Escolarización De Las Masas
DanielaDennysG23 de Mayo de 2014
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Escolarización de las masas: 1800-1850
James Bowen (1992) Historia de la educación occidental. Herder, Barcelona
La nueva filosofía radical: el utilitarismo británico
En un editorial del 16 de agosto de 1819-«The Times» de Londres hablaba de las reivindicaciones de «reforma radical» planteadas en St. Peter's Fields por Henry Hunt, el principal portavoz, y observaba que era un término «de muy mal olor», afirmación que ilustra la actitud burguesa con respecto a las clases trabajadoras. La agitación laboral fue un rasgo central de la lucha del siglo XIX por la reforma social, cuyos fundamentos quedaron establecidos en la formulación de nuevas teorías sociales por parte de pensadores de la clase media, en especial Jeremy Bentham y James Mill. Hasta este momento toda la teoría de la reforma social tenía un carácter marcadamente moral, especialmente con respecto a la educación, y descansaba sobre ciertos supuestos metafísicos, como quedó ejemplificado en el pensamiento de Rousseau y Fichte: la virtud y la moral eran sus ideales cardinales y la educación, en consecuencia, debía cultivarlas por medio de los clásicos. Bentham intentó desechar estas teorías por considerarlas pomposamente palabreras, falsas y, de hecho, sostenedoras de los privilegios burgueses. Sólo se podía mantener un criterio de valor y reforma sociales, manifestaba, y repetía las ideas de Francis Hutcheson de la universidad de Glasgow: el mayor bien para el mayor número. Estas proposiciones convirtieron a Bentham en el principal radical de su tiempo, y su utilitarismo proporcionó una base teórica a la reforma, en la que la educación mantuvo a partir de aquel momento una posición central.
Jeremy Bentham (1748-1832) nació en Londres, hijo de un abogado, se graduó en Oxford en 1763 y luego estudió leyes en el Lincoln's Inn, empezando a actuar como abogado en-1767. Su preparación profesional tuvo lugar en la década de las doctrinas rousseaunianas de la ley natural y el contrato social, que le interesaron profundamente. A lo largo de todo su gran conjunto de obras inacabadas, así como en su completada
Introducción a los principios de la moral y la legislación, de 1789, se dedicó a problemas de legislación y al bien público. No puede haber ni ley natural, ni derechos evidentes en sí mismos, manifestaba, de otro modo prevalecerían; la gran masa de trabajadores desvalidos y oprimidos indica que sólo una ley creada de manera consciente puede determinar los derechos legales. El privilegio social reforzaba su punto de vista; las clases altas tenían un control del parlamento y de los tribunales y podían imponer su voluntad, lo cual hacían con venganza, como ilustra el aumento en el número de delitos considerados capitales, que sumaban más de 200 en 1808. Una lectura del Newgate Calendar de aquel período revela casos de niños de ocho o nueve años ahorcados, y este tipo de opresión -una ley para los ricos, otra para los pobres- no era una institución únicamente británica; en Francia, Gustave de Beaumont informó a la cámara de diputados en 1845 sobre las investigaciones de su comisión sobre reforma de prisiones, que averiguó que «la población trabajadora llena casi exclusivamente nuestras galeras y cárceles» mientras que -el «hombre adinerado paga y queda en libertad bajo fianza».
Al considerar los conceptos de crimen y castigo, Bentham buscaba establecer una base más sana que el dominio y la coerción aristocráticos y burgueses. A. su modo de ver el castigo, cuando se consideraban capitales más de 200 delitos, difícilmente podría guardar relación con el delito. La misma palabra «crimen» procede del latín criminor, en el sentido de cargo, acusación o queja; está claro que esta definición del crimen había sobrevivido como instrumento de opresión, mientras que al mismo tiempo los castigos, como agentes de ésta, eran caprichosos e intuitivos por parte de los jueces. Bentham buscaba hacer que crimen y castigo fueran redefinidos en términos de efectos sociales. Rechazando la teoría rousseauniana del contrato, Bentham aceptaba la posición anterior de Hobbes según la cual la soberanía es absoluta, pero pertenece al conjunto de la sociedad; así, pues, el bien es lo que la sociedad considera deseable, y debe ser placentero, puesto que la naturaleza nos ha impuesto la polaridad placer-dolor. Todas las acciones, afirmaba siguiendo a David Hume, están encaminadas a llevar al máximo el placer y al mínimo el dolor; el bien público es, por tanto, la suma de aquellas acciones que más maximizan el placer y minimizan el dolor para todos, y el criterio debe constituir en la afirmación de la mayoría de la población: lo que a la mayoría de la gente le gusta hacer, debe ser el bien. Surgen, naturalmente, objeciones inmediatas: ¿Qué es el placer? ¿Apetencia sensorial? ¿Deleite estético? ¿Logro intelectual? Platón había enseñado una escala ascendente en la que la contemplación de la forma del Bien es el mayor bien; Aristóteles se había manifestado en favor del cultivo intelectual consciente de la virtud que llevaba al disfrute del bien, eudaimonia, que está muy por encima de la apetencia sensorial, hedone. La pretensión burguesa de que la poesía, la ópera y el salón son infinitamente superiores a las baladas obscenas y a la taberna fue rechazada por Bentham como una simple afirmación dogmática, cuya etiqueta culta en latín es ipse dixit; descartó, pues, la escala de valores burguesa como simple ipsedixitismo. No hay ningún medio de construir una escala de valores sobre la base de su mérito intrínseco; solamente podemos asignar un valor sobre la base de su contribución al bien social.
