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Fragmento De La Novela 1984, De George Orwell

marlangastangas3 de Septiembre de 2014

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“Era un día gélido de abril; las manecillas de los relojes marcaban las trece horas. Winston Smith, con la barbilla clavada en el pecho en su intento por eludir el molestísimo viento, se cruzó velozmente por entre las puertas de cristal de las Casas de la Victoria, aunque no con la suficiente velocidad para impedir que una ráfaga polvorienta se filtrara con él.

“En la antesala se percibía un olor a verduras cocidas y a esteras viejas. Al fondo, un cartel multicolor, muy grande para encontrarse en un interior, estaba fijado a la pared. Representaba sólo un imponente rostro de más de un metro de ancho: el semblante de un sujeto de unos cuarenta y cinco años con un descomunal bigote negro y rasgos hermosos y rígidos. Winston caminó rumbo a las escaleras, era en vano subir en el ascensor. Se descomponía constantemente y en esta época la corriente era suspendida durante varias horas del día. Esta disposición era parte de las restricciones con que se preparaba la Semana del Odio. Winston tenía que llegar al séptimo piso con sus treinta y nueve años y una úlcera varicosa por encima del tobillo derecho. Ascendió lentamente, descansando en varias ocasiones. En cada descansillo, frente a la puerta del ascensor, el enorme rostro plasmado en el cartelón observaba desde el muro. Era uno de esos retratos elaborados de tal manera que los ojos le persiguen a uno a dondequiera que esté. EL GRAN HERMANO TE VIGILA, decían unas palabras colocadas al pie.

“En el piso siete una voz plena leía una lista de números relacionada con la producción de lingotes de hierro. La voz emergía de una placa alargada de hierro, una especie de espejo empañado, que formaba parte de la superficie del muro ubicado a la derecha. Winston activó su regulador y el volumen de la voz disminuyó, aunque las palabras seguían escuchándose claramente. El volumen de aquel instrumento (llamado tele pantalla) podía ser amortigua- do, pero no cerrado totalmente. Winston se dirigió a la ventana: vio una figura pequeña y endeble cuya delgadez resultaba realzada por el «mono» azul, uniforme del Partido. Tenía la cabellera muy blonda, un rostro sanguíneo y la piel suavizada por un jabón de mala calidad, las romas hojas de afeitar y el frío de un invierno que hacía unos días había terminado.

“En el exterior, se podía constatar a través de los cristales de los ventanales cerrados, que el mundo tenía una apariencia fría. Calle abajo se formaban pequeños torbellinos de viento y polvo; diminutos trozos de papel ascendían en espiral y, pese a que el sol relumbraba y el cielo tenía un color azul muy intenso, todo parecía gris, a no ser por los carteles pegados por todas partes. El rostro de los bigotes negros observaba desde todas las esquinas que dominaban la circulación. La casa de enfrente lucía uno de esos cartelones. EL GRAN HERMANO TE VIGILA, se leía en letras grandes, en tanto los hoscos ojos contemplaban fijamente a los de Winston. En la calle, en línea vertical con aquél, había otro cartel roto por un pico, que zarandeaba violentamente el viento, descubriendo y cubriendo alternadamente una sola palabra: INGSOC. En la lejanía, un helicóptero se desplazaba por los tejados, detenía su movimiento unos segundos suspendido en el aire, y después se lanzaba de nuevo en un vuelo curvo. Era de la patrulla de policía responsable de vigilar a la gente a través de los balcones y ventanas. Empero, las patrullas casi no interesaban. Lo que importaba realmente era la Policía del Pensamiento. A espaldas de Winston, la voz brotaba de la tele pantalla, continuaba murmurando datos acerca del hierro y el cumplimiento del noveno Plan Trienal.

La tele pantalla recibía y transmitía simultáneamente. Cualquier sonido superior a un susurro que hiciera Winston, era registrado por el aparato. Además, en tanto estuviera en el radio de visión de la placa de metal, podía ser visto y escuchado a la vez. Efectivamente,

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