Historia De La Filosofia
joelbtmi13 de Febrero de 2015
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HISTORIA DE LA FILOSOFÍA - TOMO I - PRIMER PERÍODO DE LA FILOSOFÍA GRIEGA
§ 46 - LOS SOFISTAS
En su origen, el nombre de sofista no llevaba consigo la idea desfavorable que hoy le atribuimos, puesto que solía darse esta denominación a los que hacían profesión de enseñar la sabiduría o la elocuencia. Sólo a contar desde la época de Sócrates y Platón, el sofista se convirtió en un hombre que hace gala y profesión de engañar a los demás por medio de argucias y sofismas; que considera y practica la elocuencia como un medio de lucro; que hace alarde de defender todas las causas, y que procede en sus discursos y en sus actos como si la verdad y el error, el bien y el mal, la virtud y el vicio fueran cosas, o inasequibles, o convencionales, o indiferentes. Tales fueron los que en la época socrática se presentaron en Atenas, después de recorrer pueblos y ciudades, haciendo alarde de su profesión y de su habilidad sofística.
Por un concurso de circunstancias especiales, Atenas vino a ser el punto de reunión y como la patria adoptiva de los sofistas. La forma solemne, pública y ruidosa en que éstos exponían sus teorías, el brillo de su elocuencia, los aplausos que por todas partes les seguían, las máximas morales, o, mejor dicho, inmorales que profesaban, todo se hallaba en perfecta armonía y relación con el estado social, religioso y moral de la ciudad de Minerva. La lucha heroica que había sostenido en defensa de la libertad de los griegos, los nombres de Milcíades y Temístocles, las jornadas de Maratón y de Platea, el triunfo de Salamina, excitando maravillosamente el entusiasmo de los atenienses, desarrollando su actividad en todos sentidos, despertando y avivando el genio de la ciencia, de la industria y de las artes, habían hecho de la patria de Solón la patria común y como la capital intelectual y moral de toda la Grecia. A ella afluían las riquezas y tesoros del Asia y la Persia, del continente helénico, de las islas confederadas, derramando en su seno la opulencia y con ella el lujo, la molicie y la relajación de las costumbres públicas y privadas; a ella afluían también los últimos representantes de la escuela fundada por Tales, abandonando la Jonia, amenazada a la vez por él despotismo persa y por las exacciones de los mismos griegos. Afluían igualmente a Atenas los sucesores de Demócrito, los de Parménides y los últimos restos del pitagorismo, atraídos unos por el brillo y cultura de la metrópoli intelectual de la Grecia, y obligados otros por las discordias civiles de su patria. Añádase a esto la supremacía política ejercida por Atenas, el prestigio de la victoria que por todas partes acompañaba sus armas, el brillo esplendoroso que sobre su frente derramaron historiadores como Herodoto y Tucídides, poetas como Sófocles y Eurípides, artistas como Fidias y Praxíteles, y sobre todo téngase en cuenta que era el foco de todas las intrigas políticas, y se reconocerá que aquella ciudad estaba en condiciones las más favorables para ser visitada y explotada por los sofistas, y para servir de teatro a sus empresas.
Entre las causas principales que contribuyeron a la aparición de los sofistas en aquella época, puede contarse también el estado de la Filosofía por aquel entonces. La lucha entre la escuela jónica y la pitagórica, entre la eleática y la atomística; la contradicción y oposición de sus doctrinas, direcciones y tendencias; las fórmulas matemáticas, el esoterismo y las doctrinas simbólicas de la escuela de Pitágoras; las especulaciones abstractas y apriorísticas de los eleáticos, a la vez que su negación radical de la experiencia y de los sentidos; la doctrina diametralmente opuesta de los atomistas y de Heráclito, junto con las sutilezas dialécticas de Zenón, debían conducir, y condujeron naturalmente al escepticismo a los espíritus en una sociedad predispuesta a prescindir de la verdad y de la virtud, en fuerza de las diferentes causas que dejamos apuntadas. Así sucedió, en efecto; y todavía no se había apagado el estruendo de las luchas entre pitagóricos y jónicos, entre eleáticos y atomistas, cuando ya resonaba en Atenas la voz de Protágoras, la de Gorgias y la de otros varios sofistas que paseaban las calles de la ciudad de Solón, seguidos de numerosa y brillante juventud, ávida de escuchar sus pomposos discursos, y más todavía de escuchar y aplaudir sus máximas morales (1), las cuales se hallaban muy en armonía con los gustos y costumbres de la sociedad ateniense por aquel tiempo.
