Frigerio Los Sentidos Del Verbo Educar
mjm.rosell7 de Diciembre de 2013
3.283 Palabras (14 Páginas)3.443 Visitas
Frigerio
Los sentidos del verbo educar
¿EDUCACIÓN?
La autoinstitución de la sociedad es la creación de un mundo humano, un mundo de cosas, de lenguaje, de normas, de valores, de modos de vida y de muerte, de objetos por los que vivimos y morimos... y, desde luego, la creación del individuo humano en quien está masivamente incorporada la institución de la sociedad (Castoriadis,1988, p. 99).
Quizás pueda afirmarse que la cuestión de la transmisión se planteó para el hombre desde el origen de los tiempos. Deberemos aceptar que la preocupación tomó formas distintas y adquirió connotaciones y modalidades diversas antes que la palabra educación pudiera enunciarse; que sus prácticas no siempre tuvieron formatos organizacionales, y que cuando las sociedades construyeron arquitecturas simbólicas y materiales, las mismas sufrieron los acentos de las épocas, los matices de las culturas, los efectos de las buenas y loables (y a veces inconfesables) intenciones, los efectos de mandatos sociales no siempre coincidentes y las consecuencias de los signos políticos que en distintas geografías fueron haciendo la historia de los pueblos.
Es posible afirmar que racionalidades fechables, lógicas diversas de los actores sociales, conflictos de intereses entre sectores, razones y sin razones siempre estuvieron creando tensiones y transformando las atribuciones de sentidos del trabajo de educar y de las instituciones que lo cobijan.
En nuestro tiempo, la palabra educación evoca desafíos y también nombra lo pendiente. Los sistemas educativos creados por la modernidad asisten a las críticas que lógicamente siempre plantean los cambios epocales y los sueños aún no realizados, es decir los de aquellos que no han podido, por circunstancias históricas, políticas, regionales, familiares o singulares, acceder a los espacios donde se distribuye (o se debería distribuir) el capital cultural al que no se tiene acceso cuando el encuentro con la institución educativa, (entendida en su sentido más amplio, no como sinónimo de lo escolar), se ha visto impedido o interrumpido.
Sostener hoy la importancia de educar, la responsabilidad de educar, conlleva para nosotros hacer el esfuerzo de resignificar, retomar viejos sentidos, cuestionarlos, interrogarlos y conservarlos cuando mantienen vigencia y pertinencia; pero también incluye la responsabilidad de incorporar asignaciones y mandatos nuevos sin complacencias (eventualmente no respondiendo a ciertas demandas de la actualidad y quizás sosteniendo ofertas aun cuando, para ellas, no sea este el tiempo de la demanda).
¿EDUCACIÓN? LO PROPIO DE LOS SUJETOS Y LAS SOCIEDADES
Escribíamos hace ya un tiempo:
Decir educación es hacer mención al destino de los sujetos y el futuro de la sociedad. Queda claro que esto excede en mucho a cualquier concepción que plantee lo educativo reduciéndolo a cuestiones de estructuras (formales o informales) o en términos de contenidos contemplados en las prescripciones curriculares. Esto no significa que estructuras y contenidos no tengan su importancia, lo que queremos destacar es que las instituciones educativas pueden metaforizarse como una cinta de Moebius. Se trata de un lazo particular que al volverse sobre sí, permite que lo que es externo se vuelva interno y lo que es interno se vuelve en exterioridad. La imagen expresa la complejidad de una institución que trabaja en la internalización de lo social, marcando la subjetividad, (o cómo el alma del sujeto está marcada por un universo objetivable) pero que a su vez también está concernida por la manera en que la subjetividad deja sus huellas en el andamiaje social. Queda así aludida la sublimación como actividad privilegiada del escenario educativo” (Frigerio, G. 1999).
¿EDUCAR? UNA FILOSOFÍA DEL TIEMPO
Las características de esta época en la que la velocidad parece diluir toda temporalidad, momentos en los que los hombres entienden que “están sin tiempo” o que “no hay más tiempo”, dan cuenta de la denuncia sobre la falta o inexistencia de tiempo como sinónimo de una justicia pendiente.
Desde nuestra perspectiva, en circunstancias en las que sociedades enteras tienen el tiempo confiscado por las actividades de la supervivencia, en que los jóvenes perciben que el porvenir no les reserva un espacio deseable, y muchos de los por llegar ya tienen una plaza asignada, educar es una manera de recuperar la idea de un mañana, abrir una ocasión, una oportunidad, kairós, dar el tiempo.
Mañana (en el decir kantiano de las reflexiones sobre la educación) debe entenderse como posible y mejor. Mañana que queremos hacer posible y mejor para todos, incluyendo así una gramática de lo plural que recupere para el mundo su posibilidad de hacer mundo (como lo sugiere el filósofo Jean Luc-Nancy). Un mañana posible y mejor para todos introduce la cuestión de hacer presente lo ausente.
