Ilustracion
javiersanchez327 de Mayo de 2014
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Introducción
Lo que intentaré en este breve ensayo es una descripción científica de la sociedad virgen, sin la intervención del hombre. En rigor, debo decir sin la intervención artificial del hombre, porque la sociedad no tiene sentido sin la acción humana: es la acción humana en el sentido en que la estudian las ciencias sociales. Pero una cosa es la sociedad natural, en donde las personas (como tales) actúan (dentro de la “microeconomía”) sin pretender modificar las leyes naturales (espontáneas y determinísticas, como todo lo natural) y otra cosa es cuando un Estado pretende, por vía coactiva, introducir modificaciones a la sociedad, al mercado, intentando dirigir la “macroeconomía”, pretendiendo, con leyes artificiales, modificar el desarrollo espontáneo y determinístico de las leyes de la naturaleza.
Y para intentar esto me parece que lo más oportuno es empezar desde lo más clásico, los griegos. Particularmente por el modo razonable, sistemático y didáctico en que nos presentaron sus estudios científicos acerca del cosmos (de la naturaleza, hoy tan en boga gracias a los “ecologistas”), su constitución y las leyes que lo rigen, el estudio de la Metafísica (de aquellos principios que mueven la física), en particular por parte de Aristóteles, y el ordenamiento que tiene la naturaleza (el orden natural), el modo en que esta se desarrolla y crece que, finalmente, a mi manera de ver, Santo Tomás sistematiza y convierte en un clásico. Me refiero a cómo el Aquinate científicamente describe la manera en que la naturaleza humana y, por tanto social, se desarrolla en base y en armonía con las leyes físicas que conocemos del cosmos.
De modo que, basándome en el orden natural, y su correspondiente orden social natural, derivado de la naturaleza social de hombre, intentaré hacer una descripción científica la existencia de la sociedad, y de las relaciones económicas, que, en rigor, son todas las relaciones humanas dentro de la sociedad dado que, aun aquellas no pensadas en términos económicos, tienen consecuencias de esta índole: cuando se visita a un amigo, por caso, en principio, no se lo hace por "razones comerciales", sin embargo, se consume transporte y otros bienes y servicios. Es así pues, que existe una sociedad natural, la sociedad del orden natural, del modo en que se desarrolla la naturaleza, del cosmos ordenado. Parto, por cierto, de algo para mi empíricamente evidente: el cosmos está ordenado (el sol sale todos los días con rigor horario y esto permite el crecimiento de la vida) por leyes naturales anteriores al descubrimiento, ergo, anteriores a la razón humana. Y estas leyes ocurren determinísticamente (es decir, nos guste o no) y espontáneamente, las esperemos o no. Y la dirección de estas leyes es (el bien) el crecimiento de la naturaleza, que de hecho crece y se ha perfeccionado desde los dinosaurios (por poner algún inicio) hasta hoy.
El Origen de la sociedad natural
Dice Juan de Mariana: "Abolido el cambio mutuo de productos, la sociedad sería imposible, y viviríamos todos inquietos, congojosos, sin que nosotros fiáramos de nuestros hijos, ni nuestros hijos de sus padres. ¿Por qué pues ha sido constituida la sociedad, sino porque no bastándose uno a sí mismo para procurarse los elementos necesarios de la vida pudiéramos suplir la escasez con el recíproco cambio de lo que cada cual tuviese y le sobrase?"[1].
Partimos, pues, de este orden natural, del cual el ser humano es parte y de donde sabemos que el hombre tiene una naturaleza social, basada en el principio de crecimiento, supervivencia, y en su necesidad de relacionarse (para empezar, para procrearse), más allá de su imperfección. En consecuencia, existe un 'orden social' que funcionará adecuadamente en tanto no sea interferido, por ejemplo, por el uso de la violencia coercitiva, que es contraria al orden natural, según Santo Tomás[2], que lo toma de Aristóteles y de acuerdo con el comentario de Etienne Gilson[3]. Todo esto, que necesariamente, implica 'acciones' y relaciones de tipo 'material' (comer, vestirse, habitar una casa, educarse, y demás), a este aspecto, entonces, del orden natural social lo llamaremos mercado natural o, para abreviar, simplemente mercado.
En otras palabras, a estas relaciones, a esta sociedad así conformada naturalmente, contemplada desde el punto de vista de la economía, es decir, de la 'creación', distribución y utilización de los recursos (de los que siempre hay para 'crear' porque el hombre es imperfecto y la distancia entre la imperfección y la perfección, que es lo que el hombre busca, es infinita), la llamaremos el mercado natural.
