Guillermo D Eocklam
estuardomb18 de Noviembre de 2014
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GUILLERMO DE OCKHAM
INTRODUCCIÓN:
Ockham, considerado como «la última gran figura de la escolástica y, al mismo tiempo, la primera de la modernidad», resulta representativo para comprender, no sólo el pensamiento filosófico de la época, en el que el Nominalismo hallará su máximo esplendor y la razón se desliga completamente de la fe, o del pensamiento científico, pues la apertura intelectual que Ockham propicia transporta elementos sobre los que se construirá la posterior ciencia moderna, sino también del político-religioso, al preconizar la neta separación entre el poder civil y el poder eclesiástico.
Por ello, el franciscano Guillermo de Ockham es la figura filosófica que interpreta a la perfección las múltiples actitudes con que se clausura la Edad Media y se abre el siglo XIV, destacando por sus aportaciones lógicas, su postura nominalista ante el problema de los universales, su concepción empirista del conocimiento de la naturaleza, por la defensa de la autonomía entre el poder temporal y el espiritual, así como por la separación entre filosofía y teología.
LA SEPARACIÓN DE RAZÓN Y FE:
Aunque Duns Escoto ya había delimitado las diferentes competencias de filosofía y teología, iniciando la separación entre fe y razón, sin embargo, será con Guillermo de Ockham cuando se produzca el ocaso de la escolástica, entendida ésta como la argumentación racional de la doctrina de fe, pues su criticismo con respecto a las relaciones entre fe y razón, religión y filosofía, supondrá la independencia radical entre ambas, reflejando así el epílogo de la era medieval y el inicio de lo que será la “vía moderna”.
Frente a los intentos de la escolástica de conciliar fe y razón, Ockham pretende recuperar el valor de la independencia de la fe. Ello le lleva a sostener que entre razón y fe no puede haber ningún tipo de acuerdo, pues fe y razón tienen distintos contenidos y distintas fuentes de información. De este modo, al contrario que para Tomás de Aquino, la filosofía es un saber racional que no está subordinado a la teología ni tampoco tiene que colaborar con ella, pues mientras que la razón debe basarse en lo que puede ser experimentado o intuido por el ser humano, la fe es una creencia, una confianza absoluta en el poder de Dios.
Para Ockham el ámbito de las verdades reveladas es radicalmente ajeno al reino del conocimiento racional. Así, la filosofía no es una servidora de la teología y ésta no es una ciencia, sino más bien un conjunto de proposiciones que se mantienen unidas gracias a la fuerza cohesiva de la fe, pero sin una coherencia racional, ya que las verdades de la fe no son evidentes por sí mismas ni son demostrables, como lo son las verdades propias de la razón.
De esta forma, en tanto que las verdades religiosas no pueden comprenderse porque están por encima de todo procedimiento racional, entonces tales verdades no se demuestran, sino que han de creerse.
Esta actitud, que renacerá con fuerza en la reforma protestante de Lutero, se denomina fideísmo, pues en ella se afirma que las verdades o dogmas religiosos únicamente se pueden fundamentar en la fe, en la revelación, y tratar de justificarlos racionalmente los destruye.
Así, para Guillermo de Ockham, la razón no puede ofrecer ningún apoyo a la fe, al modo tomista, ya que no logra otorgar a los datos revelados más información ni transparencia de la que le da la fe. Por ello, la razón humana posee un ámbito y una tarea diferente del ámbito y la tarea que posee la fe, y de ahí su tajante y neta separación.
TEORÍA DEL CONOCIMIENTO Y NOMINALISMO:
PRIMACÍA DE LO INDIVIDUAL:
Precisamente, uno de los principales dogmas que establece la fe es que Dios es uno, omnipotente y que crea el mundo libremente a partir de la nada. Así Ockham pretende ser radicalmente fiel a este dogma de fe, del cual se desprenden una serie de consecuencias.
En primer lugar, para Ockham, de ello se deriva que no existen ideas ejemplares en la mente divina, pues, si fuera así, Dios estaría limitado por ellas en la creación. En tanto que no existen estos universales o ideas previas, Ockham afirma que tampoco Dios tiene la necesidad de reflejarlos en el mundo, por lo que Dios crea directamente lo individual. Por ello, si no hay esencias universales en las cosas, no se puede hablar de una esencia o naturaleza humana, sino de individuos concretos y particulares. Y en tanto que tampoco hay una naturaleza esencial sobre la que fundamentar las normas morales, al igual que no existe la idea universal de Bien, entonces lo bueno será aquello que Dios quiere que hagamos, es decir, depende la absoluta voluntad de Dios.