Afirmamos, (Frigerio, 2002) y seguiremos haciéndolo, que educar es una manera de entender los tiempos, una filosofía del tiempo. Cuestión del tiempo futuro como tiempo por venir, entendido como la posibilidad que el sujeto y las sociedades tienen de hacer venir, como resultado de su obra, un tiempo distinto.
También podría decirse: educar es un modo de dar trámite a tradiciones y circunstancias, una elaboración de continuidades y rupturas, un trabajo en el entre dos que señala permanentemente los bordes entre pasado y futuro, entre institución y subjetividad, entre historia y poesía (en lo que ésta contiene de otra posibilidad), entre ética y estética, entre lo singular y lo universal. Educar se vuelve así algo más que una pedagogía para devenir un compromiso, una manera de ejercer el oficio del vivir, en el cual el sentido del otro, la resonancia de la alteridad y la presencia de otredad se vuelven referentes.
¿EDUCAR? UNA ACCIÓN POLÍTICA Y UNA ACCIÓN JURÍDICA
Educar está íntimamente asociado al verbo re-conocer, tanto como a las actividades del conocer. Cualquier neutralidad se vuelve entonces imposibilidad o hipocresía.
Pero intentemos expresarlo de otro modo (todos los modos son distintas maneras de nombrar un sentido, búsqueda de precisiones para capturar en las palabras los significados que le adjudicamos a la educación), la sabiduría de la poesía de R. Juarroz lo dice claramente:
Tal vez sea por esto
que pensar en un hombre
se parece a salvarlo.
El imperativo categórico de inscripción, sin el cual lo social no tiene lugar, deviene imperativo de distribución y de reconocimiento. Educar es el nombre de los mil modos por los cuales una sociedad encuentra maneras de conjugar la responsabilidad del re/conocer.
Insistiremos en considerar a la educación como la acción política de distribuir la herencia (capital cultural, tesoro común o los mil nombres que recibe el quehacer de los hombres a lo largo de su historia), designando al colectivo como heredero (designación que se propone impedir que nadie quede marginado de la socialización y de la distribución), habilitando a cada heredero a decidir sobre su posicionamiento frente a lo heredado (manera de significar que nadie está obligado a recibir la herencia sin recibir al mismo tiempo la libertad para decidir sobre la misma, aceptarla, rechazarla, continuarla, modificarla). La educación es, entonces, mandato de emancipación que acompaña al gesto de distribución cuyo signo será el del don; es decir, un dar que no conlleva deuda para el destinatario (dado que todo receptor fue considerado desde el vamos un heredero legítimo).
Elegimos la noción de don porque, en sí, viene a dar cuenta del derecho a recibir y de la responsabilidad del reparto. Incluye (así lo entendemos) un reconocimiento sobre el cual las políticas del conocimiento adquirirán su sentido.
Un sentido que teme a la tecnocracia, escapa a la burocracia, no se deja capturar por el pragmatismo, detesta la demagogia y afirma que todo hombre es capaz (o como diría el pedagogo Jacotot, que todas las inteligencias son iguales).
¿Responsabilidad? Facultad de iniciar y disposición para responder.
Antes de continuar queremos señalar que entendemos a la responsabilidad, siguiendo la propuesta de Jean-Louis Genard, en dos vertientes interpretativas: facultad de iniciar (de comenzar, de inaugurar) y disposición para responder (dar cuenta). Ambas cuestiones se ponen en juego en cada acto educativo.
En primer lugar, algunas consideraciones acerca de la facultad de iniciar.
Si hay educación es porque somos sujetos inacabados y porque no somos sin otros, tal como la filosofía lo destaca al modo de Jacques Derrida: Un nombre propio nunca es puramente individual o como lo expresa Jean Luc Nancy: el sentido no existe si no es compartido; es decir, destacando el carácter estructurante de la alteridad para la especie hablante.
Alteridad, otredad, que remite a la relación con el otro, a ese lazo que nos instituye, siempre necesariamente, con otros. La poesía lo confirma y los versos de Hugo Mújica no nos dejan olvidar:
Lo propio se nos da como lo que
[viene del otro.
El otro revela lo propio y revela eso:
que no llegamos a nosotros mismos
cuando nos encaminamos hacia
[nosotros:
el camino hacia la propia identidad
es el de la alteridad acogida.
Educar conlleva un elogio de lo inacabado, reconoce en él su carácter motor, lo que instituye que no somos sin otro, y lo que hace que a lo largo de la vida se ponga en juego lo que podríamos llamar el esfuerzo y anhelo de ser hombres como lo expresa la voz de María Zambrano.
Toda cultura deja ver la necesidad de imágenes que sostengan
...