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“Fundamentos bíblicos, teológicos y antropológicos de la conciencia moral”

TonnyjesusTesis25 de Abril de 2019

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Introducción

Este primer capítulo lo hemos titulado: “Fundamentos bíblicos, teológicos y  antropológicos de la conciencia  moral”. Aquí trataremos de ofrecer un análisis en torno a la conciencia moral, partiendo del dato revelado acerca de esa dimensión del hombre, y la reflexión que ha venido haciendo la teología moral, ayudado por autores modernos que se han dedicado seriamente a profundizar sobre el tema que nos ocupa. En el que presentamos un análisis desde la noción de conciencia, desde su más amplia significación etimológica, historia, y como ha sido entendida, y se  entiende desde la filosofía, desde la sicología. Resaltando la presencia del sentido moral en todas las culturas, con la salvedad de que, aunque no aparezca con el mismo nombre, pero sí, su más notable valor moral.

Continuando abordando la conciencia dese el sentido moral y religioso, por encima de otras concepciones, seguidamente, hacemos un esbozo sobre los tipos de conciencia: la conciencia verdadera, la errónea, que se opone a la anterior, la conciencia cierta, la conciencia cierta y la conciencia recta. Seguido de un recorrido que presentamos del la significación de la conciencia desde un recorrido por el AT. Luego hacemos un análisis del término desde el NT, viendo detenidamente la importancia y trascendencia de la conciencia en el  Apóstol Pablo, cerrando dicho apartado con las consideraciones sobre la conciencia en los Santos Padres y en el Medioevo.

LA DIGNIDAD DE LA CONCIENCIA MORAL A LA LUZ DE LA CONSTITUCIÓN PASTORAL GAUDIUM ET SPES

Capítulo I

FUNDAMENTOS BÍBLICOS, TEOLÓGICOS Y  ANTROPOLÓGICOS DE LA CONCIENCIA  MORAL

1.1 Noción de conciencia

En cuanto al origen del vocablo conciencia, según el testimonio de Antonio Lanza junto a Pietro Plazazzini, afirman que dicho vocablo fue utilizado por primera vez por  un comediógrafo griego denominado Menandro (Comediante ateniense del siglo IV a. C), el cual consideraba la conciencia como un dios que reside en cada mortal, con la célebre frase: “para todo mortal la conciencia es un dios”[1].

Continuando con la historicidad del vocablo conciencia, Marciano Vidal aborda el tema partiendo del sentido epistemológico y su progreso evolutivo en la filosofía, como también el sentido religioso del mismo, argumenta que el problema de la conciencia ha sido objeto a lo largo de la historia de un interés teórico-especulativo, sin perder por ello su aspecto más vital y próximo, como fenómeno perteneciente al ámbito de la moral. El tema de la conciencia tiene que ver con la especulación filosófica y teológica, con la sensibilidad moral que se pone de manifiesto en cada época[2].

Vidal entiende que la reflexión sobre el fenómeno de la conciencia es antiquísimo,   remontando su origen a la reflexión iniciada por la cultura griega al afirmar que:

            El fenómeno de la conciencia moral, aunque hoy esté adquiriendo un puesto de relevancia dentro de la teología moral, estaba ya desde que el hombre comenzó a reflexionar sobre su propio comportamiento. Desde que la tragedia y el teatro griegos comenzaron a dar un nombre a determinados fenómenos del sentir humano hasta la noción de conciencia moral que expresan nuestros manuales, son aproximadamente veintiséis siglos de la historia humana, en lo que se le han dado múltiples explicaciones a mencionado fenómeno[3].

Desde el origen de la noción de conciencia, la cultura griega, principalmente la filosofía moral, fue la primera que reflexiono de manera sistemática el tema del comportamiento humano. La filosofía griega le dio el nombre de syneidesis; pero antes de darle un nombre existía de ante mano la noción de la misma. En su etimología, el vocablo conciencia es un compuesto formado por una partícula que expresa la idea de encomienda, acompañamiento (syn) y un verbo de conocimiento (oida). Esta idea de conciencia en el mundo griego está sometida a un proceso hacia la autoreflexión o el desdoblamiento del yo. Pero es principalmente en las doctrinas filosóficas de los estoicos y epicúreos, donde la conciencia adquiere la dimensión moral como confrontación crítica frente al propio comportamiento. Es en la filosofía griega, y sobre todo en la corriente estoica, donde mencionado concepto adquiere unos  perfiles claros de testigo y juicio valorativo que el propio sujeto ejerce sobre sus acciones[4].