Siguiendo la tradición empírica británica, que estaba dando ya impresionantes resultados científicos en su movimiento hacia la cuantificación, Bentham intentó calcular unidades de contenido de placer de determinadas acciones y propuso el «cálculo hedónico», esfuerzo no tan caprichoso como podría parecer. De hecho, la ley hace continuamente esta labor al construir escalas de castigo en forma de períodos de reclusión y multas; las escalas salariales y los impuestos son tareas similares. Las complejas investigaciones de Bentham no son pertinentes aquí; sin embargo, concentraron la atención en las ideas tradicionales de moral y virtud, crimen y castigo y, por tanto, en la educación. Surge inevitablemente un problema moral: ¿Puede el público estar equivocado en sus creencias y perseguir en ocasiones el mal en lugar del bien? Bentham es algo ambiguo a este respecto, y éste es lógicamente el punto que su posición sufre más ataques. Desde luego el público puede disfrutar de la crueldad a escala masiva, como lo demuestran el coliseo romano y la corrida de toros española; ¿están, pues, de acuerdo los deportes sangrientos con el criterio que del «bien» tenía Bentham? Y, de ser así, ¿debemos aceptar una nueva concepción de bien? Su respuesta, seguida por la escuela utilitarista, es que el principio cardinal sigue siendo el mayor bien para el mayor número; debemos por tanto relegar nuestros propios placeres personales en la búsqueda del bien común. Esto hace extremadamente importante la educación en el sentido de que cada persona necesita una visión ampliada; al producirse esta ampliación se hacen más completas las percepciones del bien, y las prácticas tales como la crueldad organizada serán consideradas como contrarias al bien común.
Las ideas de Bentham sobre la educación fueron elaboradas por el escocés James Mill (1773-1836), que se convirtió en un fuerte oponente de los privilegios burgueses y de su alianza con la Iglesia establecida. Hijo de un zapatero de Forfar, al norte de Dundee, atrajo la atención de sir John Stuart, quien pagó sus estudios de teología en la universidad de Edimburgo, donde conoció a los clásicos y, en particular, la filosofía griega. En 1802, al desagradarle predicar, fue a Londres como periodista y se convirtió allí en asociado íntimo de Bentham en los años de 1808 a 1819; en 1817 publicó su monumental Historia de la India británica que le proporcionó un puesto en la Oficina de la India Oriental desde 1819 hasta su muerte en 1836. Fue en este período de contacto con Bentham cuando Mill escribió sus dos importantes (aunque breves) obras sobre la educación: un ataque a los privilegios educativos en 1812, titulado Escuelas para todos con preferencia a sólo escuelas para eclesiásticos, y su artículo «Educación» escrito en 1815 para la quinta edición de la Encyclopaedia Britannica (1816-23). Escuelas para todos era una polémica defensiva contra los ataques anglicanos a las escuelas filantrópicas para los pobres de Londres, que dirigía el disidente Joseph Lancaster, y no contenía ninguna teoría educativa; ésta aparecía en el artículo «Educación», que daba de manera muy sucinta la posición utilitarista.
Mill no tenía la menor intención de cambiar la sociedad por una estructura sin clases; esto puede verse en otro artículo, sobre el «Gobierno», perteneciente a una serie que escribió para la Encyclopaedia Britannica, en el que examinaba la estructura social y las teorías del poder político, observando que «la mayor parte de los objetos de deseo e incluso los medios de subsistencia son producto del trabajo», y que la mejor forma de gobierno sería la que promoviese estos fines, asegurando así la «felicidad del mayor número» de la manera más expedita posible. El cuerpo del artículo estaba dedicado al poder y a los controles sobre el abuso del mismo. Mill aceptaba la estructura triple de clases de la sociedad, que estaba justificada por la necesidad de una división del trabajo, y llamaba a estas clases la «aristocracia», «la categoría media» y «la clase de personas
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