Este mercado natural responde directamente a las leyes del cosmos, del orden descrito por el Aquinate (es, insisto, el orden natural), en cuanto que está, necesariamente, dirigido al bien (a la perfección), en cuanto que es ordenado por excelencia, en cuanto que sus leyes ocurren espontánea pero inevitablemente, “determinísticamente” (aun respetando el libre albedrío) y demás características. Esto implica que existirá, aun cuando el hombre, en uso del libre albedrío, decida ignorarlo. Si ésta es la decisión, lo que ocurrirá, no es la destrucción del mercado natural, sólo se destruirá el hombre; aunque, por el principio de supervivencia, de modo necesario, finalmente el orden se impondrá (aunque fuera por 'descarte', es decir, desaparecerá quien lo niegue quedando vivo el orden, dado que la no adaptación al mismo, hecho para el desarrollo de la naturaleza, implica negar, precisamente, el desarrollo).
De hecho, existe una diferencia metafísica sustancial entre el mercado natural y el 'mercado clásico', que es la idea que hoy se utiliza casi universalmente. El primero supone la existencia de autoridad moral, entre otras cosas, por cuanto el valor, en última instancia, es un hecho objetivo que responde al orden natural, ya que si alguien valora el arsénico como alimento (algo contrario a la naturaleza), pongamos por caso, terminará desapareciendo, y con él este "valor subjetivo". En tanto que el segundo supone que 'cada uno hace lo que quiere'. Este último supone la búsqueda del bien material (el valor es un hecho subjetivo que finalmente se confunde con el precio) y, de este modo, es capaz de explicar, relativamente, la eficiencia de la economía y otros temas. Pero no puede explicar, por ejemplo, el hecho de que la Biblia sea el libro más vendido en la historia de la humanidad.
En otras palabras, el 'mercado clásico' es capaz de explicar, relativamente, el mejor modo de 'desarrollo' del mercado, pero no puede explicar su principio y su fin. Y esto implica una falla sustancial, ya que, como todo lo que no tiene ni principio ni fin, finalmente carece de sentido (así, la autoridad 'no existe' porque ésta interesa sólo cuando hay un fin adonde conducir). ¿Qué sentido tiene, finalmente, ser millonario el día del velorio propio? ¿Qué sentido tiene, por caso, fabricar miles de máquinas? ¿Serán útiles? ¿Podremos venderlas? ¿Realizaremos nuestra vocación? ¿Ganaremos dinero? A estas preguntas no las puede responder el liberalismo, ni su 'mercado clásico'. Pero sí las puede responder (ninguno de nosotros, ciertamente) el mercado natural, que implica la realización del hombre desde el punto de vista económico a la vez que su ordenamiento dentro del cosmos.
Israel M. Kirzner afirma: "La teoría del mercado (...) se basa en la intuición fundamental de que los fenómenos del mercado se pueden 'comprender' como manifestaciones de relaciones sistemáticas. Los fenómenos observables del mercado (...) no se consideran como masas de hechos aislados e irreductibles, sino como resultado de determinados procesos que pueden, en principio, captarse y comprenderse"[4] (nótese que utiliza la 'intuición'). Esto es lo que le da ventaja a la escuela austriaca (los “liberales clásicos”), convirtiéndola en la mejor escuela de economistas: reconoce que, el mercado, no es una situación sin orden y caótica sino que, 'intuye' que existe un orden que puede 'en principio, captarse y comprenderse'. Así, en lugar de 'crear un orden' que suplante el 'caos' a través de la razón humana ('planificar'), tiene algún respeto por el orden natural anterior al hombre.
Es decir, que estos representantes de la escuela austriaca 'intuyen' un orden (al que, sin embargo, no ven como tal sino como 'fenómenos sistemáticos'). Pero Kirzner avanza todavía más en el acercamiento al orden natural y 'descubre' que el mercado no es una situación estática, de equilibrio, sino un 'proceso creativo', como el orden natural, que es un ordenamiento de la naturaleza en "orden" a su creación. Kirzner 'intuye' que, además, estos 'fenómenos sistemáticos' conllevan creatividad, lo que queda corroborado por la experiencia empírica. Pero para llegar al mercado natural necesitan desembarazarse de su racionalismo, que les impide ver que esto conforma un orden, anterior a la razón humana, lo que supone autoridad, y que efectivamente es creativo. El mercado natural no es un 'proceso sistemático creativo', sino bastante más, es un orden que de suyo (con su propia fuerza, de la Providencia, diría Santo Tomás; del amor, diría más de un psicólogo) conduce al hombre, a la sociedad, hacia el bien, la perfección. Y esta conducción, supone, de suyo, la existencia de una
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