El vocablo conciencia no se encuentra universalmente explícito en todas las culturas. En las culturas antiguas, como en la egipcia o semítica, se encuentran expresiones que pueden ser remitidas a dicho término; a pesar de eso, no faltan en ellas normas, jerarquías de valores y una clara distinción entre bien y mal. Por tanto, no existe un pueblo que no se rija por un estatuto ético, en virtud del cual se formulan valoraciones de aprobación o reprobación y sanciones de premio o castigo. El tema en occidente parte de las fuentes bíblica y filosófica. La acepción griega sineidesis, entre otras orientaciones, tiene cabida un sentido moral. El gusto por una acción noble va acompañado por un sentimiento de fascinación estética. Por eso, bueno y bello se hallan relacionados entre sí. Lo malvado es moralmente condenable por la razón, como también por la sensibilidad estética; lo malo y repugnante ofende el sentido moral y el gusto por la belleza[5].  

Realizando un análisis sobre lo que comúnmente se entiende por conciencia, partiendo de la experiencia cotidiana, nos damos cuenta que en la conciencia el hombre experimenta de manera inmediata, en la profundidad de su ánimo la cualidad moral de una decisión o acción personal concreta, la experimenta como un deber que le impone la vivencia de un sentido capaz de dar plenitud a su ser personal. La conciencia, más que normas formuladas, experimentamos la exigencia del valor, del mundo, de la plenitud como incitación al bien, o la presencia de lo negativo como el mal que nos amenaza y que hay que evitar[6].  

En el  lenguaje popular la palabra conciencia está asociada al bien obrar, porque cundo de una persona se dice que actúa con conciencia, o en conciencia, es porque lo que ha hecho es digno de alabar, y por tanto bueno. En cambio, cuando se afirma que una persona actúa sin conciencia o es un inconsciente, es porque no ha obrado bien, y su comportamiento es reprobable ante la sociedad.

En virtud de  la capacidad de juzgar, la conciencia adquiere un carácter religioso, ya que el reconocimiento y arrepentimiento de las faltas se hace en orden a la salvación. La interioridad subjetiva de la conciencia expresa lo divino-trascendental de la misma. Es Filón quien da un paso hacia adelante en este campo, al sustituir la objetividad de la naturaleza misma por la subjetividad de la conciencia como origen de donde derivan los principios de la naturaleza moral. Su concepción mística le llevó hasta ver en la conciencia la presencia de lo divino en el alma. Esta vertiente mística de la tradición estoica-filoniana continua  con Séneca llegando a considerar la conciencia como sede de la divinidad[7].

De acuerdo a la Real Academia de la Lengua Española, la terminología conciencia deriva del latín conscientia, entendida como una propiedad del espíritu humano de reconocerse en sus propiedades esenciales y en todas las modificaciones que en sí mismo experimenta. También es concebida como el conocimiento interior a cerca del bien y del mal, y el conocimiento reflexivo de las cosas. O como la actividad mental a la que solo tiene acceso el propio sujeto. Ya en el campo de la psicología se comprende como el acto psíquico por medio del cual un sujeto se conoce a sí mismo en el mundo[8].

La conciencia es sinónimo de: “conocimiento, humanidad, integridad, moralidad, noción, piedad, sensibilidad[9]”. Entendida la conciencia en el sentido de conocimiento, podemos hablar de esa capacidad en el alma que inclina al hombre al bien, en cuanto que es capaz de identificar el mal que le daña y decidirse por el bien que le humaniza. Puesto que el seguir o guiarse por dicha capacidad humaniza al hombre, logando la integridad personal, facultad que conduce a la realización de su ser como persona.

Una definición más generalizada de la conciencia que evoca a una concepción profundamente personalistas, nos la presenta José Roma, en la que considera la conciencia desde una índole humanizadora e interior, que por su fuerza de juico, si el hombre escucha su conciencia, puede vivir en armonía interior consigo mismo, logrando de esta manera la paz y libertad interior. Y de ahí se desprende el estado de ánimo o la actitud con que el hombre puede responder a la demanda de su entorno, por eso afirma el autor que:

         «La palabra conciencia evoca en nuestros espíritus la idea múltiple de un testigo permanente en nuestra vida psíquica; de un juez del bien y del mal moral, cuyo sugerimiento o cuyo refuerzo se ofrece a nosotros; de un responsable ante este juez de todo lo que emana de nuestro querer; eventualmente, de un vengador, en este responsable, de las violaciones del orden sancionado por este juez. Y estas diversas funciones (...) las evoca la palabra conciencia como otros tantos comportamientos o estados, como otros tantos atributos de un mismo yo, que, gracias a su poder de reflexión, puede asistir a lo que sucede en él, hacerse la ley, comparecer ante su propio tribunal, sufrir, en fin, del desacuerdo o gozarse de la armonía que contrasta entre lo que cree deber hacerse y lo que hace»[10].

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