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Filosofar es prepararse a morir

juanp85Informe8 de Marzo de 2020

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Juan Pablo Sánchez Martínez   -   11º C

Filosofar es prepararse para morir

La muerte debe ser esperada con una actitud de sosiego e imperturbabilidad, pues es un hecho casi que preconcebido, y totalmente inevitable. Dice entonces Michel de Montaigne, que es un acto absurdo el pensar con recelo sobre el fin de sí mismo, sobre tal hecho y sus antecedentes puesto que, desde el nacimiento, cada persona está en camino a su defunción, experimentando con gozo de la vida, sufriendo, y disfrutando de los placeres.

Claramente, el óbito de una persona es un paso antes y después de la vida, y a pesar de que es un acontecimiento luctuoso, es la pura calaña de la realidad y el orden del universo, puesto que debe ser esperado en cada momento, estándose preparado para desistir de todo.

La lectura, podría ser erróneamente interpretada con facilidad, como un superficial argumento subjetivo a favor de la autoinmolación de una persona, sino una confrontación sobre un tabú que se ha conservado por mucho tiempo en la cultura, sobre el miedo cuestionado a morir y lo que puede conllevar dicho acontecimiento.

“Filosofar no es más que aprestarse a la muerte”, sostiene Montaigne desarrollando su propia consideración sobre este asunto, con la tesis de que solo aquellos que reconocen la certeza de su muerte y constantemente se acercan a ella pueden ser libres en un sentido profundo y lograr una existencia tranquila y sabia.

Para la mayoría de personas la muerte constituye un motivo de tormento; la presencia de esa nada les impide regocijarse y no hallan otra alternativa diferente que echarla fuera de sus mentes. Según Montaigne, el problema de esta evasión es que se parece demasiado a la locura, es sustraerse de lo real pues nada hay más cercano y cierto que la misma muerte, y solo es necesario abrir los ojos para comprobarlo; por igual mueren todos, sin distingos de edad o sexo.

Como ejemplo de este aleccionamiento, se daba el caso de que civilizaciones como los egipcios tendían a la costumbre exhibir esqueletos o símbolos representativos a la muerte en sus festines y celebraciones, para dar conciencia y rememorar, en medio del gozo; que se espera el fin de cada persona que había en presencia, independientemente del tiempo que ese suceso tarde o de las circunstancias que conlleven a ello.

Contemporáneamente, la muerte sufre un proceso de banalización; al parecer, fenómenos sociales y culturales como la guerra, la violencia y la destrucción, han convertido la experiencia de la muerte en algo que no reviste mucha importancia. Se habla sin afectación de los índices de homicidios o víctimas fatales, y las mismas personas se encuentran tan inmersos en sus vidas cotidianas y materiales, que la pregunta sobre su muerte permanece en segundo plano. Según esto, dice Montaigne: “Preciso es retirar la máscara lo mismo de las cosas que de las personas, y una vez quitada no hallaremos bajo ella a la hora de la muerte nada que pueda horrorizarnos.”

Lo cierto, sin embargo, es que, a pesar de esa ignorancia en la que la cultura contemporánea ha sumido a la muerte, ésta continúa más presente que nunca antes y, en consecuencia, una de los objetivos centrales de la filosofía, hoy por hoy, es replantear el papel de la muerte en la constitución del sentido individual y general de la existencia. Con más razón habría de interpelarse las palabras de Montaigne para poder salir del áspero martirio en el que se vive.

A raíz del expuesto pensamiento, propongo la cuestión, ¿por qué no evitar la desesperación, el duelo y la ira que produce el hecho de morir, previéndola a mejor hora?

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