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Importancia De La Filosofia Segun Isaia Berlin No Hay Duda De Que Berlin Habrá Dejado Este Mundo Satisfecho. No Tanto, Como Cabría Suponer, Debido Al Renovado Reconocimiento Que Su Obra Ha Obtenido En Los últimos Tiempos, Que Ha Generado Una Enorme Dem


Enviado por   •  18 de Octubre de 2014  •  2.346 Palabras (10 Páginas)  •  440 Visitas

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Importancia de la filosofia segun Isaia Berlin

No hay duda de que Berlin habrá dejado este mundo satisfecho. No tanto, como cabría suponer, debido al renovado reconocimiento que su obra ha obtenido en los últimos tiempos, que ha generado una enorme demanda de trabajos suyos y le ha supuesto recibir repetidos homenajes. La verdadera razón es más profunda y personal, y tiene que ver con su decisión de abandonar la filosofía y dedicarse a la historia de las ideas. Como él mismo reconoce, después de una conversación con H. N. Sheffer, profesor en Harvard y uno de los eminentes lógicos matemáticos de su tiempo, se convenció de que la filosofía, salvo en el campo de la lógica y la psicología, no puede contribuir a incrementar el conocimiento humano: «Llegué poco a poco a la conclusión de que prefería un campo en el cual pudiese tener la esperanza de llegar a saber al término de mis días algo más que al principio de mi existencia; y por eso abandoné la filosofía para dedicarme a la historia de las ideas...». Y este deseo es el que sin duda se ha visto realizado. Berlin no solamente ha contribuido al incremento del conocimiento a través de su trabajo sobre otros autores que ha ofrecido en muchos casos nuevas y originales lecturas de sus obras. Su gran aportación ha sido su insistencia en el pluralismo de valores humanos, que en la actualidad se presenta como una «verdad» y que se ha convertido en el centro del debate de la filosofía política. EL PLURALISMO DE VALORES Nuestro autor cree que los valores últimos (igualdad, libertad, justicia, piedad...) que persiguen los seres humanos son plurales y no coexisten de forma armónica, pudiendo llegar a ser absolutamente incompatibles entre sí. No es posible reducirlos a un único valor o principio que los ordene jerárquicamente y que nos sirva de pauta para escoger entre ellos. La realidad exige que elijamos entre fines igualmente últimos y pretensiones igualmente absolutas, y esta multiplicidad, incompatibilidad e inconmensurabilidad hacen que el conflicto y la tragedia no puedan ser eliminados nunca completamente de la vida humana. La necesidad de elegir y sacrificar unos valores últimos a otros resulta ser una característica permanente de la naturaleza humana. Esta es la «verdad» que lleva a Berlin a criticar lo que considera el punto de vista dominante en toda la tradición de pensamiento occidental: la visión monista. Lo que uniría a pensadores tan diferentes como, por ejemplo, Platón, los ilustrados o los marxistas es su creencia en que existen unos valores humanos verdaderos, universales y permanentes, que forman un sistema coherente y armónico, y que pueden llegar a ser conocidos y realizados. Precisamente esto último, alcanzar un estado de cosas ordenado conforme a esos valores, se convierte entonces en el objetivo a conseguir, en el único fin de toda la actividad humana, pública y privada. El conflicto y la tragedia no serían entonces más que el resultado de la incapacidad de los hombres para reproducir el modelo ideal de vida correcto. Por supuesto que las diferentes teorías comprendidas en esta tradición diferían enormemente al determinar cuál era ese modelo ideal, así como los métodos para poder llevarlo a cabo. Pero ninguna de ellas, a ojos de Berlin, se planteó que los fines últimos pudieran ser incompatibles entre sí y que no existiera ningún principio ordenador universal que permitiera escoger de forma «racional» entre ellos. LOS PENSADORES CONTRACORRIENTE Este reconocimiento del pluralismo de valores constituye el núcleo del pensamiento de Berlin y explica tanto sus argumentaciones como el resto de sus ideas. Sus sospechas sobre la tradición monista dominante son las que le llevan a estudiar autores «contracorriente» que en sus teorías incorporaron, de forma consciente o no, dudas sobre la armonía y universalidad de los valores. Sin embargo, no hay que confundirse. Berlin no es seguidor de pensadores como Hamman, los románticos, De Maistre o Sorel. Su propuesta intenta alejarse lo más posible de posiciones irracionalistas o relativistas. Lo que destaca en ellos en su creatividad y originalidad, el haber sido capaces de desmarcarse de la arrolladora tradición dominante. Son el espejo en el que se reflejan, aumentados y distorsionados, los grandes errores de dicha tradición, pero especialmente, dentro de ella, de la Ilustración, movimiento en cuyo bando Berlin declara alinearse («soy un racionalista liberal»). Y es que en su búsqueda del conocimiento nuestro autor rechaza el dogmatismo y la simplicidad de muchos planteamientos ilustrados que los ataques críticos de sus enemigos ponen de relieve. El objetivo, por tanto, no sería conseguir apuntillar la herencia de la Ilustración, sino intentar mantener su espíritu separándolo de su resquebrajado armazón material. Pero, ¿puede lograrlo? Berlin piensa que la Ilustración parte de un concepto de naturaleza humana como algo fijo e inalterable que es erróneo, y que esto desvirtúa necesariamente todas las construcciones teóricas que se levantan sobre ella. Porque, por el contrario, los hombres son seres que se transforman permanentemente y que persiguen fines distintos que cambian con el tiempo y el contexto cultural. La autorrealización humana no se alcanza descubriendo y viviendo de acuerdo con la verdad, sino eligiendo cada uno su propio modo de vida. El hecho de que esos fines que se eligen sean distintos y puedan chocar entre sí hace que el conflicto sea algo intrínseco a la vida humana, que no se pueda llegar a eliminar. De ahí se deriva el rechazo a considerar que el conocimiento «líbere» necesariamente y la crítica a la utopía. LA CRÍTICA A LA UTOPÍA Berlin insiste continuamente en que la idea de lograr una solución final para los problemas de la humanidad a través del conocimiento de la verdad, no sólo es falsa e incoherente sino que tiene consecuencias políticas peligrosas. Si los fines reconocidos como plenamente humanos son mutuamente incompatibles, no tiene sentido intentar concebir una sociedad perfecta en la que se solucionen todos los problemas centrales de la vida humana. Además, creer en ella, en que existe realmente una solución verdadera, supone aceptar que ningún medio es demasiado costoso para alcanzarla y acaba exigiendo enormes sacrificios de hombres en honor de abstracciones y metas lejanas. Sin embargo, su rechazo a las grandes utopías no supone defender una posición inmovilista. A veces la realidad exige grandes sacrificios, pero únicamente por metas concretas a corto plazo o para salvar situaciones desesperadas. Porque la historia no sigue una ruta predeterminada hacia el progreso que culminará en la consecución de la sociedad ideal, armónica, en la que se alcanzarán todos los valores humanos universales y verdaderos. Después de haber sido testigo de lo acontecido en el siglo XX, en su opinión uno

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