Sabido es que, a contar desde Platón, el nombre de sofista venía representando para todos los escritores y a través de todas las edades y escuelas filosóficas, inmoralidad sistemática, carácter venal, charlatanismo filosófico, dialéctica y teorías falaces. En nuestro siglo, Hegel, a quien no sin alguna razón se ha llamado por algunos el gran sofista de nuestra época, trató de rehabilitar el nombre y la memoria de los antiguos sofistas, tarea en la cual ha sido imitado y seguido por muchos de sus partidarios y también por algunos otros críticos e historiadores, entre los cuales se distinguen Grote en su Historia de Grecia y Lewes en su Historia de la Filosofía. Posible es que la austera gravedad de Platón, sobreexcitada por la muerte injusta de su maestro, haya recargado algo el cuadro al hablar de los sofistas en sus diálogos, y principalmente al ocuparse de las luchas de Sócrates contra ellos; pero de aquí no se sigue en manera alguna que deban ser considerados casi como modelos y como genuinos representantes de la Filosofía, de su método y de sus principios morales, según pretenden Hegel, Lewes y Grote.
Demás de esto, aun suponiendo alguna exageración contra los sofistas en la pintura que de ellos hace el discípulo de Sócrates, no es creíble que esta exageración degenerara en calumnia, especialmente cuando los presenta como corruptores de las costumbres públicas y privadas, toda vez que cuando Platón publicaba sus diálogos, todavía vivían muchas personas que habían conocido y tratado a los sofistas acusados.
§ 47 - PROTÁGORAS
El más célebre, y acaso el más filosófico de los sofistas, fue Protágoras, nacido en Abdera, y contemporáneo de Sócrates. Después de recorrer varias ciudades de Italia y Grecia, se fijó en Atenas, probablemente por los años 450 antes de Jesucristo. A la vuelta de algunos años pereció en un naufragio, huyendo de Atenas, donde había sido condenado a muerte a causa de sus opiniones semiateistas.
La doctrina de Protágoras se halla suficientemente expuesta, o al menos indicada, en el siguiente pasaje de Sexto Empírico: «El hombre es la medida de todas las cosas. Protágoras hace del hombre el criterium, que aprecia la realidad de los seres, en tanto que existen, y de la nada, en tanto que no existe. Protágoras no admite más que lo que se manifiesta a los ojos de cada cual. Tal es, en su teoría, el principio general del conocimiento.... La materia, según Protágoras, está en continuo flujo o cambio; mientras ella experimenta adiciones y pérdidas, los sentidos cambian también en relación con la edad y las demás modificaciones del cuerpo. El fundamento de todo lo que aparece a los sentidos reside en la materia; de manera que ésta, considerada en sí misma, puede ser todo lo que a cada cual parece. Por otra parte, los hombres, en diferentes tiempos, tienen percepciones diferentes, en relación con las transformaciones que experimentan las cosas percibidas. El que se encuentra en un estado natural, percibe en la materia las cosas según pueden aparecer a los que se encuentren en semejante estado; los que se encuentran en un estado contrario a la naturaleza, perciben las cosas que pueden aparecer en esta otra condición. El mismo fenómeno tiene lugar en las diferentes edades, en el sueño, en las vigilias y en las demás disposiciones. Por lo tanto, el hombre es, según este filósofo, el criterium de lo que es, y todo lo que aparece tal al hombre, no existe: lo que no aparece o se presenta álos hombres, no existe (2): Est ergo, secundum ipsum, homo criterium rerum quae sunt; omnia enim quae apparent hominibus, etiam sunt, quae autem nulli hominum apparent, nec sunt quidem.
De este pasaje y de lo que acerca de Protágoras dejaron escrito Platón, Aristóteles y algunos otros, despréndese con bastante claridad que el sistema de este sofista era una especie de subjetivismo sensualista, que se resuelve en las afirmaciones siguientes: 1.ª, no existe la verdad absoluta, sino la verdad relativa; 2.ª, la percepción sensible es para el hombre la medida y hasta la razón o causa de la realidad objetiva de las cosas: lo que el hombre percibe por medio de los sentidos, todo es verdadero.
Por lo que hace a la existencia de Dios, es natural que Protágoras la negara o la pusiera en duda, toda vez que no es objeto de los sentidos. Así es que solía decir que la oscuridad del asunto y la brevedad de la vida, no le permitían afirmar si existen o no los Dioses, y cuál sea su naturaleza, caso que existan. No es extraño, en vista de esto, que algunos autores le hayan contado entre los partidarios del ateismo y que los atenienses le persiguieran (3) y acusaran por esta causa.
A pesar de las apariencias en contra, el sistema de Protágoras se resuelve en puro escepticismo: afirmar que todas las percepciones de los sentidos son verdaderas, reconociendo a la vez que son con frecuencia opuestas y contradictorias, no sólo en diversos sujetos, sino en el mismo, en relación con la diversidad, o cambios de edad, de influencias externas y disposición del cuerpo, equivale a decir realmente que son todas igualmente falsas, teda vez que no cabe verdad en la contradicción; equivale a reconocer que no podemos discernir entre la verdad y el error, entre la apariencia y
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