistir la curiosidad, fui a casa a buscar las llaves de la sacristía (el sacristan había ido a pasarla noche a nitherohy), hice la señal de la cruz, abrí la puerta y entre.

El corredor estaba oscuro. Llevaba una linterna conmigo y caminaba despacio, evitando el ruido de las pisadas. La primera y la segunda mes que comunicaban con la iglesia estaban cerradas; pero se veía la misma luz, y aun mas intensa que del lado de la calle. Abri la tercera puerta, puse mi linterna en un poyo, cubierta con un lienzo para que no me viesen, y atisbe.

Luego me detuve, pues me di cuenta que venía sin armas y de que para mi defensa no tenia otra cosa que mis dos manos.

Aun pasaron algunos minutos. En la iglesia la luz era siempre la misma, una luz que no era amarilla, cual de los cirios, sino de tono lechoso. Y también oi voces, que mas me confundieron, pues no era atropelladas o precipitadas, sino graves y claras, y como en conversación. Nada comprendia de lo que decían, y en medio de esto me asalto una idea que me hizo retroceder. Como en aquel tiempo los cadáveres eran enterrados en las iglesias, imagine que la conversación podía ser de difuntos. Retorcedi algunos pasos, y solo un rato mas tarde pude reaccionar y volver a la puerta de la iglesia, diciéndome que tal idea era un disparate. La realidad me guardaba algo mas asombroso que un dialogo entre muertos. Encomendé a dios, santígüeme de nuevo y de eche a andar, escurriéndome junto a las paredes; entonces vi una cosa extraordinaria.

Dos de los tres santos del otro lado, san jose y san miguel (de la derecha entrando por la puerta de enfrente), habían bajado de sus peanas y estaban sentados en sus altares, y no con sus propias dimensiones, si no con las humanas; hablaban hacia el lado de enfrente, donde estaban san juan bautista y san francisco de sales. No puedo describir lo que sentí. Durante un tiempo no puedo calcular, quede inmóvil, sin darme cuenta de nada. Por cierto doy que anduve a dos pasos del abismo de la locura, y que si no caí en él fue porque dios se apiado de mí; y puedo también afirmar que perdi la conciencia de toda realidad que no fuese aqulla, tan nueva y única. Solo si se explica la temeridad con que pasado algun tiempo me interne mas en la iglesia, para mirar del lado opuesto, donde vi lo mismo: san francisco de sales y san juan, fuera de sus peanas y sentados en los altares, hablando con los otros santos.

Tal fue mi estupefacción que continuaron hablando, según creo, sin oir yo ni el rumor de sus voces. Poco a poco fui percibiéndolas, de donde deduzco que no habían interrumpido la conversación. Luego oi claras las palabras; pero desde luego no pude alcanzar su destino. Uno de los santos, que volvió la cabeza hacia el altar mayor, me hizo comprender que san francisco de paula, patrono de la iglesia, había procedido como ellos y tomaban parte de la conversación. Las voces no subían de tono, pero, no obstante, se oia siempre bien. Mas si todo esto era para asombrar, no lo era menos la luz, que no venia de parte alguna, pues lo cirios estaban todos apagados: era como un resplandor que ahí penetrase sin que se pudiera saber de dónde; y esta comparación es tanto mas exacta, cuando que si se hubiese podido saber de donde venia, habría dejado lugares obscuros.

En aquellos momentos obraba automáticamente. La vida que vivi durante todo ese tiempo no se parece a la otra mia anterior ni posterior. Baste considerar que ante tan extraño espectáculo permanecí completamente tranquilo: perdi la reflexión, y apenas si podía oir y contemplar.

Comprendí luego que inventariaban y comentaban las oraciones que aquel dia les habían sido dirigidas. Eran terribles psicólogos que se compenetraban con el alma y la vida de los fieles, las cuales desfibraban como los anatomistas a un cadáver. San juan bautista y san francisco de paula, ascetas austeros, se mostraban duros e intransigentes; pero san francisco de sales oia y contaba las cosas con la misma sabia indulgencia que había presidido la elaboración de su famosa obra: introducción a la vida devota.

Asi, según el temperamento de cada uno, iba narrando o comentando casos de fe pura y sincera, de simulación, de indiferencia o de versatilidad; los dos ascetas se enojaban cada vez mas, pero san francisco de sales recordabales el texto de la escritura: <muchos son los llamados y pocos escogidos>, quede llevar puro el corazón. San juan movia la cabeza.

-Digote, francisco de sales, que como santo me voy creando sentimientos especiales, y que comienzo a desconfiar de los hombres.

-Exageras, juan bautista, y no conviene. Hoy mismo, me ocurrio aquí una cosa me hizo sonreir, y que ati te habría indignado. Los hombres no son hoy peores que en otros siglos, y si se les quita lo que de malo tienen, mucho bueno quedara.

Oye mi caso, que a fe has de sonreir.

-¿yo?

-tu, juan bvautista, y también tu, francisco de paula, y vosotros todos, como yo, que ya pedi al señor y de el alcance lo que esa persona me pedia.

-¿Qué persona?

-una muy interesante que tu escribano, jose, o que tu filosofo miguel…

-puede ser, pero no llegara a la adultera que a mis pies vino a postrarse hoy –dijo jose-. Venia a pedirme que le limpiase el corazón de la lepra de la lujuria.

Acabada de reñir con su amante, y había pasado la noche en lagrimas. Comenzó rezando bien, cordialmente, pero poco a poco vi su pensamiento que la abandonaba para remontar a los primeros deleites. Paralelamente quedaban sin vida sus palabras; ya su oración era pesada, luego era fría, inconsciente; los labios rezaban, y su alma, que yo espiaba desde aquí, ya estaba con el otro. Al final se persigno, se levanto y se fue, sin pedir nada.

-mejor es mi caso.

-¿mejor? – pregunto jose con curiosidad.

-mejor,

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