Todo este razonamiento muestra, por un lado, la absoluta voluntad y omnipotencia divina a la hora de crear el mundo y de regirlo con normas morales (Voluntarismo), mientras que, por otro lado, supone que todas las realidades existentes son individuales.
Así es cómo Ockham establece una primacía del individuo, que supone que la ciencia tiene como objeto lo particular, pues concibe un universo fragmentado en individuos.
Pero, dado que no hay universales en la realidad física ni tampoco en la mente de Dios, cabe preguntarse cómo surgen los conceptos universales. Ante tal pregunta, Ockham desarrollará su teoría del conocimiento, la cual, a su vez, se posiciona en uno de los problemas fundamentales medievales: la cuestión de los universales.
CONOCIMIENTO INTUITIVO Y ABSTRACTO:
La primacía del individuo que establece Ockham conduce, a su vez, a una primacía de la experiencia, del conocimiento intuitivo sobre el abstracto.
Ockham comienza diciendo que sólo podemos conocer cosas singulares, individuos, y que tales individuos se conocen a través de la intuición empírica, de una experiencia que, como tal, será siempre singular. Así, el conocimiento intuitivo es un conocimiento directo, inmediato.
Tras este conocimiento surge el conocimiento abstracto, que acompaña al anterior y que, a diferencia de él, no se ocupa del objeto en cuestión ni de su existencia, sino que lo presupone.
Así, ambos conocimientos se distinguen entre sí ya que cada uno posee su propio ser: mientras el primero se refiere a juicios de existencia, el segundo no; el primero está ligado a la existencia o inexistencia de una cosa, y el segundo prescinde de ello; el primero es causado por el objeto presente, mientras que el segundo lo que hace es presuponerlo.
PROBLEMA DE LOS UNIVERSALES: NOMINALISMO:
Para Ockham si toda la realidad, que es individual, provoca un conocimiento singular, entonces, la reiteración de muchos actos de conocimiento con respecto a cosas semejantes, genera en el intelecto determinados conceptos que no significan una cosa singular, sino una multiplicidad de cosas semejantes. Estos conceptos que surgen, que no son sino signos que sirven para abreviar cosas semejantes, son llamados universales.
Así, los universales, para Ockham, no existen en la realidad, sino que son nombres o signos que el intelecto crea ante la presencia de realidades similares. A esta doctrina que considera que el universal no es real, sino que es un signo que engloba realidades singulares, se le conoce como Nominalismo.
Así, la universalidad no es más que una propiedad que poseen los términos para referirse a realidades que son similares, pues, para Ockham, como ya hemos visto, en la realidad lo único que existe es lo individual.
Aunque el Nominalismo fue defendido durante la Edad Media por pensadores previos a Ockham, como Roscelino de Compaigne, sin embargo, será con Ockham cuando la tesis nominalista con respecto al problema de los universales encuentre su máxima expresión, hasta el punto de haber definido a Ockham como “Princeps Nominalium” (el príncipe del nominalismo).
LA NAVAJA DE OCKHAM:
En esta filosofía de lo individual se entiende que Ockham critique radicalmente la metafísica y filosofía escolástica precedente, pues ésta había creado multitud de entidades y de figuras conceptuales que habían complicado extremadamente el lenguaje filosófico.
Por ello propone utilizar un principio metodológico, el de: «no hay que multiplicar los entes sin necesidad», conocido como la «navaja de Ockham», pues pretende economizar y eliminar, tal y como una afilada navaja, muchas fórmulas innecesarias y complicadas del lenguaje filosófico.
De este modo, la navaja de Ockham inaugura un tipo de economía de la razón, que tiende a excluir del mundo y del conocimiento científico y racional aquellos entes y conceptos superfluos y metafísicos. Y es que esta crítica a la metafísica y la filosofía precedente parte del supuesto de que no hay que admitir nada fuera del conocimiento empírico, que es el individual.
Uno de los conceptos que pretende eliminar bajo el filo de esta navaja o principio de economía es el de sustancia, pues tanto la sustancia, como el ser, la esencia y existencia, tan importantes en el pensamiento metafísico medieval, son, para Ockham, conceptos innecesarios para explicar las realidades existentes. Y es que lo que existe son realidades singulares, conocidas por intuición y
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